lunes, 23 de junio de 2008

MÍSTICA CIUDAD DE DIOS parte 4

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MÍSTICA CIUDAD DE DIOS: PARTE 4
CAPITULO 4
De la perfección con que María Santísima guardaba
las ceremonias del templo y lo que en él le ordenaron.
463. Volviendo a proseguir nuestra divina Historia,
después que la Niña Santísima consagró el templo con su
presencia y habitación, fue creciendo con toda propiedad
en sabiduría y gracia acerca de Dios y de los hombres.
Las inteligencias que se me han dado de lo que la mano
poderosa iba obrando en la Princesa del Cielo en
aquellos años, me ponen como en la margen de un mar
dilatadísimo y sin términos, dejándome admirada y
dudosa por dónde entraré en tan inmenso piélago para
salir con acierto, habiendo de ser inexcusable dejar
mucho y dificultoso acertar en lo poco. Diré, pues, lo que
el Altísimo me declaró en una ocasión, hablándome de
esta manera:
464. Las obras que hizo en el templo la que había de ser
Madre del Verbo Humanado, fueron en todo y por todo
perfectísimas, y el alcanzarlas excede a la capacidad de
toda humana criatura y angélica. Los actos de las
virtudes interiores fueron tantos y de tan alto
merecimiento y fervor, que se adelantaron a todos los
de los Serafines; y tú, alma, conocerás de ellos mucho
más de lo que pueden explicar tus palabras y tu lengua.
Pero mi voluntad es que, en el tiempo de tu peregrinación
en el cuerpo mortal, pongas a María Santísima por
principio de tu alegría y la sigas por el desierto de la
renunciación y negación de todo lo humano y visible.
Sigúela por la perfecta imitación conforme a tus fuerzas y
a la luz que recibes; ella será tu norte y tu maestra y te
hará manifiesta mi voluntad y en ella hallarás mi ley
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santísima escrita con el poder de mi brazo, en que
meditarás de día y de noche. Ella será quien con su
intercesión herirá la piedra (Num., 20, 11) de la
humanidad de Cristo, para que en ese desierto redunden
en ti las aguas de la Divina gracia y luz con que sea tu
sed saciada, ilustrado tu entendimiento y tu voluntad
inflamada. Será columna de fuego (Ex., 13, 21) que te dé
luz y nube que te haga sombra y refrigere con su
protección de los ardores de las pasiones e inclemencias
de tus enemigos.
465. Tendrás en ella ángel que te encamine (Ex., 23,20)
y te desvíe lejos de los peligros de Babilonia y de
Sodoma para que no te alcance mi castigo. Tendrás
madre que te ame, amiga que te consuele, señora que te
mande, protectora que te ampare y reina a quien como
esclava sirvas y obedezcas. En las virtudes que obró esta
Madre de mi Unigénito en el templo hallarás un arancel
universal de toda la suma perfección por donde
gobiernes tu vida, un espejo sin mácula en que reverbera
la imagen viva del Verbo Humanado, una copia ajustada
y sin erratas de toda su santidad, la hermosura de la
virginidad, lo especioso de la humildad, la prontitud de la
devoción y obediencia, la firmeza de la fe, la certeza de
la esperanza, lo inflamado de la caridad y un copiosísimo
mapa de todas las maravillas de mi diestra. Con este
nivel has de regular tu vida y por este espejo quiero que
la compongas y te adornes, acrecentando tu hermosura y
gracia, como esposa que desea entrar en el tálamo de su
esposo y señor.
466. Y si la nobleza y calidad del maestro sirve de
estímulo al discípulo y le hace más amable su doctrina
¿quién puede atraerte con mayor fuerza que la maestra
misma que es Madre de tu Esposo, y escogida por más
pura y santa, y sin mácula de culpa, para que fuese
Virgen y juntamente Madre del Unigénito del eterno
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Padre y el resplandor de su divinidad en la misma
sustancia? Oye, pues, a tan soberana Maestra, sigúela
por su imitación y medita siempre sin intervalo sus
admirables excelencias y virtudes. Y advierte que la vida
y conversación que tuvo en el templo fue el original que
han de copiar en sí mismas todas las almas que a su
imitación se consagraron por esposas de Cristo.—Esta
inteligencia y doctrina es la que me dio el Altísimo en
general de las acciones que María Santísima obraba los
años que vivió en el templo.
467. Pero descendiendo más en particular a sus
ocupaciones, después de aquella visión de la divinidad
que dije en el cap. 2, y después de haberse ofrecido toda
al Señor, y a su maestra todas las cosas que tenía,
quedando absolutamente pobre y resignada en manos
de la obediencia, disimulando con el velo de estas
virtudes los tesoros de sabiduría y gracia en que excedía
a los supremos Serafines y Ángeles, pidió con humildad a
los sacerdotes y maestra le ordenasen la vida y
ocupaciones en que había de trabajar. Y habiéndolo
conferido con especial luz que les fue dada y deseando
medir por entonces los ejercicios de la divina niña con la
edad de tres años, la llamaron a su presencia el
sacerdote y la maestra Ana. Estuvo la Princesa del Cielo
hincadas las rodillas para oírlos y, aunque la mandaron
se levantase, pidió licencia con suma modestia para
estar con aquella reverencia delante del ministro y
sacerdote del Altísimo y de su propia maestra por el
oficio y dignidad que tenían.
468. Hablóla el sacerdote y díjola: Hija, muy niña os ha
traído el Señor a su casa y templo santo, pero agradeced
este favor y procurad lograrle trabajando mucho en
servirle con verdad y corazón perfecto, en aprender
todas las virtudes, para que de este lugar sagrado volváis
prevenida y guarnecida para llevar los trabajos del
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mundo y defenderos de sus peligros. Obedeced a vuestra
maestra Ana y comenzad temprano a llevar el yugo
(Lam., 3, 27) suave de la virtud, para que le halléis más
fácil en lo restante de la vida.—Respondió la soberana
niña: Vos, señor mío, como sacerdote y ministro del
Altísimo, que estáis en lugar suyo, y mi maestra
juntamente, me mandaréis y enseñaréis lo que debo
hacer para no errar yo en ello; y así os lo suplico con
deseo de obedecer en todo a vuestra voluntad.
469. Sentían el sacerdote y la maestra Ana en su interior
grande ilustración y fuerza divina para atender con
particularidad a la divina niña y cuidar de ella más que
de las otras doncellas; y confiriendo el gran concepto que
de ella habían hecho, sin saber el misterio oculto de
aquel soberano impulso, determinaron asistirla y cuidar
de ella y de su gobierno con especial atención. Pero
como ésta sólo podía extenderse a las acciones visibles y
exteriores, no le pudieron tasar los actos interiores y
afectos del corazón que sólo el Altísimo gobernaba con
singular protección y gracia; y así estaba libre aquel
cándido corazón de la Princesa del cielo para crecer y
adelantarse en las virtudes interiores, sin perder un
instante en que no obrase lo sumo y más excelente de
todas.
470. Ordenóla también el sacerdote sus ocupaciones y
la dijo: Hija mía, a las divinas alabanzas y cánticos del
Señor asistiréis con toda reverencia y devoción y haréis
siempre oración al Muy Alto por las necesidades de su
Templo Santo y de su pueblo y por la venida del Mesías.
A las ocho de la noche os recogeréis a dormir y al salir el
alba os levantaréis a orar y bendecir al Señor hasta hora
de tercia —esta hora era la que ahora las nueve—; desde
tercia hasta la tarde ocuparéis en alguna labor de manos
para que en todo seáis enseñada; y en la comida, que
después del trabajo tomaréis, guardad la templanza que
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conviene; iréis luego a oír lo que la maestra os enseñare
y lo restante del día ocuparéis en la lección de las
Escrituras Santas; y en todo seréis humilde, afable y
obediente a lo que mandare vuestra maestra.
471. Oyó siempre la Santísima Niña de rodillas al
sacerdote y pidióle la bendición y la mano y,
habiéndosela besado a él y a la maestra, propuso en su
corazón guardar el orden que le señalaban de su vida
todo el tiempo que estuviese en el Templo y no le mandasen
otra cosa; y como lo propuso lo cumplió la que era
maestra de santidad y virtud, como si fuera la menor
discípula. A muchas obras exteriores, más de las que le
ordenaron, se extendían sus afectos y ardentísimo amor,
pero sujetóle al ministro del Señor, anteponiendo el
sacrificio de la perfecta y santa obediencia a sus fervores
y dictamen propio; conociendo, como maestra de toda
perfección, que se asegura más el cumplimiento de la
voluntad divina en el humilde rendimiento de obedecer
que en los deseos más altos de otras virtudes. Con este
raro ejemplo quedaremos enseñadas las almas,
especialmente las religiosas, a no seguir nuestros
fervorcillos y dictámenes contra el de la obediencia y
voluntad de los superiores, pues en ellos nos enseña Dios
su gusto y beneplácito y en nuestros afectos buscamos
sólo nuestro antojo; en los superiores obra Dios y en
nosotros, si es contra ellos, obra la tentación, la pasión
ciega y el engaño.
472. En lo que nuestra Reina y Señora se señaló, a más
de lo que le ordenaron, fue pedir licencia a su maestra
para servir a todas las otras doncellas y ejercitar los
oficios humildes de barrer y limpiar la casa y lavar los
platos. Y si bien esto parecía novedad, y más en las
primogénitas, porque las trataban con mayor autoridad y
respeto, pero la humildad sin semejante de la divina Princesa
no podía resistirse o contenerse en los límites de la
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majestad sin descender a todos los ejercicios más
inferiores; y así los hacía con tan prevenida humildad,
que ganaba el tiempo y ocasión de lo que otras habían
de hacer, para tenerlo hecho antes que ninguna. Con la
ciencia infusa conocía todos los misterios y ceremonias
del templo, pero como si no las conociera las aprendió
por disciplina y experiencia, sin faltar jamás a ceremonia
ni acción por mínima que fuese. Era estudiosísima en su
humillación y desprecio rendidísimo; y a su maestra cada
día por la mañana y tarde pedía la bendición y besaba la
mano, y lo mismo hacía cuando la mandaba algún acto
de humildad o le daba licencia para hacerlo, y algunas
veces, si lo permitía, le besaba los pies con humildad
profundísima.
473. Era tan dócil la soberana Princesa, tan apacible y
suave en su proceder, tan oficiosa, rendida y diligente en
humillarse, en servir y respetar a todas las doncellas que
vivían en el templo, que a todas robaba el corazón y a
todas obedecía como si cada una fuera su maestra. Y con
la inefable y celestial prudencia que tenía, ordenaba sus
acciones de suerte que no se le perdiese ocasión alguna
en que adelantarse a todas las obras manuales, humildes
y del servicio de sus compañeras y agrado de la voluntad
divina.
474. Pero ¿qué diré yo, vilísima criatura, y qué diremos
todos los fieles hijos de la Iglesia Católica, llegando a
escribir y ponderar este ejemplo vivo de humildad? Virtud
grande nos parece que el inferior obedezca al superior y
el menor al mayor y humildad grande que el igual quiera
obedecer lo que le manda otro igual; pero que el inferior
mande y el superior obedezca, que la reina se humille a
la esclava, la santísima y perfectísima criatura a un
gusanillo, la Señora del cielo y tierra a una ínfima
mujercilla; y que esto sea tan de corazón y verdad ¿quién
no se admira y se confunde en su desvanecida soberbia?
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¿Quién se mira en este claro espejo, que no vea su infeliz
presunción? ¿Quién podrá imaginar que ha conocido la
humildad verdadera, cuanto menos obrarla, si la
reconoce y mira en su propia esfera María Santísima? Las
almas que vivimos debajo de la obediencia prometida,
lleguemos a esta luz para conocer y corregir nuestros
desórdenes, cuando la obediencia de los superiores que
representan a Dios se nos hace molesta y dura si
contradice a nuestro antojo. Quebrántese aquí nuestra
dureza, humíllese la más engreída y confúndase en su
vergonzosa soberbia y desvanézcase la presunción de la
que se juzga por obediente y humilde, por haberse
rendido tal vez a los superiores, pues no ha llegado a
pensar de sí que a todas es inferior y a ninguna es igual,
como lo juzgó la que es superior a todas.
475. La hermosura, gracia, el donaire y agrado de
nuestra Reina eran incomparables, porque a más de
estar en ella en grado perfectísimo todas las gracias y
dones naturales de alma y cuerpo, como no estaban
solas, antes obraba en ellas el realce de la gracia
sobrenatural y divina, hacía un admirable compuesto de
gracias y hermosura en el ser y en el obrar, con que
llevaba la admiración y el afecto de todos; aunque la
divina providencia moderaba las demostraciones que de
esto hicieran cuantos la trataban, si se dejaran a la
fuerza de su amor fervoroso con la Reina. En la comida y
sueno era, como en las demás virtudes, perfectísima;
tenía regla ajustada a la templanza, jamás excedía, ni
pudo, antes moderaba algo de lo que era necesario. Y
aunque el breve sueño que recibía no la impedía la
altísima contemplación —como otras veces he dicho (Cf.
supra n. 353)— por su voluntad le dejara; pero en virtud
de la obediencia se recogía el tiempo que le habían
señalado y en su humilde y pobre lecho, florido (Cant., 1,
15) de virtudes y de los Serafines y Ángeles que la
guardaban y asistían, gozaba de más altas inteligencias,
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fuera de la visión beatífica, y de más inflamado amor que
todos ellos juntos.
476. Dispensaba el tiempo y le distribuía con rara
discreción, para dar el que le tocaba a cada una de sus
acciones y ocupaciones. Leía mucho en las Sagradas
Escrituras antiguas; y con la ciencia infusa estaba tan
capaz de todas ellas y de sus profundos misterios, que
ninguno se le ocultó, porque le manifestó el Altísimo
todos sus secretos y sacramentos, y con los Santos
Ángeles de su custodia los trataba y confería,
confirmándose en ellos y preguntándoles muchas cosas
con incomparable profundidad y grande agudeza. Y si
esta soberana Maestra escribiera lo que entendió,
tuviéramos otras muchas escrituras divinas, y de las que
tiene la Iglesia alcanzáramos toda la inteligencia
perfecta de sus profundos sentidos y misterios. Pero de
toda esta plenitud de ciencia se valía para el culto,
alabanza y amor divino y toda la reducía a este fin, sin
que en ella hubiese rayo de luz ocioso ni estéril. Era
prestísima en discurrir, profundísima en entender,
altísima y nobilísima en pensamientos, prudentísima en
elegir y disponer, eficacísima y suavísima en obrar y en
todo era una regla perfectísima y un objeto prodigioso de
admiración para los hombres, para los Ángeles y, en su
modo, para el mismo Señor, que la hizo toda a su corazón
y agrado.
Doctrina de la soberana Señora.
477. Hija mía, la naturaleza humana es imperfecta y
remisa en obrar la virtud y frágil en desfallecer, porque
se inclina mucho al descanso y repugna al trabajo con
todas sus fuerzas. Y cuando el alma escucha y
contemporiza con las inclinaciones de la parte animal y
le da mano, ella la toma de suerte que se hace superior a
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las fuerzas de la razón y del espíritu y le reduce a
peligrosa y vil servidumbre. En todas las almas este
desorden de la naturaleza es abominable y formidable,
pero sin comparación le aborrece Dios en sus ministros y
religiosos, a quienes, como la obligación de ser perfectos
es más legítima, así es mayor el daño de no salir siempre
victoriosos de esta contienda de las pasiones. De esta
tibieza en resistir y la frecuencia en ser vencidos, resulta
un desaliento y perversidad de juicio, que vienen a
satisfacer y quedar mal seguros con hacer algunas
ceremonias muy leves de virtud, y aun les parece, sin
hacer cosa de provecho, que mudan un monte de una
parte a otra. Introduce con esto el demonio otros
divertimientos y tentaciones y, con el poco aprecio que
hacen de las leyes y ceremonias comunes de la religión,
vienen a desfallecer casi en todas y, juzgándolas cada
una por cosa leve y pequeña, llegan a perder el
conocimiento de la virtud y vivir en una falsa seguridad.
478. Pero tú, hija mía, quiero que te guardes de tan
peligroso engaño y adviertas que un descuido voluntario
en una imperfección dispone y abre camino para otra, y
éstas para los pecados veniales, y ellos para los
mortales, y de un abismo en otro se llega al profundo y al
desprecio de todo mal. Para prevenir este daño se debe
atajar muy de lejos la corriente, porque una obra o
ceremonia que parece pequeña es antemuralla que
detiene lejos al enemigo, y los preceptos y leyes de las
obras mayores obligatorias son el muro de la conciencia,
y si el demonio rompe y gana la primera defensa está
más cerca de ganar la segunda, y si en ésta hace portillo
con algún pecado, aunque no sea gravísimo, ya tiene más
fácil y seguro el asalto del reino interior del alma, y como
ella se halla debilitada con los actos y hábitos viciosos, y
sin las fuerzas de la gracia, no resiste con fortaleza, y el
demonio que la tiene adquirida la sujeta y oprime sin
hallar resistencia.
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479. Considera, pues, ahora, carísima, cuánto ha de ser
tu desvelo entre tantos peligros, cuánta tu obligación
para no dormir entre ellos. Considérate religiosa,
esposa de Cristo, prelada, enseñada, ilustrada y llena
de tan singulares beneficios, y por estos títulos y otros,
que en ellos debes ponderar, mide tu cuidado, pues a
todos debes retorno y correspondencia a tu Señor.
Trabaja, porque seas puntual en el cumplimiento de
todas las ceremonias y leyes de la religión y para ti no
haya ley, ni mandato, ni acción perfecta que sea
pequeña; ninguna desprecies ni olvides, todas las
observa con rigor, porque en los ojos de Dios todo es
precioso y grande, lo que se hace por su gusto. Cierto es
que le tiene en ver cumplido lo que manda y que el
despreciarlo le ofende. En todo considera que tienes
Esposo a quien agradar, Dios a quien servir, Padre a
quien obedecer, Juez a quien temer y Maestra a quien
imitar y seguir.
480. Para que todo esto lo cumplas has de renovar en tu
ánimo una resolución fuerte y eficaz de no oír a tus
inclinaciones ni consentir en la flojedad remisa de tu
naturaleza; ni, por la dificultad que sintieres, omitir
acción o ceremonia alguna, aunque sea besar la tierra,
cuando sueles hacerlo, según la costumbre de la religión;
lo poco y lo mucho ejecuta con afecto y constancia y
serás agradable a los ojos de mi Hijo y a los míos. En las
obras de supererogación pide consejo a tu Confesor y
Prelado; y primero suplica a Dios que le dé acierto y
llega desnuda de toda inclinación y afecto a cosa
determinada, y lo que te ordenare, óyelo y escríbelo en
tu corazón y ejecútalo con puntualidad; y si es posible
acudir a la obediencia y consejo, nunca por ti sola
determines cosa alguna por más buena que te parezca;
que la voluntad de Dios se te manifestará siempre por la
santa obediencia.
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CAPITULO 5
Del grado perfectísimo de las virtudes de María
Santísima en general y cómo las iba ejecutando.
481. Es la virtud un hábito que adorna y ennoblece la
potencia racional de la criatura y la inclina a la buena
operación. Llámase hábito, porque es una cualidad
permanente que con dificultad se aparta de la potencia,
a diferencia del acto que se pasa luego y no permanece.
Inclina y facilita la virtud a las operaciones y las hace
buenas; lo que no tenía por sí sola la potencia, porque es
indiferente para las obras buenas y malas. Fue adornada
María Santísima desde el primer instante de su vida con
los hábitos de todas las virtudes en grado eminentísimo, y
continuamente fueron aumentando con nueva gracia y
operaciones perfectas en que ejercitaba con altísimos
merecimientos de todas las virtudes que la mano del
Señor le había infundido.
482. Y aunque las potencias de esta Señora y Princesa
Soberana no estaban desordenadas, ni tuvieron
repugnancia que vencer, como la tenemos los demás
hijos de Adán, porque a ella ni la alcanzó la culpa, ni el
fomes que inclina al mal y resiste al bien, pero tenían
aquellas ordenadas potencias capacidad para que los
hábitos virtuosos las inclinasen a lo mejor y más perfecto,
santo y loable. A más de esto, era criatura pasible y pura,
estaba sujeta a sentir pena y a inclinarse al descanso
lícito y dejar de hacer algunas obras, a lo menos de
supererogación, y sin culpa pudiera sentir alguna propensión
a no hacerlas. Para vencer esta natural inclinación y
apetito le ayudaron los hábitos perfectísimos de las
virtudes, a cuyas inclinaciones cooperó la Reina del cielo
tan varonilmente, que en ningún efecto frustró ni impidió
la fuerza con que la movían y purificaban en todas las
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obras.
483. Con esta armonía y hermosura de todos los hábitos
virtuosos estaba el alma santísima de María tan
ilustrada, ennoblecida y enderezada al bien y al último
fin de la criatura, tan fácil, pronta, eficaz y alegre en el
bien obrar, que si fuera posible penetrar con nuestra
flaca vista aquel secreto tan sagrado de su pecho, fuera
el objeto más hermoso y admirable de todas las criaturas
y de mayor gozo después del mismo Dios. Todo estaba en
María Purísima como en su propio centro y esfera; y así
tenían todas estas virtudes su última perfección sin que
se pudiese decir: esto le falta para ser hermoso y
consumado. Y a más de las virtudes que recibió infusas
tuvo también las adquiridas, que con el uso y ejercicio
granjeó. Y si en las demás almas un acto se suele decir
que no es virtud, porque son necesarios muchos repetidos
para adquirirla, pero las obras de María Santísima fueron
tan eficaces, intensas y perfectas, que cada Una excedía
a todas las de todas las demás criaturas; y conforme a
esto, donde fueron tan repetidos los actos virtuosos, sin
perder punto ni grado de perfectísima eficacia ¿qué
hábitos serían los que esta divina Señora adquirió con sus
propias obras? El fin del obrar, que hace también el acto
virtuoso, porque ha de ser bueno y bien hecho, fue en
María Señora nuestra el supremo de todas las obras, que
es el mismo Dios; porque nada hizo que no la moviese la
gracia y que no lo encaminase a la mayor gloria y
beneplácito del mismo Señor, mirándole como motivo y
último fin.
484. Estos dos géneros de virtudes infusas y adquiridas
asientan sobre otra virtud que se llama natural, porque
nace en nosotros con la misma naturaleza racional, y
tiene por nombre sindéresis. Este es un conocimiento que
la luz de la razón tiene de los primeros fundamentos y
principios de la virtud y una inclinación a ella que a esta
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luz corresponde en nuestra voluntad, como conocer que
debes amar a quien te hace bien, que no hagas con otro
lo que no quieres que se haga contigo mismo, etc. En la
Reina Santísima fue esta virtud natural o sindéresis
excelentísima y de, los principios naturales infería con
suma y profunda claridad las consecuencias de todo lo
bueno, aunque fuese muy remoto, porque discurría con
increíble viveza y rectitud. Para estos discursos se valía
de la noticia infusa de las criaturas, especialmente de las
más nobles y universales, los cielos, sol, luna y estrellas, y
disposición de todos los orbes y elementos; y en todo
discurría desde el principio al fin, convidando a todas
estas criaturas a que alabasen a su Criador y llevasen al
hombre tras de sí hasta darle este mismo conocimiento
que por ellas podía alcanzar, y no le detuviese hasta
llegar al Criador y Autor de todo.
485. Las virtudes infusas se reducen a dos órdenes y
clases. En la primera entran solamente las que tienen a
Dios por objeto inmediato; por esto se llaman teologales,
que son fe, esperanza y caridad. En el segundo orden
están todas las otras virtudes que tienen por objeto
próximo algún medio o bien honesto que encamina el
alma al último fin, que es el mismo Dios; y éstas se llaman
virtudes morales, porque pertenecen a las costumbres y,
aunque son muchas en número, se reducen a cuatro
cabezas, que por esto se llaman cardinales, cuales son
prudencia, justicia, fortaleza y templanza. De todas estas
virtudes y sus especies hablaré adelante en particular lo
que pudiere, para declarar cómo todas y cada una
estuvieron en las potencias de la soberana Reina. Ahora
sólo advierto generalmente que ninguna le faltó en grado
perfectísimo y con ellas tuvo todos los dones del Espíritu
Santo y los frutos y bienaventuranzas. Y ningún género de
gracia ni beneficio necesario para la perfección
hermosísima de su alma y potencias, dejó de infundirle
Dios desde el primer instante de su concepción, así en la
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voluntad como en el entendimiento, donde tuvo los
hábitos y especies de las ciencias. Y para decirlo de una
vez, todo lo bueno que pudo darle el Altísimo, como a
Madre de su Hijo, siendo ella pura criatura, todo se lo dio
en supremo y eminentísimo grado. Y sobre esto crecieron
todas sus virtudes: las infusas, porque las aumentaba con
sus merecimientos, y las adquiridas, porque las engendró
y adquirió con los intensísimos actos que hacía
mereciendo.
Doctrina de la Madre de Dios y Virgen Santísima.
486. Hija mía, a todos los mortales sin diferencia
comunica el Altísimo la luz de las virtudes naturales; y a
los que se disponen con ellas y con sus auxilios, les
concede las infusas cuando los justifica; y estos dones
distribuye como Autor de naturaleza y gracia más o
menos, según su equidad y beneplácito. En el bautismo
infunde las virtudes de fe, esperanza y caridad y con
ellas infunde otras para que con todas trabaje y obre
bien la criatura y no sólo se conserve en los dones
recibidos por virtud del sacramento, pero adquiera otros
con sus propias obras y merecimientos. Esta fuera la
suma dicha y felicidad de los hombres si correspondieran
al amor que les muestra su Criador y Reparador,
hermoseando sus almas y facilitándoles con los hábitos
infusos el ejercicio virtuoso de la voluntad; pero el no
corresponder a tan estimable beneficio los hace en
extremo infelices, porque en esta deslealtad consiste la
primera y mayor victoria del demonio contra ellos.
487. De ti, alma, quiero que te ejercites y trabajes con las
virtudes naturales y sobrenaturales, con incesante
diligencia para adquirir los hábitos de las otras virtudes,
que tú puedes granjear con los actos frecuentados de las
que Dios graciosa y liberalmente te ha comunicado;
porque los dones infusos, junto con los que granjea y
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adquiere el alma, hacen un adorno y un compuesto de
admirable hermosura y sumo agrado en los ojos del
Altísimo. Y te advierto, carísima, que la mano poderosa
de tu Señor ha sido tan larga en estos beneficios para
con tu alma, enriqueciéndola de grandes joyas de su
gracia, que si fueras desagradecida será tu culpa y tu
cargo mayor que con muchas generaciones. Considera y
advierte la nobleza de las virtudes, cuánto ilustran y
hermosean al alma por sí solas, pues cuando no tuvieran
otro fin ni les siguiera otro premio, el poseerlas era
grande por su misma excelencia; pero lo que las sube de
punto es tener por fin último al mismo Dios, a quien ellas
van buscando con la perfección y verdad que en sí
contienen; y llegando a tan alto premio como parar en
Dios, con esto hacen a la criatura dichosa y
bienaventurada.
CAPITULO 6
De la virtud de la fe y su ejercicio que tuvo María
Santísima.
488. En breves razones comprendió Santa Isabel, como lo
refiere el evangelista San Lucas (Lc., 1,45), la grandeza
de la fe de María Santísima, cuando la dijo:
Bienaventurada eres por haber creído; que por esto se
cumplirán en ti las palabras y promesas del Señor. Por la
felicidad y bienaventuranza de esta gran Señora y por su
inefable dignidad se ha de medir su fe; pues fue tal y tan
excelente que por haber creído llegó a la grandeza
mayor después, del mismo Dios. Creyó el mayor
sacramento de los sacramentos y misterios que en ella se
habían de obrar. Y fue tal la prudencia y ciencia divina
de María nuestra Señora para dar crédito a esta verdad
tan nueva y nunca vista, que trascendió sobre todo el
humano y angélico entendimiento y sólo en el Divino se
pudo fraguar su fe, como en la oficina del poder inmenso
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del Altísimo, donde todas las virtudes de esta Reina se
fabricaron con el brazo de Su Alteza. Yo me hallo siempre
atajada y torpe para hablar de estas virtudes y mucho
más para las anteriores; porque es grande la inteligencia
y luz que de ellas se me ha dado, pero muy limitados los
términos humanos para declarar los conceptos y actos de
fe engendrados en el entendimiento y espíritu de la más
fiel de todas las criaturas, o la que fue más que todas
juntas; diré lo que pudiere, reconociendo mi incapacidad
para lo que pedía mi deseo, y mucho más el argumento.
489. Fue la fe de María Santísima un asombro de toda
la naturaleza criada y un patente prodigio del poder
Divino; y porque en ella estuvo esta virtud de la fe en el
supremo y perfectísimo grado que pudo tener, en gran
parte y por algún modo satisfizo a Dios la mengua que en
la fe habían de tener los hombres. Dio el Altísimo a los
mortales viadores esta excelente virtud, para que sin
embarazo de la carne mortal tuviesen noticia de la
Divinidad y sus misterios y obras admirables, tan cierta,
infalible y segura en la verdad como si le vieran cara a
cara, así como le ven los Ángeles bienaventurados. El
mismo objeto y la misma verdad que ellos tienen patente
con claridad, esa creemos nosotros debajo del velo y
obscuridad de la fe.
490. Este grandioso beneficio, mal conocido y peor
agradecido de los mortales, bien se deja entender —
volviendo los ojos al mundo— cuántas naciones, reinos y
provincias le han desmerecido desde el principio del
mundo; cuántas le han arrojado de sí infelizmente,
habiéndoselo concedido el Señor con liberal
misericordia; y cuántos fieles, habiéndolo recibido sin
merecerlo, le malogran y le tienen como de burlas, ocioso
y sin provecho ni efecto para caminar con él a conseguir
el último fin adonde los endereza y guía. Convenía, pues,
a la Divina equidad, que esta lamentable pérdida tuviese
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alguna recompensa y que tan incomparable beneficio
tuviese adecuado y proporcionado retorno, en cuanto
fuese posible a las criaturas, y que entre ellas se hallase
alguna en quien estuviera la virtud de la fe en grado
perfectísimo, como en ejemplar y medida de todos los
demás.
491. Todo esto se halló en la gran fe de María Santísima
y sólo por ella y para ella, cuando fuera sola esta Señora
en el mundo, convenientísimamente hubiera Dios criado y
fabricado la virtud excelente de la fe; porque sola María
Purísima desempeñó a la Divina Providencia para que, a
nuestro modo de entender, no padeciera mengua de
parte de los hombres, ni quedara frustrada en la formación
de esta virtud y en la corta correspondencia que
en ella le habían de mostrar los mortales. Este defecto
recompensó la fe de la soberana Reina, y ella copió en sí
misma la Divina idea de esta virtud con la suma posible
perfección; y todos los demás creyentes se pueden
regular y medir por la fe de esta Señora y serán más o
menos fieles cuanto más o menos se ajustaren con la
perfección de su fe incomparable. Y para esto fue
elegida por maestra y ejemplar de todos los creyentes,
entrando los Patriarcas, Profetas, Apóstoles y Mártires y
todos cuantos con ellos han creído y creerán los artículos
de la fe cristiana hasta el fin del mundo.
492. Alguno podría dificultar cómo se compadecía que
la Reina del Cielo ejercitase la fe, supuesto que tuvo
muchas veces visión clara de la Divinidad y muchas más
la tuvo abstractiva, que también hace evidencia de lo
que conoce el entendimiento, como queda dicho arriba
(Cf. supra n. 229 y 237) y adelante repetiré muchas veces
(Passim). Y la duda nacerá de que la fe es la sustancia de
las cosas que esperamos y argumento de las que no
vemos, como lo dice el Apóstol (Heb. 11, 1), que es
decirnos cómo de las cosas que ahora esperamos del
18
último fin de la bienaventuranza no tenemos otra
presencia, ni sustancia o esencia, mientras somos
viadores, más de la que contiene la fe en su objeto creído
oscuramente y por espejo; si bien, la fuerza de este
hábito infuso con que inclina a creer lo que no vemos y la
certeza infalible de lo creído hacen un argumento
infalible y eficaz para el entendimiento y para que la
voluntad segura y sin temor crea lo que desea y espera. Y
conforme a esta doctrina, si la Virgen Santísima en esta
vida llegó a ver y tener a Dios —que todo es uno— sin el
velo de la fe oscura, no parece que le quedaría oscuridad
para creer por fe lo que había visto con claridad cara a
cara, y más si en su entendimiento permanecían las
especies adquiridas en la visión clara o en la evidente de
la Divinidad.
493. Esta duda no sólo no impide la fe de María
Santísima, pero antes la engrandece y levanta de punto,
pues quiso el Señor que su Madre fuese tan admirable en
el privilegio de esta virtud de la fe —y lo mismo es de la
esperanza— que trascendiese a todo el orden común de
los otros viadores y que su excelente entendimiento, para
ser maestra y artífice de estas grandes virtudes, fuese
ilustrado unas veces por los actos perfectísimos de la fe y
esperanza, otras con la visión y posesión, aunque de
paso, del fin y objeto que creía y esperaba, para que en
su original conociese y gustase las verdades que como
maestra de los creyentes había de enseñar a creer por
virtud de la fe; y juntar estas dos cosas en el alma
santísima de María era fácil al poder de Dios; y siéndolo
era como debido a su Madre Purísima, a quien ningún
privilegio por grande desdecía, ni le debía faltar.
494. Verdad es que con la claridad del objeto que
conocemos no se compadece la oscuridad de la fe con
que creemos lo que no vemos, ni con la posesión la
esperanza, ni María Santísima, cuando gozaba de estas
19
visiones evidentes, ni cuando usaba de las especies que
con evidencia, aunque abstractiva, le manifestaban los
objetos, ejercitaba los actos oscuros de la fe, ni usaba de
su hábito, sino de solo el de la ciencia infusa. Mas no por
esto quedaban ociosos los hábitos de las dos virtudes
teologales, fe y esperanza; porque el Señor, para que
María Purísima usase de ellos, suspendía el concurso o
detenía el uso de las especies claras y evidentes, con que
cesaba la ciencia actual y obraba la fe oscura, en cuyo
perfectísimo estado quedaba a tiempos la soberana
Reina, ocultándose el Señor para todas las noticias
claras; como sucedió en el misterio altísimo de la
encarnación del Verbo, de que diré en su lugar (Cf. infra
p. II n. 119, 133).
495. No convenía que la Madre de Dios careciera del
premio de estas virtudes infusas de la fe y esperanza; y
para alcanzarle había de merecerle y para merecerle
había de ejercitar sus operaciones proporcionadas al
premio; y como éste fue incomparable, así lo fueron los
actos de fe que obró esta gran Señora en todas y en cada
una de las verdades católicas; porque todas las conoció y
creyó explícitamente con altísima y perfectísima creencia
como viadora. Y claro está que cuando el entendimiento
tiene evidencia de lo que conoce no aguarda para creer
al consentimiento de la voluntad, porque antes que ella
se lo mande es compelido de la misma claridad a dar
asenso firme; y por eso aquel acto de creer lo que no
puede negar no es meritorio. Y cuando María Santísima
asintió a la embajada del Arcángel, fue digna de
incomparable premio, porque en el asenso de tal misterio
mereció; y lo mismo sucedió en los otros que creyó,
cuando el Altísimo disponía que usase de la fe infusa y no
de la ciencia, aunque también con ésta tenía su mérito,
por el amor que con ella ejercitaba, como en diferentes
lugares he dicho (Cf. supra n. 231, 380, 383).
20
496. Tampoco le dieron el uso de la ciencia infusa
cuando perdió al Niño, a lo menos para conocer aquel
objeto dónde estaba, como con aquella luz conocía otros
muchos; ni tampoco usaba entonces de las especies
claras de la Divinidad; y lo mismo fue al pie de la cruz,
que suspendía el Señor la vista y operaciones que
en el alma santísima de su Madre habían de impedir el
dolor; porque entonces convenía que le tuviese y obrase
la fe sola y la esperanza. Y el gozo que tuviera con
cualquiera vista o noticia, aunque fuera abstractiva, de
la Divinidad, naturalmente impidiera al dolor, si no hacía
Dios nuevo milagro para que estuviesen juntos pena y
gozo. Y no convenía que Su Majestad hiciera este
milagro, pues con el padecer se compadecían en la Reina
del Cielo el mérito e imitación de su Hijo Santísimo con
las gracias y excelencia de Madre. Por esto buscó al Niño
con dolor (Lc. 2, 48), como ella lo dijo, y con fe viva y
esperanza; y también las tuvo en la pasión y resurrección
de su único y amado Hijo, que creía y esperaba;
permaneciendo en ella sola esta fe de la Iglesia, como
reducida entonces esta virtud a su Maestra y Fundadora.
497. Tres condiciones o excelencias particulares se
pueden considerar en la fe de María Santísima: la
continuación, la intensión y la inteligencia con que creía.
La continuación sólo se interrumpía cuando con claridad
intuitiva o evidencia abstractiva miraba a la divinidad,
como ya he dicho; pero distribuyendo los actos interiores
del conocimiento de Dios que tenía la Reina del Cielo —
aunque sólo el mismo Señor que los dispensaba puede
saber cuándo y en qué tiempos— ejercitaba su Madre
Santísima los unos actos o los otros; pero jamás estuvo
ocioso su entendimiento, sin cesar solo un instante de
toda su vida, desde el primero de su concepción, en que
perdiese a Dios de vista; porque si suspendía la fe, era
porque gozaba de la vista de la Divinidad clara o
evidente por ciencia altísima infusa, y si el Señor le
21
ocultaba este conocimiento, entraba obrando la fe; y en
la sucesión y vicisitud de estos actos había una
concertadísima armonía en la mente de María Santísima,
a cuya atención convidaba el Altísimo a los espíritus
angélicos, según aquello que dijo en los Cantares, cap. 8
(Cant., 8, 13): La que habitas en los huertos, los amigos te
escuchan, hazme oír tu voz.
498. En la eficacia o intensión que tenía la fe de esta
soberana Princesa excedió a todos los Apóstoles,
Profetas y Santos juntos y llegó a lo supremo que pudo
caber en pura criatura. Y no sólo excedió a todos los
creyentes, pero tuvo la fe que faltó a todos los infieles
que no han creído y con la fe de María Santísima
pudieron todos ser ilustrados. Por lo cual de tal suerte
estuvo en ella firme, inmoble y constante, cuando los
Apóstoles en el tiempo de la pasión desfallecieron, que si
todas las tentaciones, engaños, errores y falsedades del
mundo se juntaran, no pudieran contrarrestar ni turbar la
invencible fe de la Reina de los fieles; y su Fundadora y
Maestra a todos venciera y contra todos saliera victoriosa
y triunfante.
499. La claridad o inteligencia con que creía
explícitamente todas las verdades Divinas no se puede
reducir a palabras sin oscurecerla con ellas. Sabía María
purísima todo lo que creía y creía todo lo que sabía;
porque la ciencia infusa teológica de la credibilidad de
los misterios de la fe y su inteligencia estuvo en esta
sapientísima Virgen y Madre con el grado más alto que a
pura criatura fue posible. Tenía en acto esta ciencia y
memoria de ángel sin olvidar lo que una vez aprendía; y
siempre usaba de esta potencia y dones para creer
profundamente, salvo cuando por divina disposición ordenaba
Dios que por otros actos se suspendiese en la fe,
como arriba dije (Cf. supra n. 494, 467). Y fuera de no ser
comprensora, tenía en el estado de viadora, para creer y
22
conocer a Dios, la inteligencia más alta y más inmediata
en la esfera de la fe con la noticia clara de la Divinidad,
con que transcendía el estado de todos los viadores,
siendo ella sola en otra clase y estado de viadora a que
ninguno otro pudo llegar.
500. Y si María Santísima, cuando ejercitaba los hábitos
de fe y esperanza, tenía el estado más ordinario para
ella, y por eso era el más inferior, y en él excedía a todos
los Santos y Ángeles y en los merecimientos se les
adelantó amando más que ellos ¿qué sería lo que
obraba, merecía y amaba, cuando era levantada por el
poder Divino a otros beneficios y estado más alto de la
visión beatífica o conocimiento claro de la divinidad? Si
al entendimiento angélico le faltarían fuerzas para
entenderlo y penetrarlo ¿cómo tendrá palabras para
explicarlo una criatura terrena? Yo quisiera a lo menos
que todos los mortales conocieran el valor y precio de
esta virtud de la fe, considerándola en este divino
ejemplar donde llegó a los últimos términos de su
perfección y adecuadamente tocó el fin para que fue
fabricada. Lleguen los infieles, herejes, paganos,
idólatras a la maestra de la fe, María Santísima, para
que sean iluminados en sus engaños y tenebrosos errores
y hallarán el camino seguro para atinar con el último fin
para que fueron criados. Lleguen también los católicos y
conozcan el copioso premio de esta excelente virtud y
pidan con los Apóstoles al Señor que les aumente la fe
(Lc., 17, 5), no para llegar a la de María Santísima, mas
para imitarla y seguirla, pues con su fe nos enseña y nos
da esperanza de alcanzarla nosotros por sus
merecimientos altísimos.
501. Al patriarca Abrahán llamó San Pablo (Rom., 4, 11)
padre de todos los creyentes, porque fue quien primero
recibió las promesas del Mesías y creyó todo lo que
Dios le prometió, creyendo en esperanza contra
23
esperanza (Rom., 4, 18), que es decir cuán excelente fue
la fe del Patriarca, pues el primero creyó las promesas
del Señor, cuando no podía tener esperanza humana en
la virtud de las causas naturales, así para que su mujer
Sara le pariese un hijo ya estéril, como para que
ofreciéndosele después a Dios en sacrificio como se lo
mandaba, le quedase de él la sucesión innumerable
(Gén., 15, 5) que el mismo Señor le había prometido.
Todo esto que naturalmente era imposible y otras palabras
y promesas creyó Abrahán que haría el poder divino
sobrenaturalmente, y por esta fe mereció ser llamado
padre de todos los creyentes y recibir la señal de la fe en
que se había justificado, que fue la circuncisión.
502. Pero nuestra preexcelsa señora María tiene
mayores títulos y prerrogativas que Abrahán para ser
llamada Madre de la fe y de todos los creyentes y en su
mano está enarbolado el estandarte y vexilo de la fe
para todos los creyentes de la ley de gracia. Primero fue
el Patriarca en el orden del tiempo, y de primer intento
fue dado por padre y cabeza del pueblo hebreo; grande y
excelente fue su fe en las promesas de Cristo nuestro
Señor y en las palabras del Altísimo; pero en todas estas
obras fue la fe de María Purísima más admirable sin
comparación, y así es la primera en la dignidad. Mayor
dificultad o imposibilidad era parir y concebir una virgen
que una vieja estéril; y no estaba el patriarca Abrahán
tan cierto de que se ejecutara el sacrificio de Isaac, como
lo estaba María Santísima de que sería con efecto
sacrificado su Hijo Santísimo. Y ella fue la que en todos
los misterios creyó, esperó y enseñó a toda la Iglesia
cómo debía creer en el Altísimo y las obras de la
Redención. Y conocida la fe de María nuestra Reina, ella
es la madre de los creyentes y el ejemplar de la fe
católica y de la santa esperanza. Y para concluir este
capítulo, digo que Cristo, nuestro Redentor y Maestro,
como era comprensor y su alma santísima gozaba la
24
suma gloria y visión beatífica, no tenía fe ni podría usar
de ella, ni con sus actos pudo ser maestro de esta virtud.
Pero lo que no pudo hacer el Señor por sí mismo hizo por
su Madre Santísima, constituyéndola fundadora, madre y
ejemplar de la fe de su Iglesia Evangélica, y para que el
día del juicio universal sea esta soberana Señora y Reina
juez que singularmente asista con su Hijo Santísimo a
juzgar los que después no han creído, habiéndoles dado
este ejemplo en el mundo.
Doctrina de la Madre de Dios y Señora nuestra.
503. Hija mía, el tesoro inestimable de la virtud de la fe
divina está oculto a los mortales que sólo tienen ojos
carnales y terrenos; porque no le saben dar el aprecio y
estimación que piden este don y beneficio de tan
incomparable valor. Advierte, carísima, y considera cuál
estuvo el mundo sin fe y cuál estaría hoy si mi Hijo y
Señor no la conservase. ¡Cuántos hombres que el mundo
ha celebrado por grandes, poderosos y sabios, por
faltarles la luz de la fe se despeñaron desde las tinieblas
de su infidelidad en abominables pecados y de allí a las
tinieblas eternas del infierno! ¡Cuántos reinos y provincias
llevaron ciegas y llevan hoy tras de sí estos más ciegos,
hasta caer todos en la fóvea de las penas eternas! A
estos siguen los malos fieles y creyentes que, habiendo
recibido esta gracia y beneficio de la fe, viven con él
como si no le tuviesen en sus almas.
504. No te olvides, amiga mía, de agradecer esta
preciosa margarita que te ha dado el Señor, como arras y
vínculo del desposorio que contigo ha celebrado para
traerte al tálamo de su Santa Iglesia y después al de su
eterna visión beatífica. Ejercita siempre esta virtud de la
fe, pues ella te pone cerca del último fin adonde caminas
y del objeto que deseas y amas. Ella es la que enseña el
camino cierto de la eterna felicidad, ella es la que luce
25
en las tinieblas de la vida mortal de los viadores y los
lleva seguros a la posesión de su patria, adonde debían
caminar si no estuvieran muertos con la infidelidad y
pecados. Ella es la que despierta las demás virtudes, la
que sirve de alimento al justo y le entretiene en sus
trabajos. Ella es la que confunde y atemoriza a los
infieles y a los tibios fieles, negligentes en el obrar;
porque les manifiesta en esta vida sus pecados y en la
otra el castigo que les aguarda. Es la fe poderosa para
todo, pues al creyente nada le es imposible (Mc., 9, 22),
antes lo puede y lo alcanza todo; es la que ilustra y
ennoblece al entendimiento humano, pues le adiestra
para que no yerre en las tinieblas de su natural
ignorancia y le levanta sobre sí mismo para que vea y
entienda con infalible certeza lo que no alcanzara por
sus fuerzas y lo crea tan seguro como si lo viera con
evidencia; y le desnuda de la grosería y villanía, cual es
no creer el hombre más de aquello que él mismo con su
cortedad alcanza, siendo tan poco y limitado mientras
vive el alma en la cárcel del cuerpo corruptible, sujeta en
el entender al uso grosero de los sentidos. Estima, pues,
hija mía, esta preciosa margarita de la fe católica que
Dios te ha dado y guárdala y ejercítala con aprecio y
reverencia.
CAPITULO 7
De la virtud de la esperanza y ejercicio de ella que
tuvo la Virgen Señora nuestra.
505. A la virtud de la fe sigue la esperanza, a quien ella
se ordena; porque si el Altísimo Dios nos infunde la luz de
la fe Divina, con que todos sin diferencia y sin aguardar
tiempo vengamos en el conocimiento infalible de la
Divinidad y de sus misterios y promesas, es para que
conociéndole por nuestro último fin y felicidad, y también
los medios para llegar a él, nos levantemos en un
26
vehemente deseo de conseguirle cada uno para sí mismo.
Este deseo, a quien se sigue como efecto el conato de
alcanzar el sumo bien, se llama esperanza, cuyo hábito
se nos infunde en el bautismo en nuestra voluntad, que se
llama apetito racional; porque a ella le toca apetecer la
eterna felicidad como su mayor bien e interés y también
el esforzarse con la Divina gracia para alcanzarle y
vencer las dificultades que en esta contienda se
ofrecieren.
506. Cuán excelente virtud es la esperanza, se conoce
de que tiene por objeto a Dios como último y sumo bien
nuestro, aunque le mira y le busca como ausente, pero
como posible o adquirible por medio de los
merecimientos de Cristo y de las obras que hace quien
espera. Regúlanse los actos y operaciones de esta virtud
por la lumbre de la fe Divina y de la prudencia particular
con que aplicamos a nosotros mismos las promesas
infalibles del Señor; y con esta regla obra la esperanza
infusa tocando el medio de la razón, entre los vicios
contrarios de la desesperación y presunción, para que ni
vanamente presuma el hombre alcanzar la gloría eterna
con sus fuerzas o sin hacer obras para merecerla, ni
tampoco si quiere hacerlas tema ni desconfíe que la
alcanzará, como el Señor se lo promete y asegura. Y
esta seguridad común y general a todos, enseñada
por la Fe Divina, se aplica el hombre que espera por
medio de la prudencia y sano juicio que hace de sí mismo
para no desfallecer ni desesperar.
507. Y de aquí se conoce que la desesperación puede
venir de no creer lo que la fe nos promete o, en caso que
se crea, de no aplicarse a sí mismo la seguridad de las
promesas Divinas, juzgando con error que él no puede
conseguirlas. Entre estos dos peligros procede segura la
esperanza, suponiendo y creyendo que no me negará
Dios a mí lo que prometió a todos y que la promesa no
27
fue absoluta sino debajo de condición, que yo de mi parte
trabajase y procurase merecerla en cuanto me fuese
posible con el favor de su divina gracia; porque si Dios
hizo al hombre capaz de su vista y eterna gloria, no era
conveniente que llegase a tanta felicidad por medio del
mal uso de las mismas potencias con que le había de
gozar, que son los pecados, sino usando de ellas con
proporción al fin adonde con ellas camina, Y esta
proporción consiste en el buen uso de las virtudes, con las
cuales se dispone el hombre para llegar a gozar del sumo
bien, buscándole desde luego en esta vida con el conocimiento
y amor Divino.
508. Tuvo, pues, esta virtud de la esperanza en María
Santísima el sumo grado de perfección posible en sí y con
todos sus efectos y circunstancias o condiciones; porque
el deseo y conato de conseguir el último fin de la vista y
fruición Divina tuvo en ella mayores causas que en todas
las criaturas; y esta fidelísima y prudentísima Señora no
impedía sus efectos, antes los ejecutaba con suma
perfección posible a pura criatura. No sólo tuvo Su Alteza
fe infusa de las promesas del Señor, a la cual, siendo
como fue la mayor, correspondía también
proporcionadamente la mayor esperanza; pero tuvo
sobre la fe la visión beatífica, en que por experiencia
conoció la infinita verdad y fidelidad del Altísimo. Y si
bien no usaba de la esperanza cuando gozaba de la vista
y posesión de la Divinidad, pero después que se reducía
al estado ordinario le ayudaba la memoria del sumo bien
que había gozado para esperarle y apetecerle ausente
con mayor fuerza y conato; y este deseo era un género de
nueva y singular esperanza en la Reina de las Virtudes.
509. Otra causa tuvo también la esperanza de María
Santísima para ser mayor y sobre la esperanza de todos
los fieles juntos; porque el premio y gloria de esta
soberana Reina, que es el principal objeto de la
28
esperanza, fue sobre toda la gloria de los Ángeles y
Santos; y conforme al conocimiento de tanta gloria que el
Altísimo le dio, tuvo la suma esperanza y afectó para
conseguirla. Y para que llegase a lo supremo de esta
virtud, esperando dignamente todo lo que el brazo
poderoso de Dios quería obrar en ella, fue prevenida con
la luz de la fe suprema, con los hábitos y auxilios y dones
proporcionados y con especial movimiento del Espíritu
Santo. Y lo mismo que decimos de la suma esperanza
que tuvo del objeto principal de esta virtud, se ha de
entender de los otros objetos que llaman secundarios,
porque los beneficios, dones y misterios que se obraron
en la Reina del cielo fueron tan grandes, que no pudo
extenderse a más el brazo del omnipotente Dios. Y como
esta gran Señora los había de recibir mediante la fe y
esperanza de las promesas Divinas, proporcionándose
con estas virtudes para recibirlas, por eso era
necesario que su fe y esperanza fuesen las mayores que
en pura criatura eran posibles.
510. Y si, como queda dicho (Mc., 9, 22) de la virtud de
la fe, tuvo la Reina del cielo conocimiento y fe explícita
de todas las verdades reveladas y de todos los misterios
y obras del Altísimo, y a los actos de fe correspondían los
de la esperanza, ¿quién podrá entender, fuera del
mismo Señor, cuántos y cuáles serían los actos de
esperanza que tuvo esta Señora de las virtudes, pues
conoció todos los misterios de su propia gloria y felicidad
eterna y los que en ella y en el resto de la Iglesia
Evangélica se habían de obrar por los méritos de su Hijo
Santísimo? Por sola María, su Madre, formara Dios esta
virtud y la diera como la dio a todo el linaje humano,
como antes dijimos de la virtud de la fe (Cf. supra 499).
511. Por esta razón la llamó el Espíritu Santo Madre del
amor hermoso y de la santa esperanza (Eclo., 24, 24); y
así como el darle carne al Verbo Divino la hizo Madre de
29
Cristo, así el Espíritu Santo la hizo Madre de la
esperanza; porque con su especial concurso y operación
concibió y parió esta virtud para los fieles de la Iglesia. Y
el ser Madre de la santa esperanza fue como
consiguiente y anejo a ser Madre de Jesucristo nuestro
Señor, pues conoció que en su Hijo nos daba toda nuestra
segura esperanza. Y por estos concebimientos y partos
adquirió la Reina Santísima cierto género de dominio y
autoridad sobre la gracia y promesas del Altísimo que
con la muerte de Cristo nuestro Redentor, hijo de María,
se habían de cumplir; porque todo nos lo dio esta Señora,
cuando mediante su voluntad libre concibió y parió al
Verbo Humanado y en él todas nuestras esperanzas.
Donde se cumplió legítimamente aquello que la dijo el
Esposo: Tus emisiones fueron paraíso (Cant., 4, 13);
porque todo cuanto salió de esta Madre de la Gracia fue
para nosotros felicidad, paraíso y esperanza cierta de
conseguirle.
512. Padre Celestial y verdadero tenía la Iglesia en
Jesucristo, que la engendró, fundó y con sus
merecimientos y trabajos la enriqueció de gracias,
ejemplos y doctrinas, como era consiguiente a ser tal
Padre y Autor de esta admirable obra; parece que a su
perfección convenía que juntamente tuviese Madre
amorosa y blanda, que con regalo y caricia suave y con
maternal afecto e intercesiones criase a sus pechos los
hijos párvulos (1 Cor., 3,1), y con tierno y dulce mantenimiento
los alimentase, cuando por su pequeñez no
pueden sufrir el pan de los robustos y fuertes. Esta dulce
madre fue María Santísima, que desde la primitiva
Iglesia, cuando nacía en los tiernos hijos de la ley de
gracia, les comenzó a dar dulce leche de luz y doctrina
como piadosa madre; y hasta el fin del mundo continuará
este oficio con sus ruegos en los nuevos hijos que cada
día engendra Cristo nuestro Señor con los méritos de su
sangre y por los ruegos de la Madre de Misericordia. Por
30
ella nacen, ella los cría y alimenta y ella es dulce Madre,
vida y esperanza nuestra, el original de la que nosotros
tenemos, el ejemplar a quien imitamos, esperando por su
intercesión conseguir la eterna felicidad que su Hijo
Santísimo nos mereció y los auxilios que por ella nos
comunica, para que así la alcancemos.
Doctrina de la Santísima Virgen.
513. Hija mía, con las dos virtudes fe y esperanza, como
con dos alas de infatigable vuelo, se levantaba mi
espíritu buscando al interminable y sumo bien, hasta
descansar en la unión de su íntimo y perfecto amor.
Muchas veces gozaba y gustaba de su vista clara y
fruición, pero como este beneficio no era continuo por el
estado de pura viadora, éralo el ejercicio de la fe y
esperanza; que como quedaban fuera de la visión y
posesión, luego las hallaba en mi mente y no hacía otro
intervalo en sus operaciones. Y los efectos que en mí
hacían, el afecto, conato y anhelo que causaban en mi
espíritu para llegar a la eterna posesión de la fruición
divina, no puede entenderlo con su cortedad el
entendimiento criado adecuadamente, pero conocerálo
en Dios con alabanza eterna el que mereciere gozar de
su vista en el cielo.
514. Y tú, carísima, pues tanta luz has recibido de la
excelencia de esta virtud y de las obras que yo ejercitaba
con ella, trabaja por imitarme sin cesar según las fuerzas
de la Divina gracia. Renueva siempre y confiere en tu
memoria las promesas del Altísimo y con la certeza de la
fe que tienes de su verdad levanta el corazón con
ardiente deseo, anhelando a conseguirlas; y con esta
firme esperanza te puedes prometer por los méritos de
mi Hijo Santísimo que llegarás a ser moradora de la
celestial patria y compañera de todos los que en ella con
inmortal gloria miran la cara del Altísimo. Y si con esta
31
ayuda que tienes levantas tu corazón de lo terreno y
pones toda tu mente fija en el bien inconmutable por
quien suspiras, todo lo visible te será pesado y molesto y
lo juzgarás por vil y contemptible y nada podrás apetecer
fuera de aquel amabilísimo y deleitable objeto de tus
deseos. En mi alma fue este ardor de la esperanza como
de quien con la fe le había creído y con experiencia le
había gustado, lo cual ninguna lengua ni palabras
pueden explicar ni decir.
515. Fuera de esto, para que más te muevas, considera
y llora con íntimo dolor la infelicidad de tantas almas,
que son imagen de Dios y capaces de su gloria y por sus
culpas están privadas de la esperanza verdadera de
gozarle. Si los hijos de la Santa Iglesia hicieran pausa
en sus vanos pensamientos y se detuvieran a pensar y
pesar el beneficio de haberles dado fe y esperanza
infalible, separándolos de las tinieblas y señalándolos sin
merecerlo ellos con esta divisa, dejando perdida la ciega
infidelidad, sin duda se avergonzarían de su torpísimo
olvido y reprendieran su fea ingratitud. Pero
desengáñense, que les aguardan más formidables
tormentos, y que a Dios y a los Santos son más
aborrecibles por el desprecio que hacen de la Sangre
derramada de Cristo, en cuya virtud se les han hecho
estos beneficios; y como si fueran fábulas desprecian el
fruto de la verdad, corriendo todo el término de la vida
sin detenerse sólo un día, y muchos ni una hora, en la
consideración de sus obligaciones y de su peligro. Llora,
alma, este lamentable daño y según tus fuerzas trabaja y
pide el remedio a mi Hijo Santísimo y cree que cualquier
desvelo y conato que en esto pongas te será premiado de
Su Majestad.
CAPITULO 8
De la virtud de la caridad de María Santísima
32
Señora nuestra.
516. La virtud sobreexcelentísima de la Caridad es la
señora, la Reina, la Madre, alma, vida y hermosura de
todas las otras virtudes; la caridad es quien las gobierna
todas, las mueve y encamina a su verdadero y último fin;
ella las engendra en su ser perfecto, las aumenta y
conserva, las ilustra y adorna y les da vida y eficacia. Y si
todas las demás causan en la criatura alguna perfección
y ornato, la caridad se la da y las perfecciona;
porque sin caridad todas son feas, oscuras,
lánguidas, muertas y sin provecho; porque no
tienen perfecto movimiento de vida ni sentido. La caridad
es la benigna (1 Cor., 13, 4), paciente, mansísima, sin
emulación, sin envidia, sin ofensa, la que nada se
apropia, que todo lo distribuye, causa todos los bienes y
no consiente alguno de los males cuanto es de su parte;
porque es la mayor participación del verdadero y sumo
bien. ¡Oh virtud de las virtudes y suma de los tesoros del
Cielo! Tú sola tienes la llave del paraíso; tú eres la aurora
de la eterna luz, sol del día de la eternidad, fuego que
purificas, vino que embriagas dando nuevo sentido,
néctar que letificas, dulzura que sacias sin hastío, tálamo
en que descansa el alma y vínculo tan estrecho que con
el mismo Dios nos haces uno (Jn., 17, 21), al modo que lo
son el Eterno Padre con el Hijo y entrambos con el
Espíritu Santo.
517. Por la incomparable nobleza de esta señora de las
virtudes el mismo Dios y Señor, a nuestro entender, quiso
honrarse con su nombre, o quiso honrarla a ella,
llamándose caridad, como lo dijo san Juan (1 Jn., 4, 16).
Muchas razones tiene la Iglesia Católica para que de las
perfecciones Divinas se le atribuya al Padre la
omnipotencia, al Hijo la sabiduría y al Espíritu Santo el
amor; porque el Padre es principio sin principio, el Hijo
nace del Podre por el entendimiento y el Espíritu Santo
33
de los dos procede por la voluntad; pero el nombre de
caridad y esta perfección se la aplica el Señor a sí mismo
sin diferencia de personas, cuando de todas dijo el
evangelista sin distinción: Dios es caridad( Ib.). Tiene
esta virtud en el Señor ser término y como fin de todas las
operaciones ad intra y ad extra, porque todas las divinas
procesiones, que son las operaciones de Dios dentro de sí
mismo, se terminan en la unión del amor y caridad
recíproca de las Tres Divinas Personas, con que tienen
entre sí otro vínculo indisoluble después de la unidad de
la naturaleza indivisa, en que son un mismo Dios. Todas
las obras ad extra, que son las criaturas, nacieron de la
Caridad Divina y se ordenan a ella, para que saliendo del
mar inmenso de aquella bondad infinita se vuelvan por la
caridad y amor a su origen de donde manaron. Y esto es
singular en la Virtud de la Caridad entre todas las otras
virtudes y dones, que es una perfecta participación de la
Caridad Divina; nace del mismo principio y mira al mismo
fin y se proporciona también con ella más que las otras
virtudes. Y si llamamos a Dios nuestra esperanza, nuestra
paciencia y nuestra sabiduría, es porque la recibimos de
su mano y no porque estén en Dios estas virtudes como
en nosotros. Pero la caridad no sólo la recibimos del
Señor, ni él se llama caridad sólo porque nos la
comunica, sino porque en sí mismo la tiene
esencialmente; y de aquella Divina perfección que
imaginamos como forma y atributo de su naturaleza
Divina redunda nuestra caridad con más perfección y
proporción que otra alguna virtud.
518. Otras condiciones admirables tiene la caridad de
parte de Dios para nosotros; porque siendo ella el
principio que nos comunicó todo el bien de nuestro ser, y
después el sumo bien que es el mismo Dios, viene a ser el
estímulo y ejemplar de nuestra caridad y amor con el
mismo Señor; porque si para amarle no nos despierta y
mueve el saber que en sí mismo es infinito y sumo bien, a
34
lo menos nos obligue y atraiga el saber que es sumo bien
nuestro. Y si no podíamos ni sabíamos amarle primero (1
Jn., 4, 10) que nos diera a su Hijo Unigénito, no tengamos
excusa ni atrevimiento para dejarle de amar después de
habérnosle dado; pues si tenemos disculpa para no saber
granjear el beneficio, ninguna hallaremos para no
agradecerle con amor después de haberle recibido sin
merecerle.
519. El ejemplar que en la Divina Caridad tiene
la nuestra, declara mucho más la excelencia de esta
virtud, aunque yo con dificultad puedo declarar en
esto mi concepto. Cuando fundaba Cristo Señor
nuestro su perfectísima ley de amor y de gracia, nos
enseñó a ser perfectos a imitación de nuestro Padre
Celestial, que hace nacer el sol, que es suyo, sobre los
justos e injustos (Mt., 5, 45) sin diferencia. Tal doctrina y
tal ejemplo, sólo el mismo Hijo del eterno Padre le podía
dar a los hombres. Entre todas las criaturas visibles
ninguna como el sol nos manifiesta la Caridad Divina y
nos la propone para imitarla; porque este nobilísimo
planeta por su misma naturaleza, sin otra deliberación
más que su inclinación innata, comunica su luz a todas
partes y a todos aquellos que son capaces de recibirla
sin diferencia, y cuanto es de su parte nunca la niega ni
suspende (Dionisio, De Divinis Nominibus, c. IV); y esto lo
hace sin obligarse a nadie, sin recibir beneficio ni retorno
de que tenga necesidad y sin hallar en las cosas que ilumina
y fomenta alguna bondad antecedente que le
mueva y le atraiga, ni esperar otro interés más que
derramar la misma virtud que en sí contiene, para que
todos la participen y comuniquen.
520. Considerando, pues, las condiciones de tan
generosa criatura ¿quién hay que no vea en ellas una
estampa de la caridad increada a quien imitar? Y ¿quién
hay que no se confunda de no imitarla? Y ¿quién
35
imaginará de sí mismo que tiene caridad verdadera si no
la imita? No puede nuestra caridad y amor causar alguna
bondad en el objeto que ama, como lo hace la caridad
increada del Señor; pero a lo menos, si no podemos
mejorar lo que amamos, bien podemos amar a todos sin
intereses de mejorarnos y sin andar deliberando y
escogiendo a quién amar y hacer bien con esperanza del
retorno. No digo que la caridad no es libre, ni que hizo
Dios alguna obra fuera de sí por natural necesidad, ni
corre en esto el ejemplo; porque todas las obras ad extra,
que son las de la creación, son libres en Dios. Pero la
voluntad libre no ha de torcer ni violentar la inclinación e
impulso de la caridad; antes debe seguirla a imitación
del sumo bien que, pidiendo su naturaleza comunicarse,
no le impidió la Divina voluntad, antes se dejó llevar y
mover de su misma inclinación para comunicar los rayos
de su luz inaccesible a todas las criaturas según la
capacidad de cada una para recibirla, sin haber
precedido de nuestra parte bondad alguna, servicio o
beneficio y sin esperarle después, porque de nadie tiene
necesidad.
521. Habiendo ya conocido en parte la condición de la
caridad en su principio, que es Dios, donde, fuera del
mismo Señor, la hallaremos en toda su perfección posible
a pura criatura es María Santísima, de quien más
inmediatamente podemos copiar la nuestra. Claro está
que saliendo los rayos de esta luz y Caridad del Sol Increado,
donde está sin término ni fin, se va comunicando
a todas las criaturas hasta la más remota con orden, con
medida y tasa, según el grado que tiene cada una por
estar más cerca o más distante de su principio. Y este
orden dice el lleno y perfección de la Divina Providencia;
pues sin él estuviera como defectuosa, confusa y manca
la armonía de las criaturas que había criado para la
participación de su bondad y amor. El primer lugar en
este orden había de tener después del mismo Dios
36
aquella alma y aquella persona que juntamente fuese
Dios Increado y hombre criado; porque a la suma y
suprema unión de naturaleza siguiese la suma gracia y
participación de amor, como estuvo y está en Cristo
Señor nuestro.
522. El segundo lugar toca a su Madre Santísima
María, en quien con singular modo descansó la caridad
y amor Divino; porque, a nuestro modo de entender, no
sosegaba harto la Caridad Increada sin comunicarse a
una pura criatura con tanta plenitud, que en ella
estuviese recopilado el amor y caridad de toda su
generación humana y que sola ella pudiese suplir por lo
restante de su naturaleza pura y dar el retorno posible y
participar la Caridad Increada sin las menguas y
defectos que le mezclan todos los demás mortales infectos,
del pecado. Sola María entre todas las criaturas fue
electa como el Sol de justicia (Cant., 6, 9), para que le
imitase en la caridad y copiase de él esta virtud
ajustadamente con su original. Y sola ella supo amar más
y mejor que todas juntas, amando a Dios pura, perfecta,
íntima y sumamente por Dios y a las criaturas por el
mismo Dios y como Él las ama. Sola ella adecuadamente
siguió el impulso de la Caridad y su inclinación generosa
amando al sumo bien por sumo bien, sin otra atención;
amando a las criaturas por la participación que tienen de
Dios, no por el retorno y retribución. Y para imitar en todo
a la Caridad Increada, sola María Santísima pudo y supo
amar para mejorar a quien es amado; pues con su amor
obró de suerte, que mejoró el cielo y la tierra en todo lo
que tiene ser, fuera del mismo Dios.
523. Y si la caridad de esta gran Señora se pusiera en
una balanza y la de todos los hombres y ángeles en otra,
pesara más la de María Purísima que la de todo el resto
de las criaturas, pues todas ellas no alcanzaron a saber
tanto como ella sola de la naturaleza y condición de la
37
Caridad de Dios; y consiguientemente sola María supo
imitarla con adecuada perfección sobre toda la naturaleza
de puras criaturas intelectuales. Y en este exceso de
amor y caridad, satisfizo y correspondió a la deuda del
amor infinito del Señor con las criaturas todo cuanto a
ellas se les podía pedir, no habiendo de ser de
equivalencia infinita, porque esto no era posible. Y como
el amor y caridad del alma santísima de Jesucristo tuvo
alguna proporción con la unión hipostática en el grado
posible, así la caridad de María tuvo otra proporción con
el beneficio de darle el Eterno Padre a su Hijo Santísimo,
para que ella fuese juntamente Madre suya y le
concibiese y pariese para remedio del Mundo.
524. De donde entenderemos que todo el bien y felicidad
de las criaturas se viene a resolver por algún modo en la
caridad y amor que María Santísima tuvo a Dios. Ella hizo
que esta virtud y participación del amor Divino estuviese
entre las criaturas en su última y suma perfección. Ella
pagó esta deuda por todos enteramente cuando todos no
atinaban a hacer la debida recompensa ni la alcanzaban
a conocer. Ella con esta perfectísima Caridad obligó en la
forma posible al Eterno Padre para que le diese su Hijo
Santísimo para sí y para todo el linaje humano; porque si
María Purísima hubiera amado menos y su caridad
tuviera alguna mengua, no hubiera disposición en la
naturaleza para que el Verbo se humanara; pero
hallándose entre las criaturas alguna que hubiese
llegado a imitar la caridad Divina en grado tan supremo,
ya era como consiguiente que descendiese a ella el
mismo Dios, como lo hizo.
525. Todo esto se encerró en llamarla el Espíritu Santo
Madre de la hermosa dilección o amor (Eclo., 24, 24),
atribuyéndole a ella misma estas palabras —como en su
modo queda dicho de la santa esperanza (Cf. supra n.
511)—; Madre es María del que es nuestro dulcísimo
38
amor, Jesús, Señor y Redentor nuestro, hermosísimo sobre
los hijos de los hombres por la divinidad de infinita e
increada hermosura y por la humanidad que ni tuvo
culpa, ni dolo (1 Pe., 2, 22), ni le faltó gracia de las que
pudo comunicarle la Divinidad. Madre también es del
amor hermoso; porque sola ella engendró en su mente el
amor y caridad perfecta y hermosísima dilección, que
todas las demás criaturas no supieron engendrar con
toda su hermosura y sin alguna falta, para que no se
llamase absolutamente hermoso. Madre es de nuestro
amor; porque ella nos le trajo al mundo, ella nos le
granjeó y ella nos le enseñó a conocer y obrar; que sin
María Santísima no quedaba otra pura criatura en el
Cielo ni en la tierra de quien pudieran los hombres y los
Ángeles ser discípulos del amor hermoso. Y así es que
todos los Santos son como unos rayos de este sol y como
unos arroyuelos que salen de este mar; y tanto más saben
amar, cuanto más participan del amor y caridad de
María Santísima y la imitan y copian ajustándose con
ella.
526. Las causas que tuvo esta caridad y amor de nuestra
princesa María fueron la profundidad de su altísimo
conocimiento y sabiduría, así por la fe infusa y esperanza
como por los dones del Espíritu Santo, de ciencia,
entendimiento y sabiduría; y sobre todo por las visiones
intuitivas y las que tuvo abstractivas de la Divinidad. Por
todos estos medios alcanzó el altísimo conocimiento de la
caridad increada y la bebió en su misma fuente; y como
conoció que Dios debía ser amado por sí mismo y la
criatura por Dios, así lo ejecutó y obró con intensísimo y
ferventísimo amor. Y como el poder Divino no hallaba
impedimento ni óbice de culpa, ni de inadvertencia,
ignorancia o imperfección, o tardanza en la voluntad de
esta Reina, por esto pudo obrar todo lo que quiso y lo que
no hizo con las demás criaturas; porque ninguna otra tuvo
la disposición que María Santísima.
39
527. Este fue el prodigio del poder divino y el mayor
ensayo y testimonio de su caridad increada en pura
criatura y el desempeño de aquel gran precepto natural
y divino: Amarás a tu Dios de todo tu corazón, alma y
mente, y con todas tus fuerzas (Dt., 6, 5); porque sola
María desempeñó a todas las criaturas de esta
obligación y deuda que en esta vida y antes de ver a Dios
no sabían ni podían pagar enteramente. Esta Señora lo
cumplió siendo viadora más ajustadamente que los
mismos Serafines siendo comprensores. Desempeñó
también a Dios en su modo en este precepto, para que no
quedara vacío y como frustrado de parte de los viadores;
pues sola María Purísima le santificó y llenó por todos
ellos, supliendo abundantemente todo lo que a ellos les
faltó. Y si no tuviera Dios presente a María nuestra Reina
para intimar a los mortales este mandato de tanto amor y
caridad, por ventura no le hubiera puesto en esta forma;
pero sólo por esta Señora se complació en ponerle y a
ella se le debemos, así el mandato de la caridad perfecta
como su cumplimiento adecuado.
528. ¡Oh dulcísima y hermosísima Madre de la hermosa
dilección y caridad, todas las naciones te conozcan,
todas las generaciones te bendigan, todas las criaturas
te magnifiquen y alaben! Tú sola eres la perfecta, tú sola
la dilecta, tú sola la escogida para tu Madre la Caridad
Increada; ella te formó única y electa como el sol (Cant.,
6, 9) para resplandecer en tu hermosísimo y perfectísimo
amor. Lleguemos todos los míseros hijos de Eva a este
sol, para que nos ilustre y encienda. Lleguemos a esta
Madre para que nos reengendre en amor. Lleguemos a
esta Maestra para que nos enseñe a tener el amor,
dilección y caridad hermosa y sin defectos. Amor dice un
afecto que se complace y descansa en el amado;
dilección, obra de alguna elección y separación de lo que
se ama de todo lo demás; y caridad dice sobre todo esto
40
un íntimo aprecio y estimación del bien amado. Todo esto
nos enseñará la Madre de este amor hermoso, que por
tener todas estas condiciones viene a serlo, y en ella
aprenderemos a amar a Dios por Dios, descansando en Él
todo nuestro corazón y afectos; a separarle de todo lo
demás que no es el mismo sumo bien, pues le ama menos
quien con él quiere amar otra cosa; a saberle apreciar y
estimar sobre el oro y sobre todo lo precioso; pues en su
comparación todo lo precioso es vil, toda la hermosura es
fealdad y todo lo grande y estimable a los ojos carnales
viene a ser contemptible y sin algún valor. De los efectos
de la caridad de María Santísima hablo en toda esta
Historia, y de ellos está lleno el Cielo y la tierra; y por eso
no me detengo a contar en particular lo que no puede
caber en lenguas ni palabras humanas ni angélicas.
Doctrina de la Reina del Cielo.
529. Hija mía, si con afecto de Madre deseo que me
sigas y me imites en todas las otras virtudes, en esta de
la caridad, que es el fin y corona de todas ellas, quiero,
te intimo y declaro mi voluntad de que extiendas
sobremanera todas tus fuerzas para copiar en tu alma
con mayor perfección todo lo que se te ha dado a
conocer en la mía. Enciende la luz de la fe y de la razón
para hallar esta dracma (Lc., 15,8) de infinito valor y,
habiéndola topado, olvida y desprecia todo lo terreno y
corruptible; y en tu mente una y muchas veces confiere,
advierte y pondera las infinitas razones y causas que hay
en Dios para ser amado sobre todas las cosas; y para que
entiendas cómo debes amarle con la perfección que
deseas, éstas serán como señales y efectos del amor, si
le tienes perfecto y verdadero: si meditas y piensas en
Dios continuamente; si cumples sus mandamientos y
consejos sin tedio ni disgusto; si temes ofenderle; si
ofendido solicitas luego aplacarle; si te dueles de que
sea ofendido y te alegras de que todas las criaturas
41
le sirvan; si deseas y gustas hablar continuamente de
su amor; si te gozas de su memoria y presencia; si te
contristas de su olvido y ausencia; si amas lo que él ama
y aborreces lo que aborrece; si procuras traer a todos a
su amistad y gracia; si le pides con confianza; si recibes
con agradecimiento sus beneficios; si no los pierdes y
conviertes a su honra y gloria; si deseas y trabajas por
extinguir en ti misma los movimientos de las pasiones que
te retardan o impiden el afecto amoroso y obras de las
virtudes.
530. Estos y otros efectos señalan como unos índices de
la Caridad, que está en el alma con más o menos
perfección. Y sobre todo, cuando es robusta y encendida,
no sufre ociosidad en las potencias, ni consiente mácula
en la voluntad, porque luego las purifica y consume
todas, y no descansa si no es cuando gusta la dulzura del
sumo bien que ama; porque sin él desfallece (Cant., 2, 5),
está herida y enferma y sedienta de aquel vino que
embriaga (Cant., 5, 1) el corazón, causando olvido de
todo lo corruptible, terreno y momentáneo. Y como la
Caridad es la madre y raíz de todas las otras virtudes,
luego se siente su fecundidad en el alma donde
permanece y vive; porque la llena y adorna de los hábitos
de las demás virtudes, que con repetidos actos va
engendrando, como lo significó el Apóstol (1 Cor., 13, 4).
Y no sólo tiene el alma que está en caridad los efectos de
esta virtud con que ama al Señor, pero estando en
caridad es amada del mismo Dios, recibe del amor Divino
aquel recíproco efecto de estar Dios en el que ama y
venir a vivir como en su templo el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo; beneficio tan soberano que con ningún
término ni ejemplo se puede conocer en la vida mortal.
531. El orden de esta virtud es amar primero a Dios que
es sobre la criatura y luego amarse ella a sí misma y tras
de sí amar lo que está cerca de sí, que es su prójimo. A
42
Dios se ha de amar con todo el entendimiento sin engaño,
con toda la voluntad sin dolo ni división, con toda la
mente sin olvido, con todas las fuerzas sin remisión, sin
tibieza, sin negligencia. El motivo que tiene la caridad
para amar a Dios y todo lo demás a que se extiende es el
mismo Dios; porque debe ser amado por sí mismo, que es
sumo bien infinitamente perfecto y santo. Y amando a
Dios con este motivo, es consiguiente que la criatura se
ame a sí misma y al prójimo como a sí misma; porque ella
y su prójimo no son suyos, tanto como son del Señor, de
cuya participación reciben el ser, la vida y movimiento; y
quien de verdad ama a Dios por quien es, ama también a
todo lo que es de Dios y tiene alguna participación de su
bondad. Por esto la Caridad mira al prójimo como obra y
participación de Dios y no hace diferencia entre amigo y
enemigo; porque sólo mira lo que tienen de Dios y que
son cosa suya y no atiende esta virtud a lo que tiene la
criatura de amigo o enemigo, de bienhechor o
malhechor; sólo diferencia entre quien tiene más o
menos participación de la bondad infinita del Altísimo y
con el debido orden los ama a todos en Dios y por Dios.
532. Todo lo demás que aman las criaturas por otros
fines y motivos, y esperando algún interés y comodidad o
retornó, lo aman con amor de concupiscencia
desordenada o con amor humano o natural; y cuando no
sea amor virtuoso y bien ordenado, no pertenece a la
caridad infusa. Y como es ordinario en los hombres
moverse por estos bienes particulares y fines interesables
y terrenos, por eso hay muy pocos que atiendan,
abracen y conozcan la nobleza de esta generosa virtud,
ni la ejerciten con su debida perfección; pues aun al
mismo Dios buscan y llaman por temporales bienes, o por
el beneficio y gusto espiritual. De todo este
desordenado amor quiero, hija mía, que desvíes tu
corazón y que sólo viva en él la caridad bien ordenada, a
quien el Altísimo ha inclinado tus deseos. Y si tantas
43
veces repites que esta virtud es la hermosa y la
agraciada y digna de ser querida y estimada de todas las
criaturas, estudia mucho en conocerla y, habiéndola
conocido, compra tan preciosa margarita, olvidando y
extinguiendo en tu corazón todo amor que no sea de
Caridad perfectísima. A ninguna criatura has de amar
más de por sólo Dios y por lo que en ella conoces que te
le representa y como cosa suya, y al modo que la esposa
ama a todos los siervos y familiares de la casa de su
esposo porque son suyos; y en olvidándote que amas
alguna criatura sin atender a Dios en ella y amándola por
este Señor, entiende que no la amas con Caridad, ni
como de ti lo quiero y el Altísimo te lo ha mandado.
También conocerás si los amas con Caridad en la
diferencia que hicieres de amigo o enemigo, de apacible
o no apacible, de cortés más o menos y de quien tiene o
no tiene gracias naturales. Todas estas diferencias no las
hace la caridad verdadera, sino la inclinación natural o
las pasiones de los apetitos, que tú debes gobernar con
esta virtud, extinguiéndolos y degollándolos.
CAPITULO 9
De la virtud de la Prudencia de la Santísima Reina
del cielo.
533. Como el entendimiento precede en sus
operaciones a la voluntad y la encamina en las suyas, así
las virtudes que tocan al entendimiento son primero que
las de la voluntad. Y aunque el oficio del entendimiento
es conocer la verdad y entenderla, y por esto se pudiera
dudar si sus hábitos son virtudes —cuya naturaleza consiste
en inclinar y obrar lo bueno—, pero es cierto que
también hay virtudes intelectuales, cuyas operaciones
son loables y buenas, regulándose por la razón y la
verdad, que conoce el entendimiento es su propio bien. Y
cuando se le enseña y propone a la voluntad para que
44
ella le apetezca y le da reglas para hacerlo, entonces el
acto del entendimiento es bueno y virtuoso en el orden
del objeto teológico, como la fe, o moral, como la
prudencia, que entendiendo endereza y gobierna las
operaciones de los apetitos. Por esta razón la virtud de la
prudencia es la primera y pertenece al entendimiento; y
ésta es como la raíz de las otras virtudes morales y
cardinales, que con la prudencia son loables sus
operaciones y sin ella son viciosas y vituperables.
534. Tuvo la soberana Reina María esta virtud de la
Prudencia en supremo grado proporcionado al de las
otras virtudes que hasta ahora he dicho y adelante diré
en cada una; y por la superioridad de esta virtud la llama
la Iglesia Virgen Prudentísima. Y como esta primera
virtud es la que gobierna, endereza y manda todas las
obras de las otras virtudes, y en todo el discurso de esta
Historia se trata de las que obraba María Santísima, con
eso estará lleno todo el discurso de lo poco que pudiere
decir y escribir de este piélago de Prudencia, pues en
todas sus obras resplandecerá la luz de esta virtud con
que las gobernaba. Por esto hablaré ahora más en general
de la Prudencia de la soberana Reina, declarándola
por sus partes y condiciones, según la doctrina común de
los Doctores y Santos, para que con esto se pueda
entender mejor.
535. De los tres géneros de Prudencia, que al uno
llaman prudencia política, al otro prudencia purgatoria y
al tercero prudencia del ánimo purgado o purificado y
perfecto, ninguno le faltó a nuestra Reina en supremo
grado; porque si bien sus potencias estaban
purificadísimas o, por decir mejor, no tenían que purificar
de culpa ni de contradicción en la virtud, pero tenían que
purificar en la natural nesciencia y también caminar de lo
bueno y santo a lo más perfecto y santísimo. Y esto se ha
de entender respecto de su mismas obras y
45
comparándolas entre sí mismas y no con las de otras
criaturas; porque en comparación de los demás
Santos, no hubo obra menos perfecta en esta Ciudad de
Dios, cuyos fundamentos estaban sobre los montes
santos (Sal., 86, 1); pero en sí misma, como fue
creciendo desde el instante de la concepción en la
caridad y gracia, unas obras, que fueron en sí
perfectísimas y superiores a todas las de los Santos,
fueron menos perfectas respecto de otras más altas a
que ascendía.
536. La Prudencia política, en general, es la que piensa
y pesa todo lo que se debe hacer y, reduciéndolo a la
razón, nada hace que no sea recto y bueno. La Prudencia
purgatoria o purgativa es la que todo lo visible pospone y
abstrae por enderezar el corazón a la Divina
contemplación y a todo lo que es celestial. La Prudencia
del ánimo purgado es la que mira al sumo bien y
endereza a Él todo el afecto para unirse y descansar allí,
como si ninguna otra cosa hubiera fuera de Él. Todos
estos géneros de Prudencia estaban en el entendimiento
de María Santísima para discernir y conocer sin engaño
y para dirigir y mover sin remisión ni tardanza lo más alto
y perfecto de estas operaciones. Nunca pudo el juicio de
esta soberana Señora dictar ni presumir cosa alguna en
todas las materias, que no fuese lo mejor y más recto.
Nadie alcanzó como ella, ni lo hizo, a posponer y desviar
todo lo mundial y visible, para enderezar el afecto a la
contemplación de las cosas Divinas. Y habiéndolas
conocido como las conoció con tantos géneros de
noticias, de tal suerte estaba unida por amor al sumo
bien increado, que nada la ocupó ni impidió para
descansar en este centro de su amor.
537. Las partes que componen la Prudencia, claro está
que con suma perfección estaban en nuestra Reina. La
primera es la Memoria, para tener presentes las cosas
46
pasadas y experimentadas; de donde se deducen
muchas reglas de proceder y obrar en lo futuro y
presente; porque esta virtud trata de las operaciones en
particular; y como no puede haber una regla general
para todas, es necesario deducir muchas de muchos
ejemplos y experiencias; y para esto se requiere la
memoria. Esta parte tuvo nuestra soberana Reina tan
constante, que jamás padeció el defecto natural del
olvido; porque siempre le quedó inmóvil y presente en la
memoria lo que una vez entendió y aprendió. En este
beneficio transcendió María Purísima todo el orden de la
naturaleza humana y aun la angélica, porque en ella hizo
Dios un epílogo de lo más perfecto de entrambas. Tuvo de
la naturaleza humana lo esencial, y de lo accidental lo
que era más perfecto y lejos de la culpa y necesario para
merecer; y de los dones naturales y sobrenaturales de la
naturaleza angélica tuvo muchos, por especial gracia, en
mayor alteza que los mismos ángeles. Y uno de estos
dones fue la memoria fija y constante, sin poder olvidar lo
que aprendía; y cuanto excedió a los ángeles en la Prudencia,
tanto se aventajó en esta parte de la memoria.
538. En sola una cosa limitó este beneficio
misteriosamente la humilde pureza de María Santísima;
porque habiendo de quedarle fijas en su memoria las
especies de todas las cosas, y entre ellas era inexcusable
haber conocido muchas fealdades y pecados de las
criaturas, pidió al Señor la humildísima y purísima
Princesa que el beneficio de la memoria no se extendiese
a conservar estas especies, más de en lo que fuese
necesario para el ejercicio de la caridad fraternal con los
prójimos y de las demás virtudes. Concedióle el Altísimo
esta petición, más en testimonio de su candidísima humildad
que por el peligro de ella; pues al sol no le ofende lo
inmundo que sus rayos tocan, ni tampoco a los ángeles
los conturban nuestras vilezas, porque para los limpios
todo es limpio (Tit., 1, 15). Pero en este favor quiso
47
privilegiar el Señor de los ángeles a su Madre más que a
ellos y sólo conservar en su memoria las especies de todo
lo santo, honesto, limpio y más amable de su pureza y
más agradable al mismo Señor; con todo lo cual aquella
alma santísima, aun en esta parte, estaba más hermosa y
adornada de especies en su memoria de todo lo más puro
y deseable.
539. Otra parte de la Prudencia se llama inteligencia,
que principalmente mira a lo que de presente se debe
hacer; y consiste en entender profunda y
verdaderamente las razones y principios ciertos de las
obras virtuosas para ejecutarlas, deduciendo su
ejecución de esta inteligencia, así en lo que conoce el
entendimiento de la honestidad de la virtud en general,
como de lo que debe hacer en particular quien ha de
obrar con rectitud y perfección; como cuando tengo
profunda inteligencia de esta verdad: A nadie debes
hacer el daño que tú no quieres recibir de otro; luego a
este tu hermano no debes hacerle agravio particular, que
a ti te pareciera mal, si contigo lo hiciera él mismo o
cualquiera otro. Esta inteligencia tuvo María Santísima en
tanto más alto grado que todas las criaturas, cuanto más
verdades morales conoció y más profundamente penetró
su infalible rectitud y participación de la divina. En
aquel clarísimo entendimiento, ilustrado con los
mayores resplandores de la luz Divina, no había
engaño, ignorancia, ni duda, ni opiniones como en las
demás criaturas; porque todas las verdades, especialmente
en las materias prácticas de las virtudes, las
penetró y entendió en general y en particular, como ellas
son en sí mismas; y en este grado incomparable tuvo esta
parte de Prudencia.
540. La tercera se llama Providencia, y es la principal
entre las partes de la Prudencia, porque lo más
importante en la dirección de las acciones humanas es
48
ordenar lo presente a lo futuro, para que todo se
gobierne con rectitud; y esto hace la Providencia. Tuvo
esta parte de la Prudencia nuestra Reina y Señora en
más excelente grado, si pudiera serlo, que todas las
otras; porque, a más de la memoria de lo pasado y
profunda inteligencia de lo presente, tenía ciencia y
conocimiento infalible de muchas cosas futuras a que se
extendía la buena Providencia. Y con esta noticia y luz
infusa, de tal suerte prevenía las cosas futuras y
disponía los sucesos, que ninguno pudo ser para ella
repentino ni impensado. Todas las cosas tenía previstas,
pensadas y ponderadas en el peso del santuario de su
mente, ilustrada con la luz infusa; y así aguardaba no con
duda ni incertidumbre, como los demás hombres, todos
los sucesos antes que fuesen, pero con certeza clarísima;
de suerte que todo hallase su lugar, tiempo y coyuntura
oportuna, para que todo fuese bien gobernado.
541. Estas tres partes de la Prudencia comprenden las
operaciones que con esta virtud tiene el entendimiento,
distribuyéndolas en orden a las tres partes del tiempo
pretérito, presente y futuro. Pero considerando todas las
operaciones de esta virtud en cuanto conoce los medios
de las otras virtudes y endereza las operaciones de la
voluntad, en esta consideración añaden los doctores y
filósofos otras cinco partes y operaciones a la Prudencia,
que son: docilidad, razón, solercia, circunspección y
cautela. La docilidad es el buen dictamen y disposición
para ser enseñada la criatura de los más sabios, y no
serlo consigo misma, ni estribar en su propio juicio y sabiduría.
La razón, que también se llama raciocinación,
consiste en discurrir con acierto, deduciendo de lo que
se entiende como en general las particulares razones o
consejos para las operaciones virtuosas. La solercia es la
diligente atención y aplicación advertida a todo lo que
sucede, como la docilidad a lo que nos enseñan, para
hacer juicio recto y sacar reglas de bien obrar nuestras
49
acciones. La circunspección es el juicio y consideración
de las circunstancias que ha de tener la obra virtuosa;
porque no basta el buen fin para que sea loable, si le
faltaren los circunstancias y oportunidad que se
requieren en ellas. La cautela dice la discreta atención
con que se deben advertir y evitar los peligros o
impedimentos que pueden ocurrir con color de virtud o
impensadamente, para que no nos hallen incautos o
inadvertidos.
542. Todas estas partes de la Prudencia estuvieron en
la Reina del Cielo sin defecto alguno y con su última
perfección. La docilidad fue en Su Alteza como hija
legítima de su incomparable humildad; pues habiendo
recibido tanta plenitud de ciencia desde el instante de su
Inmaculada Concepción y siendo la Maestra y Madre de
la verdadera sabiduría, siempre se dejó enseñar de los
mayores, de los iguales y menores, juzgándose por menor
que todos y queriendo ser discípula de los que en su
comparación eran ignorantísimos. Esta docilidad mostró
toda la vida como una candidísima paloma, disimulando
su sabiduría con mayor prudencia que de serpiente (Mt.,
10, 16). Dejóse enseñar de sus padres niña y de su
maestra en el templo y de sus compañeras, de su esposo
José, de los Apóstoles y de todas las criaturas quiso
deprender para ser ejemplo portentoso de esta virtud y
de la humildad, como en otro lugar he dicho (Cf. supra n.
405, 472).
543. La razón prudencial o raciocinación de María
Santísima se infiere mucho de las veces que dice de ella
el Evangelista San Lucas (Lc., 2, 19.51) que guardaba en
su corazón y confería lo que iba sucediendo en las obras
y misterios de su Hijo Santísimo. Esta conferencia parece
obra de la razón, con que careaba unas cosas primeras
con otras que iban ocurriendo y sucediendo y las confería
entre sí mismas, para hacer en su corazón prudentísimos
50
consejos y aplicarlos en lo que era conveniente para
obrar con el acierto que lo hacía. Y aunque muchas cosas
conocía sin discurso y con una simplicísima vista o
inteligencia que excedía a todo discurso humano, pero,
en orden a las obras que había de hacer en las virtudes,
podía raciocinar y aplicar con el discurso las razones
generales de las virtudes a sus propias operaciones.
544. En la solercia y diligente advertencia de la
Prudencia también fue la soberana Señora muy
privilegiada; porque no tenía el peso grave de las
pasiones y corrupción, y así no sentía descaecimientos ni
tardanza en las potencias; antes estaba fácil, pronta y
muy expedita para advertir y atender a todo lo que podía
servir para hacer recto juicio y sano consejo en obrar las
virtudes en cualquier caso ocurrente, atendiendo con
presteza y velocidad al medio de la virtud y su operación.
En la circunspección fue María Santísima igualmente
admirable; porque todas sus obras fueron tan
cabales, que a ninguna le faltó circunstancia buena, y
todas tuvieron las mejores, que las pudieran levantar de
punto. Y como eran la mayor parte de sus obras
ordenadas a la caridad de los prójimos, y todas tan
oportunas, por eso en el enseñar, consolar, amonestar,
rogar o corregir, siempre se lograba la eficaz dulzura de
sus razones y agrado de sus obras.
545. La última parte, de la cautela para ocurrir a los
impedimentos que pueden estorbar o destruir la virtud,
era necesario que estuviese en la Reina de los Ángeles
con más perfección que en ellos mismos; porque la
sabiduría tan alta, y el amor que le correspondía, la
hacían tan cauta y advertida que ningún suceso ni
impedimento ocurrente la pudo topar incauta, sin haberle
desviado para obrar con suma perfección en todas las
virtudes. Y como el enemigo, según adelante diré (Cf.
infra p. II n. 353), se desvelaba tanto en ponerle
51
impedimentos exquisitos y extraños para el bien, porque
no los podía mover en sus pasiones, por esto ejercitó la
Prudentísima Virgen esta parte de la cautela muchas
veces con admiración de todos los Ángeles. Y de esta
discreción cautelosa de María Santísima, le cobró el
demonio una temerosa rabia y envidia, deseando conocer
el poder con que le deshacía tantas maquinaciones y
astucias como fraguaba para impedirla o divertirla, y
siempre quedaba frustrado, porque siempre la Señora de
las virtudes obraba lo más perfecto de todas en
cualquiera materia y suceso.
546. Conocidas las partes de que la Prudencia se
integra y compone, se divide en especies según los
objetos y fines para que sirve. Y como el gobierno de la
Prudencia puede ser consigo mismo o con otros, por eso
se divide según que enseña a gobernarse a sí y a otros.
La que sirve a cada uno para el gobierno de sus propias y
especiales acciones, creo se llama enárquica; y de ésta
no hay que decir más de lo que arriba queda declarado
del gobierno que la Reina del Cielo tenía principalmente
consigo misma. La que enseña el gobierno de muchos se
llama poliárquica; y ésta se divide en cuatro especies,
según las diferencias de gobernar diversas partes de
multitud: la primera se llama prudencia regnativa que
enseña a gobernar los reinos con leyes justas y
necesarias, y es propia de los reyes, príncipes y
monarcas y de aquellos donde está la potestad suprema;
la segunda se llama política, determinando este nombre
a la que enseña el gobierno de las ciudades o repúblicas;
la tercera se llama económica, que enseña y dispone lo
que pertenece al gobierno doméstico de las familias y
casas particulares; la cuarta es la prudencia militar, que
enseña a gobernar la guerra y los ejércitos.
547. Ninguno de estos linajes de prudencia faltó a
nuestra gran Reina; porque todos se le dieron en hábito
52
en el instante que fue concebida y santificada
juntamente, para que no le faltase gracia, ni virtud, ni
perfección alguna que la levantase y hermosease sobre
todas las criaturas. Formóla el Altísimo para archivo y
depósito de todos sus dones, para ejemplar de todo el
resto de las criaturas y para desempeño de su mismo
poder y grandeza, y que se conociese enteramente en la
Jerusalén celestial lo que pudo y quiso obrar en una pura
criatura. Y no estuvieron ociosos en María Santísima los
hábitos de estas virtudes, porque todas las ejercitó en el
discurso de su vida en muchas ocasiones que se le
ofrecieron. Y de lo que toca a la prudencia económica,
sabida cosa es cuán incomparable la tuvo en el gobierno
de su casa con su esposo José y con su Hijo Santísimo, en
cuya educación y servicio procedió con tal prudencia,
cual pedía el más alto y oculto sacramento que Dios ha
fiado de las criaturas; de que diré lo que entendiere y
pudiere en su lugar (Cf. infla p.ii n. 653-663, 702-711).
548. El ejercicio de la Prudencia regnativa o monárquica
tuvo como Emperatriz única en la Iglesia, enseñando,
amonestando y gobernando a los Sagrados Apóstoles en
la primitiva Iglesia, para fundarla y establecer en ella las
leyes, ritos y ceremonias más necesarios y convenientes
para su propagación y firmeza. Y aunque les obedecía en
las cosas particulares y preguntaba especialmente a San
Pedro como Vicario de Cristo y cabeza, y a San Juan
como a su capellán, pero juntamente la consultaban y
obedecían ellos y los demás en las cosas generales y en
otras del gobierno de la Iglesia. Enseñó también a los
reyes y príncipes cristianos que la pidieron consejo;
porque muchos la buscaron para conocerla después de la
subida de su Hijo Santísimo a los Cielos (Cf. infra p. II n.
567 y p. III n. 587-588); especialmente la consultaron los
tres Reyes Magos, cuando adoraron al Niño, y ella les
respondió y enseñó todo lo que debían hacer, en su
gobierno y de sus estados, con tanta luz y acierto que fue
53
su estrella y guía para enseñarles el camino de la
eternidad; y volvieron a sus patrias ilustrados, consolados
y admirados de la sabiduría, prudencia y dulcísima
eficacia de las palabras que habían oído a una tierna
doncella. Y para testimonio de todo lo que en esto se
puede encarecer, basta oír a la misma Reina que dice
(Prov., 8, 15-16): Por mí reinan los Reyes, mandan los
Príncipes y los autores de las leyes determinan lo que es
justo.
549. Tampoco le faltó el uso de la prudencia política,
enseñando a las repúblicas y pueblos, y a los de los
primitivos fieles en particular, cómo habían de proceder
en sus acciones públicas y gobierno y cómo debían
obedecer a los reyes y príncipes temporales, y en
particular al Vicario de Cristo y Cabeza de la Iglesia, y a
sus Prelados y Obispos, y cómo se debían disponer los
Concilios, definiciones y decretos que en ellos se hacían.
La prudencia militar tuvo también su lugar en la soberana
Reina; porque fue consultada también sobre esto de
algunos fieles, a quienes aconsejó y enseñó lo que debían
hacer en las guerras justas con sus enemigos, para
obrarlas con mayor justicia y beneplácito del Señor. Y
aquí pudiera entrar el valeroso ánimo y Prudencia con
que venció esta poderosa Señora al príncipe de las
tinieblas y enseñó a pelear con él con suprema sabiduría
y Prudencia, mejor que David con el gigante y Judit con
Holofernes ni Ester con Amán. Y cuando para todas estas
acciones referidas no sirvieran estas especies y hábitos
de Prudencia en la Madre de la sabiduría, convenía que
los tuviese todos, a más del adorno de su alma santísima,
para ser medianera y abogada única del mundo; porque
habiendo de pedir todos los beneficios que Dios había de
conceder a los mortales, sin venir alguno que no fuese
por su mano e intercesión, convenía que tuviese noticia y
perfecto conocimiento de las virtudes que pedía para los
mortales y que se derivasen de esta Señora como de
54
Original y manantial después del mismo Dios y Señor,
donde están como en principio increado.
550. Otros adminículos se le atribuyen a la Prudencia,
que son como instrumentos suyos, y les llaman partes
potenciales con que obra. Estos son, la fuerza o virtud en
hacer sano juicio y se llama synesis, y la que endereza y
forma el buen consejo y se llama ebulia, y la que en
algunos casos particulares enseña a salir de las reglas
comunes y se llama gnome, y ésta es necesaria para la
epiqueya o epiquía, que juzga algunos casos por reglas
superiores a las leyes ordinarias. Con todas estas
perfecciones y fuerza estuvo la Prudencia en María
Santísima; porque nadie como ella supo formar el sano
consejo para todos en los casos contingentes, ni tampoco
pudo nadie, aunque fuese el supremo ángel, hacer tan
recto juicio en todas las materias. Y sobre todo alcanzó
nuestra Prudentísima Reina las razones superiores y
reglas de obrar con todo acierto en las casos que no
podían venir las reglas ordinarias y comunes, de que
sería muy largo discurso quererlos referir aquí; muchos se
entenderán en el progreso de su vida santísima. Y para
concluir todo este discurso de su Prudencia, sea la regla
por donde se ha de medir, la Prudencia del alma
santísima de Cristo Señor nuestro, con quien se ajustó y
asimiló en todo respectivamente, como formada para
coadjutora, semejante a Él mismo en las obras de la
mayor Prudencia y sabiduría que obró el Señor de todo lo
criado y Redentor del mundo.
Doctrina de la Reina del cielo.
551. Hija mía, todo lo que en este capítulo has escrito y
lo que has entendido, quiero que sea doctrina y
advertencia que te doy para el gobierno de todas tus
acciones. Escribe en tu mente y conserva la memoria fija
del conocimiento que te han dado de mi Prudencia en
55
todo lo que pensaba, quería y ejecutaba; y esta luz te
encaminará en medio de las tinieblas de la humana
ignorancia, para que no te confunda y turbe la
fascinación de las pasiones y mucho más, la que con
suma malicia y desvelo trabajan tus enemigos por
introducir en tu entendimiento. El no alcanzar todas
las reglas de la Prudencia, no es culpable en la criatura;
pero el ser negligente en adquirirlas, para estar
advertida en todo como debe, ésta es grave culpa y
causa de muchos engaños y errores en sus obras. Y de
esta negligencia nace que se desmanden las pasiones,
que destruyen e impiden la Prudencia; particularmente la
desordenada tristeza y deleite, que pervierten el juicio
recto de la Prudente consideración del bien y del mal. Y
de aquí nacen dos peligrosos vicios, que son la
precipitación en obrar sin acuerdo de los medios convenientes,
o la inconstancia en los buenos propósitos y
obras comenzadas. La destemplada ira o el indiscreto
fervor, entrambos precipitan y arrebatan en muchas
acciones exteriores que se hacen sin medida y sin
consejo. La facilidad en el juicio y el no tener firmeza en
el bien son causa de que el alma imprudentemente se
mueva de lo comenzado; porque admite lo que en
contrario le ocurre y se agrada livianamente ahora del
verdadero bien y luego del aparente y engañoso que las
pasiones piden y el demonio representa.
552. Contra todos estos peligros te quiero advertida y
prudente, y seráslo si atiendes al ejemplar de mis obras y
conservas los documentos y consejos de la obediencia de
tus padres espirituales, sin la cual nada debes hacer
para proceder con consejo y docilidad. Y advierte que
por ella te comunicará el Altísimo copiosa sabiduría,
porque le obliga sobremanera el corazón blando,
rendido y dócil. Acuérdate siempre de la desdicha de
aquellas vírgenes imprudentes y fatuas (Mt., 25, 1-13) que
por su inadvertida negligencia despreciaron el cuidado y
56
sano consejo, cuando debían tenerle; y después cuando
le buscaban hallaron cerrada la puerta del remedio.
Procura, hija mía, con la sinceridad de paloma juntar la
prudencia de serpiente (Mt., 10, 16), y serán tus obras
perfectas.
CAPITULO 10
De la virtud de la justicia que tuvo María Santísima.
553. La gran virtud de la Justicia es la que más sirve a la
caridad de Dios y del prójimo, y así es la más necesaria
para la conservación y comunicación humana; porque es
un hábito que inclina a la voluntad a dar a cada uno lo
que le toca; y tiene por materia y objeto la igualdad,
ajustamiento o derecho que se debe guardar con los prójimos
y con el mismo Dios. Y como son tantas las cosas en
que puede el hombre guardar esta igualdad o violarla
con los prójimos, y esto por tan diversos modos, por lo
cual la materia de la Justicia es muy dilatada y difusa y
muchas las especies o géneros de esta virtud de Justicia;
en cuanto se ordena al bien público y común, se llama
Justicia legal; y porque a todas las otras virtudes puede
encaminar a este fin, se llama virtud general; aunque no
participe de la naturaleza de las demás; pero cuando la
materia de la Justicia es cosa determinada, y que sólo
toca a personas particulares entre quienes se le guarda a
cada una su derecho, entonces se llama Justicia particular
y especial.
544. Toda esta virtud, con sus partes y géneros o
especies que contiene, guardó la Emperatriz del mundo
con todas las criaturas sin comparación de otra ninguna;
porque sola ella conoció con mayor alteza y comprendió
perfectamente lo que a cada uno se le debía. Y aunque
esta virtud de la Justicia no mira inmediatamente a las
pasiones naturales, como lo hacen la fortaleza y
57
templanza, según adelante diré, pero muchas veces y de
ordinario sucede que, por no estar moderadas y
corregidas las mismas pasiones, se pierde la Justicia con
los prójimos, como lo vemos en los que por desordenada
codicia o deleite sensual usurpan lo ajeno. Pues como en
María Santísima ni había pasiones desordenadas ni
ignorancia para no conocer el medio de las cosas en que
consiste la Justicia, por eso la cumplía con todos obrando
lo justísimo con cada uno, enseñando a que todos lo
hiciesen cuando merecían oír sus palabras y doctrina de
vida. Y en cuanto a la Justicia legal, no sólo la guardó
cumpliendo las leyes comunes, como lo hizo en la
purificación y en otros mandatos de la ley, aunque estaba
exenta como Reina y sin culpa, pero nadie, fuera de su
Hijo Santísimo, atendió como esta Madre de Misericordia
al bien público y común de los mortales, enderezando a
este fin todas las virtudes y operaciones, con que pudo
merecerles la Divina Misericordia y aprovechar a los
prójimos con otros modos de beneficios.
555. Las dos especies de justicia, que son distributiva y
conmutativa, estuvieron también en María Purísima en
grado heroico. La justicia distributiva gobierna las
operaciones con que se distribuyen las cosas comunes a
las personas particulares; y esta equidad guardó Su
Alteza en muchas cosas que por su voluntad y disposición
se hicieron entre los fieles de la primitiva Iglesia; como
en distribuir los bienes comunes para el sustento y otras
necesidades de las personas particulares; y aunque
nunca distribuyó por su mano el dinero, porque jamás lo
trataba, pero repartíase por su orden y otras veces por
sus consejos; pero en estas cosas y otras semejantes
siempre guardó suma Equidad y Justicia, según la
necesidad y condición de cada uno. Lo mismo hacía en la
distribución de los oficios y dignidades o ministerios
que se repartían entre los discípulos y primeros hijos
del Evangelio en las congregaciones y juntas que
58
para esto se hacían. Todo lo ordenaba y disponía esta
sapientísima Maestra con perfecta equidad, porque todo
lo hacía con especial oración e ilustración Divina, a más
de la ciencia y conocimiento ordinario que de todos los
sujetos tenía. Y por esto acudían a ella los Apóstoles para
estas acciones, y otras personas que gobernaban le
pedían consejo; con lo cual todo cuanto por ella era
gobernado se hacía y disponía con entera Justicia y sin
acepción de personas.
556. La Justicia conmutativa enseña a guardar igualdad
recíprocamente en lo que se da y recibe entre las
particulares personas; como dar dos por dos, etc., o el
valor de una cosa guardando igualdad en ello. De esta
especie de Justicia tuvo la Reina del Cielo menos
ejercicio que de las otras virtudes, porque ni compraba ni
vendía cosa alguna por sí misma, y si alguna era
necesario comprar o conmutar, esto lo hacía el Santo
Patriarca José, cuando era vivo, y después lo hacían San
Juan Evangelista o algún otro de los Apóstoles. Pero el
Maestro de la santidad que venía a destruir y arrancar la
avaricia, raíz de todos los males (1 Tim., 6, 10), quiso
alejar de sí mismo y de su Madre Santísima las acciones
y operaciones en que se suele encender y conservar este
fuego de la codicia humana. Y por esto su Providencia
Divina ordenó que ni por su mano ni por la de su Madre
Purísima se ejerciesen las acciones del comercio humano
de comprar y vender, aunque fuesen cosas necesarias
para conservar la vida natural. Más no por eso dejaba
de enseñar la gran Reina todo lo que pertenecía a esta
virtud de Justicia conmutativa, para que la obrasen con
perfección los que en el apostolado y en la Iglesia
primitiva era necesario que usasen de ella.
557. Tiene otras acciones esta virtud que se ejercitan
entre los prójimos, cuales son juzgar unos a otros con
juicio público y civil o con juicio particular; de cuyo
59
contrario vicio habló el Señor por San Mateo cuando dijo
(Mt., 7, 1): No queráis juzgar y no seréis juzgados. En
estas acciones de juicio se le da a cada uno lo que se le
debe, según la estimación del que juzga; y por esto son
acciones justas si se conforman con la razón y si desdicen
de ella son injusticia. Nuestra soberana Reina no ejerció
el juicio público y civil, aunque tenía potestad para ser
juez de todo el universo; pero con sus rectísimos consejos
en el tiempo de su vida, y después con su intercesión y
méritos, cumplió lo que está de ella escrito en los
Proverbios (Prov., 8, 20.16): Yo ando en los caminos de la
justicia y por mí determinan los poderosos lo que es justo.
558. En los juicios particulares nunca pudo haber
injusticia en el corazón purísimo de María Santísima;
porque jamás pudo ser liviana en las sospechas, ni
temeraria en los juicios, ni tuvo dudas; ni cuando las
tuviera las interpretara con impiedad en la peor parte.
Estos vicios injustísimos son propios y como naturales
entre los hijos de Adán, en quienes dominan las pasiones
desordenadas de odio, envidia y emulación en la
malicia, y otros vicios que como esclavos viles los
supeditan. De estas raíces tan infectas nacen las
injusticias, de las sospechas del mal con leves indicios
y de los juicios temerarios y de atribuir lo dudoso a la
peor parte; porque cada uno presume fácilmente de su
hermano la misma falta que en sí mismo admite. Y si con
odio o envidia le pesa del bien de su prójimo y se alegra
de su mal, ligeramente le da el crédito que no debía,
porque se lo desea, y el juicio sigue al afecto. De todos
estos achaques del pecado estuvo libre nuestra Reina,
como quien no tenía parte en él; toda era caridad,
pureza, santidad y amor perfecto lo que en su corazón
entraba y salía; en ella estaba la gracia de toda la
verdad (Eclo., 24, 25) y camino de la vida. Y con la
plenitud de la ciencia y santidad nada dudaba ni
sospechaba; porque todos los interiores conocía y
60
miraba con verdadera luz y misericordia, sin sospechar
mal de nadie, sin atribuir culpa a quien estaba sin ella;
antes remediando a muchos las que tenían y dando a
todos y a cada uno con equidad y justicia lo que le
tocaba y estando siempre dispuesta con benigno corazón
para llenar a todos los hombres de gracias y dulzura de
la virtud.
559. En los dos géneros de justicia, conmutativa y
distributiva, se encierran muchas especies y diferencias
de virtudes, que no me detengo a referirlas; pues todas
las que convenían a María Santísima las tuvo en hábito y
en actos supremos y excelentísimos. Pero hay otras
virtudes que se reducen a la justicia, porque se ejercitan
con otros y participan en algo las condiciones de justicia,
aunque no en todo; porque no alcanzamos a pagar
adecuadamente todo lo que debemos, o porque, si
podemos pagarlo, no es la deuda y obligación tan
estrecha como la induce el rigor de la perfecta justicia
conmutativa o distributiva. De estas virtudes, porque son
muchas y varias, no diré todo lo que contienen; pero por
no dejarlo todo, diré algo en compendio brevísimo para
que se entienda cómo las tuvo nuestra soberana y muy
excelsa Princesa.
560. Deuda justa es dar culto y reverencia a los que son
superiores a nosotros; y según la grandeza de su
excelencia y dignidad, y los bienes que de ellos
recibimos, será mayor o menor nuestra obligación y el
culto que les debemos, aunque ningún retorno sea igual
con el recibo o con la dignidad. Para esto sirven tres
virtudes, según tres grados de superioridad que
reconocemos en los que debemos reverencia. La primera
es la virtud de la religión, con la que damos a Dios el
culto y reverencia que le debemos, aunque su grandeza
excede en infinito y sus dones no pueden tener igual
retorno de agradecimiento ni alabanza. Esta virtud entre
61
las mortales es nobilísima por su objeto, que es el culto
de Dios, y su materia tan dilatada cuantos son los modos
y materias en que Dios puede inmediatamente ser
alabado y reverenciado. Compréndense en esta virtud de
religión las obras interiores de la oración, contemplación
y devoción, con todas sus partes y condiciones, causas,
efectos, objetos y fin. De las obras exteriores se
comprende aquí la adoración latría, que es la suprema y
debida a sólo Dios con sus especies o partes que la
siguen, como son el sacrificio, oblaciones, décimas, votos
y juramentos y alabanzas externas y vocales; porque con
todos estos actos, si debidamente se hacen, es Dios
honrado y reverenciado de las criaturas y por el
contrario con los vicios opuestos es muy ofendido.
561. En segundo lugar está la piedad, que es una virtud
con que reverenciamos a los padres, a quienes después
de Dios debemos el ser y educación, y también a los que
participan esta causa, como son los deudos y la patria,
que nos conserva y gobierna. Esta virtud de la piedad es
tan grande, que se debe anteponer, cuando ella obliga, a
los actos de supererogación de la virtud de la religión,
como lo enseñó Cristo Señor nuestro por san Mateo
(Mt., 15, 3ss), cuando reprendió a los fariseos que con
pretexto del culto de Dios enseñaban a negar la piedad
con los padres naturales. El tercero lugar toca a la observancia,
que es una virtud con que damos honor y
reverencia a los que tienen alguna excelencia o dignidad
superior de diferente condición que la de los padres o
natural patria. En esta virtud ponen los doctores la dulía y
la obediencia como especies suyas. Dulía es la que
reverencia a los que tienen alguna participación de la
excelencia y dominio del supremo Señor, que es Dios, a
quien toca el culto de la adoración latría. Por esto
honramos a los Santos con adoración o reverencia
dulía, y también a las superiores dignidades, cuyos
siervos nos manifestamos. La obediencia es con la que
62
rendimos nuestra voluntad a la de los superiores,
queriendo cumplir la suya y no la nuestra. Y porque la
libertad propia es tan estimable, por eso esta virtud es
tan admirable y excelente entre todas las virtudes
morales, porque deja más la criatura en ella por Dios que
en otra ninguna.
562. Estuvieron estas virtudes de religión, piedad y
observancia en María Santísima con tanta plenitud y
perfección que nada les faltó de lo posible a pura
criatura. ¿Qué entendimiento podrá alcanzar la honra,
veneración y culto con que esta Señora servía a su Hijo
dilectísimo, conociéndole, adorándole por verdadero Dios
y Hombre, Criador, Reparador, Glorificador y Sumo,
Infinito, Inmenso en ser, bondad y todos sus atributos?
Ella fue quien de todo conoció más entre las puras
criaturas y más que todas ellas, y a este paso daba a
Dios la debida reverencia y la enseñó a los mismos
Serafines. En esta virtud fue maestra de tal suerte que
sólo verla despertaba, movía y provocaba con oculta
fuerza a que todos reverenciasen al supremo Señor y
Autor del cielo y tierra y sin otra diligencia excitaba a
muchos para que alabasen a Dios. Su oración,
contemplación y devoción, y la eficacia que tuvo, y la que
siempre tienen sus peticiones, todos los Ángeles y
Bienaventurados la conocen con admiración eterna y
todos no la podrán explicar. Débenle todas las criaturas
intelectuales el haber suplido y recompensado, no sólo lo
que ellos han ofendido, pero lo que no han podido
alcanzar, ni obrar, ni merecer. Esta Señora adelantó el
remedio del mundo y, si ella no estuviera en él, no saliera
el Verbo del seno de su Eterno Padre. Ella transcendió a
los Serafines desde el primer instante en contemplar,
orar, pedir y estar devotamente pronta en el obsequio
Divino. Ofreció sacrificios cual convenía, oblaciones,
décimas, y todo tan acepto a Dios que por parte del
oferente nadie fue más acepta después de su Hijo
63
Santísimo. En las eternas alabanzas, himnos, cánticos y
oraciones vocales que hizo, fue sobre todos los Patriarcas
y Profetas y, si los tuviera la Iglesia militante, como se
conocerán en la triunfante, fuera nueva admiración del
mundo.
563. Las virtudes de piedad y observancia tuvo Su
Majestad como quien más conocía la deuda a sus padres
y más sabía de su heroica santidad. Lo mismo hizo con
sus consanguíneos, llenándolos de especiales gracias,
como al Bautista y a su madre Santa Isabel, y a los demás
del apostolado. A su patria, si no lo hubiera desmerecido
la ingratitud y dureza de los judíos, la hubiera hecho
felicísima, pero, en cuanto la Divina equidad permitió, la
hizo muy grandes beneficios y favores espirituales y
visibles. En la reverencia de los Sacerdotes fue
admirable, como quien sola pudo y supo dar el valor a la
dignidad de los cristos del Señor. Esto enseñó a todos; y
después a reverenciar los Patriarcas, Profetas y Santos, y
luego a los señores temporales y supremos en la
potestad. Y ningún acto de estas virtudes omitió que en
diferentes tiempos y ocasiones no los ejercitase y
enseñase a otros, especialmente a los primeros fieles en
el origen y principio de la Iglesia Evangélica, donde
obedeciendo, no ya a su Hijo Santísimo ni a su Esposo
presencialmente pero a los Ministros de ella, fue ejemplo
de nueva obediencia al mundo; pues entonces con
especiales razones se la debían todas las criaturas a la
que en él quedaba por Señora y Reina que los
gobernase.
564. Restan otras virtudes que también se reducen a la
Justicia, porque con ellas damos lo que debemos a otros
con alguna deuda moral, que es un honesto y decente
título. Estas son: la gratitud, que se llama gracia, la
verdad o veracidad, la vindicación, la liberalidad, la
amistad o afabilidad. Con la gratitud hacemos alguna
64
igualdad con aquellos de quienes recibimos el beneficio,
dándoles gracias por él, según la condición del beneficio,
y también según el estado y condición del bienhechor;
que a todo esto se debe proporcionar el agradecimiento
y se puede hacer con diversas acciones. La veracidad
inclina a tratar verdad con todos, como es justo que se
trate en la vida humana y conversación necesaria de los
hombres, excluyendo toda mentira —que en ningún
suceso es lícita— toda engañosa simulación,
hipocresía, jactancia e ironía. Todos estos vicios se
oponen a la verdad; y si bien es posible y aun
conveniente declinar en lo menos cuando hablamos de
nuestra propia excelencia o virtud, para no ser molestos
con exceso de jactancia, pero no es justo fingir menos
con mentira, imputándose lo que no tiene de vicio. La
vindicación es virtud que enseña a recompensar y
deshacer con alguna pena el daño propio o el del prójimo
que recibió de otro. Esta virtud es dificultosa entre los
mortales, que de ordinario se mueven con inmoderada ira
y odio fraternal, con que se falta a la caridad y justicia;
pero cuando no se pretende el daño ajeno sino el bien
particular o público, no es ésta pequeña virtud, pues usó
de ella Cristo nuestro Señor cuando expelió del templo a
los que le violaban con irreverencia (Jn., 2, 15); y Elias y
Eliseo pidieron fuego del cielo (4 Re., 1) para castigar
algunos pecados; y en los Proverbios se dice (Prov., 13,
24): Quien perdona la vara del castigo, aborrece a su
hijo. La liberalidad sirve para distribuir conforme a razón
el dinero o semejantes cosas, sin declinar a los vicios de
avaricia y prodigalidad. La amicicia o afabilidad consiste
en el decente y conveniente modo de conversar y tratar
con todos, sin litigios ni adulación, que son los vicios
contrarios de esta virtud.
565. Ninguna de todas éstas —y si hay otra alguna que
se atribuya a la justicia— faltó a la Reina del Cielo;
todas las tuvo en hábito y las ejercitó con actos
65
perfectísimos, según ocurrían las ocasiones, y a muchas
almas enseñó y dio luz con que las obrasen y ejerciesen
con perfección, como Maestra y Señora de toda santidad.
La virtud de la gratitud con Dios ejercitó con los actos de
religión y culto que dijimos, porque éste es el más
excelente modo de agradecer; y como la dignidad de
María Purísima y su proporcionada santidad se levantó
sobre todo entendimiento criado, así dio el retorno esta
eminente Señora, proporcionándose al beneficio,
cuanto a pura criatura era posible; y lo mismo hizo en
la piedad con sus padres y patria, como queda dicho. A
los demás agradecía la humildísima Emperatriz
cualquier beneficio, como si nada se le debiera, y,
debiéndosele todo de justicia, lo agradecía con suma
gracia y favor; pero sola ella supo dignamente y alcanzó
a dar gracias por los agravios y ofensas, como por
grandes beneficios, porque su incomparable humildad
nunca reconocía injurias y de todas se daba por
obligada; y como no olvidaba los beneficios, no cesaba
en el agradecimiento.
566. En la verdad que trataba María Señora nuestra,
todo cuanto se puede decir será poco; pues quien
estuvo tan superior al demonio, padre de la mentira y
engaño, no pudo conocer en sí tan despreciable vicio. La
regla por donde se ha de medir en nuestra Reina esta
virtud de la verdad es su caridad y sencillez columbina,
que excluyen toda duplicidad y falacia en el trato de las
criaturas. Y ¿cómo pudiera hallarse culpa ni dolo en la
boca de aquella Señora que con una palabra de
verdadera humildad trajo a su vientre al mismo que es
verdad y santidad por esencia? En la virtud que se llama
vindicación tampoco le faltaron a María Santísima
muchos actos perfectísimos, no sólo enseñándola como
maestra en las ocasiones que fue necesario en los
principios de la Iglesia evangélica, pero por sí misma
celando la honra del Altísimo y procurando reducir a
66
muchos pecadores por medio de la corrección, como lo
hizo con Judas muchas veces, o mandando a las criaturas
—que todas le estaban obedientes— castigasen algunos
pecados para el bien de los que con ellos merecían
eterno castigo. Y aunque en estas obras era dulcísima y
suavísima, más no por eso perdonaba al castigo cuando y
con quien era medio eficaz de purificar el pecado; pero
con quien más ejercitó la venganza, fue contra el
demonio, para librar de su servidumbre al linaje humano.
567. De las virtudes de liberalidad y afabilidad tuvo
asimismo la soberana Reina actos excelentísimos; porque
su largueza en dar y distribuir era como de suprema
Emperatriz de todo lo criado y de quien sabía dar la
estimación a todo lo visible e invisible dignamente.
Nunca tuvo esta Señora cosa alguna, de las que puede
distribuir la liberalidad, que juzgase por más propia que
de sus prójimos; ni jamás a nadie las negó, ni aguardó
que les costase el pedirlas, cuando esta Señora pudo
adelantarse a darlas. Las necesidades y miserias que
remedió en los pobres, los beneficios que les hizo, las
misericordias que derramó, aun en cosas temporales, no
se pueden contar en inmenso volumen. Su afabilidad
amigable con todas las criaturas fue tan singular y
admirable que, si no la dispusiera con rara prudencia, se
fuera todo el mundo tras ella, aficionado de su trato
dulcísimo; porque la mansedumbre y suavidad, templada
con su divina severidad y sabiduría, descubrían en ella en
tratándola, unos asomos de más que humana criatura. El
Altísimo dispuso esta gracia en su Esposa con tal
Providencia que, dando algunas veces indicios a los que
la trataban del sacramento del Rey que en ella se
encerraba, luego corría el velo y lo ocultaba, para que
hubiese lugar a los trabajos, impidiendo el aplauso de los
hombres; y porque todo era menos de lo que se le debía,
y esto ni lo alcanzaban los mortales, ni atinaran a
reverenciar como a criatura a la que era Madre del
67
Criador, sin exceder o faltar, mientras nollegaba el
tiempo de ser ilustrados los hijos de la Iglesia con la fe
cristiana y católica.
568. Para el uso más perfecto y adecuado de esta virtud
grande de la Justicia le señalan los doctores otra parte o
instrumento, que llaman epiqueya, con la cual se
gobiernan algunas obras que salen de las reglas y leyes
comunes; porque éstas no pueden prevenir todos los
casos ni sus circunstancias ocurrentes, y así es necesario
obrar en algunas ocasiones con razón superior y
extraordinaria. De esta virtud tuvo necesidad y usó la
Reina soberana en muchos sucesos de su vida
santísima, antes y después de la ascensión de su Hijo
unigénito a los cielos, y especialmente después, para
establecer las cosas de la primitiva Iglesia, como en su
lugar diré (Cf. p. III), si fuere servido el Altísimo.
Doctrina de la Reina del cielo.
569. Hija mía, en esta dilatada virtud de la Justicia,
aunque has conocido mucho del aprecio que merece,
ignoras lo más por el estado de la carne mortal, y por eso
mismo no alcanzarán tampoco las palabras a la
inteligencia; pero en ella tendrás un copioso arancel del
trato que debes a las criaturas y también al culto del
Altísimo. Y en esta correspondencia te advierto, carísima,
que la majestad suprema del Todopoderoso recibe con
justa indignación la ofensa que le hacen los mortales,
olvidándose de la veneración, adoración y reverencia que
le deben; y cuando alguna le dan, es tan grosera,
inadvertida y descortés, que no merecen premio sino
castigo. A los príncipes y magnates del mundo
reverencian profundamente y los adoran, pídenles
mercedes y las solicitan por medios y diligencias
exquisitas, y danles muchas gracias cuando reciben lo
que desean y se ofrecen a ser agradecidos toda la vida;
68
pero al supremo Señor que les da el ser, vida y
movimiento, que los conserva y sustenta, que los redimió
y levantó a la dignidad de hijos y les quiere dar su misma
gloria y es infinito y sumo bien, a esta Majestad, porque
no le ven con los ojos corporales, la olvidan y, como si de
su mano no les vinieran todos los bienes, se contentan
cuando mucho con hacer un tibio recuerdo y apresurado
agradecimiento; y no digo ahora lo que ofendan al
justísimo Gobernador del universo los que inicuamente
rompen y atropellan con todo el orden de justicia con sus
prójimos, como quien pervierte toda la razón natural,
queriendo para sus hermanos lo que no quieren para sí
mismos.
570. Aborrece, hija mía, tan execrables vicios y cuanto
pueden tus fuerzas recompensa con tus obras lo que deja
de ser servido el Altísimo con esta mala correspondencia;
y pues por tu profesión estás dedicada al Divino culto,
sea ésta tu principal ocupación y afecto, asimilándote a
los espíritus angélicos, incesantes en el temor y culto
suyo. Ten reverencia a las cosas Divinas y Sagradas,
hasta los Ornamentos y Vasos que sirven a este
Ministerio. En el Oficio Divino, oración y sacrificio,
procura estar siempre arrodillada; pide con fe y recibe
con humilde agradecimiento; y éste le has de tener con
todas las criaturas, aun cuando te ofendieren. Con todos
te muestra piadosa, afable, blanda, sencilla y verdadera,
sin ficción ni doblez, sin detracción ni murmuración, sin
juzgar livianamente a tus prójimos. Y para que cumplas
con esta obligación de Justicia, lleva siempre en tu
memoria y deseo hacer con tus prójimos lo que tú quieres
que se haga contigo misma; y mucho más te acuerda de
lo que hizo mi Hijo Santísimo, y yo a su imitación, por
todos los hombres.
CAPITULO 11
69
De la virtud de la fortaleza que tuvo María Santísima.
571. La virtud de la fortaleza, que se pone en el tercer
lugar de las cuatro cardinales, sirve para moderar las
operaciones que cada uno ejercita principalmente
consigo mismo con la pasión de la irascible. Y si bien es
verdad que la concupiscible —a quien pertenece la
templanza— es primero que la irascible, porque del
apetecer la concupiscible nace el repeler la irascible a
quien impide lo apetecido, pero con todo eso se trata
primero de la irascible y de su virtud, que es la fortaleza,
porque en la ejecución de ordinario se alcanza lo
apetecido interviniendo la irascible, que vence a quien lo
impide; y por esto la fortaleza es virtud más noble y
excelente que la templanza, de quien diré en el capítulo
siguiente.
572. El gobierno de la pasión de la irascible por la virtud
de la fortaleza se reduce a dos partes o especies de
operaciones, que son: usar de la ira conforme a razón y
con debidas circunstancias que la hagan loable y
honesta, y dejar de airarse reprimiendo la pasión cuando
es más conveniente detenerla que ejecutarla; pues lo uno
y lo otro puede ser loable y vituperable según el fin y las
demás circunstancias con que se hace. La primera de
estas operaciones o especies se quedó con el nombre de
fortaleza, y algunos doctores la llaman belicosidad. La
segunda se llama paciencia, que es la más noble y
superior fortaleza y la que principalmente tuvieron y
tienen los Santos, aunque los mundanos, trocando el
juicio y los nombres, suelen a la paciencia llamarla
pusilanimidad y a la presunción impaciente y temeraria
llaman fortaleza; porque aún no alcanzan los actos
verdaderos de esta virtud.
573. No tuvo María Santísima movimientos desordenados
que reprimir en la irascible con la virtud de la fortaleza;
70
porque en la inocentísima Reina todas las pasiones
estaban ordenadas y subordinadas a la razón y ésta a
Dios, que la gobernaba en todas las acciones y
movimientos; pero tuvo necesidad de esta virtud para
oponerse a los impedimentos que el demonio por
diversos modos le ponía, para que no consiguiese todo lo
que prudentísima, y ordenadamente apetecía para sí y
para su Hijo Santísimo. Y en esta valerosa resistencia y
conflicto nadie fue más fuerte entre todas las criaturas;
porque todas juntas no pudieron llegar a la fortaleza de
María nuestra Reina, pues no tuvieron tantas peleas y
contradicciones del común enemigo. Pero cuando era
necesario usar de esta fortaleza o belicosidad con las
criaturas humanas, era tan suave como fuerte o, por
mejor decir, era tan fuerte cuanto era suavísima en obrar;
porque sola esta divina Señora entre las criaturas pudo
copiar en sus obras aquel atributo del Altísimo que en las
suyas junta la suavidad con la fortaleza (Sab.,8, 1). Este
modo de obrar tuvo nuestra Reina con la fortaleza, sin
reconocer su generoso corazón desordenado temor,
porque era superior a todo lo criado; ni tampoco fue
impávida y audaz sin moderación; ni podía declinar a
estos extremos viciosos, porque con suma sabiduría
conocía los temores que se debían vencer y la audacia
que se debía excusar, y así estaba vestida como única
mujer fuerte de fortaleza y hermosura (Prov., 31, 25).
574. En la parte de la fortaleza que toca a la paciencia
fue María Santísima más admirable, participando sola
ella de la excelencia de la paciencia de Cristo su Hijo
Santísimo, que fue padecer y sufrir sin culpa y padecer
más que todos los que las cometieron. Toda la vida de
esta soberana Reina fue una continuada tolerancia de
trabajos, especialmente en la vida y muerte de nuestro
Redentor Jesucristo, donde la paciencia excedió a todo
pensamiento de criaturas y solo el mismo Señor que se la
dio puede dignamente darla a conocer. Jamás esta
71
candidísima paloma se indignó contra la paciencia con
criatura alguna, ni le pareció grande algún trabajo
y molestia de las inmensas que padeció, ni se contristó
por él, ni dejó de recibirlos todos con alegría y
hacimiento de gracias. Y si la paciencia —según el orden
del Apóstol— se pone el primer parto de la caridad (1
Cor., 13, 4) y su primogénito, si nuestra Reina fue Madre
del amor (Eclo.,24, 24), también lo fue de la paciencia; y
se debe medir con él, porque cuanto amamos y
apreciamos el bien eterno sobre todo lo visible tanto nos
determinamos a padecer, por conseguirle y no
perderle, todo lo penoso que sufre la paciencia; por eso
fue María Santísima pacientísima sobre todas las
criaturas y madre de esta virtud para nosotros, que,
acudiendo a ella, hallaremos esta torre de David con mil
escudos (Cant., 4, 4) pendientes de paciencia, con que se
arman los fuertes de la Iglesia y de la milicia de Cristo
nuestro Señor.
575. No tuvo jamás nuestra pacientísima Reina
ademanes afeminados de flaqueza, ni tampoco de ira
exterior, porque todo lo tenía prevenido con la Divina luz
y sabiduría; aunque ésta no excusaba dolor, antes le
añadía, porque nadie pudo conocer el peso de las culpas
y ofensas infinitas contra Dios, como las conoció esta
Señora. Mas no por eso se pudo alterar su invencible
corazón; ni por las maldades de Judas, ni por las
contumelias y desacatos de los fariseos, jamás mudó el
semblante y menos el interior. Y aunque en la muerte de
su Hijo Santísimo todas las criaturas y elementos insensibles
parece que quisieron perder la paciencia contra
los mortales, no pudiendo sufrir la injuria y ofensa de su
Criador, sola María estuvo inmóvil y aparejada para
recibir a Judas y a los fariseos y sacerdotes, si después
de haber crucificado a Cristo nuestro Señor se volvieran a
la Madre de Piedad y Misericordia.
72
576. Bien pudiera la mansísima Emperatriz del Cielo
indignarse y airarse con los que a su Hijo Santísimo
dieron tan afrentosa muerte y no pasar en esta ira los
límites de la razón y virtud, pues el mismo Señor ha
castigado justamente este pecado. Estando yo en este
pensamiento me fue respondido que el Altísimo dispuso
cómo esta gran Señora no tuviese estos movimientos y
operaciones, aunque pudiera debidamente, porque no
quería que ella fuese instrumento y como acusadora de
los pecadores, porque la eligió por Medianera y
Abogada suya y Madre de Misericordia, para que por
ella viniesen a los hombres todas las que el Señor quería
mostrar con los hijos de Adán, y hubiese quien
dignamente moderase la ira del justo Juez, intercediendo
por los culpados. Sólo con el demonio ejecutó la ira esta
Señora, y en lo que fue necesario para la paciencia y
tolerancia, y para vencer los impedimentos que le pudo
oponer este enemigo y antigua serpiente para el bien
obrar.
577. A la virtud de la fortaleza se reducen también la
magnanimidad y la magnificencia; porque participan de
estas condiciones en alguna cosa, dando firmeza a la
voluntad en la materia que las toca. La magnanimidad
consiste en obrar cosas grandes a quienes sigue la honra
grande de la virtud; y por eso se dice que tiene por materia
propia los honores grandes, y de que le nacen a esta
virtud muchas propiedades que tienen los magnánimos,
como aborrecer las lisonjas y simuladas hipocresías —
que amarlas es de ánimos apocados y viles— no ser
codiciosos, ni interesados, ni amigos de lo más útil, sino
de lo más honesto y grande; no hablar de sí mismo con
jactancia; ser detenidos en obrar cosas pequeñas,
reservándose para las mayores; ser más inclinados a dar
que recibir; porque todas estas cosas son dignas de
mayor honra. Mas no por esto es contra la humildad esta
virtud, que una no puede ser contraria de otra; porque la
73
magnanimidad hace que con los dones y virtudes se haga
el hombre benemérito de grandes honras, sin apetecerlas
ambiciosa y desordenadamente; y la humildad enseña a
que las refiera a Dios y se desestime a sí mismo por sus
defectos y por su propia naturaleza. Y por la dificultad
que tienen las obras grandes y honrosas de la virtud,
piden especial fortaleza, que se llama magnanimidad,
cuyo medio consiste en proporcionar las fuerzas con las
acciones grandes, para que ni las dejemos por
pusilánimes, ni las intentemos con presunción ni
desordenada ambición ni con apetito de gloria vana;
porque todos estos vicios desprecia el magnánimo.
578. La magnificencia también significa obrar grandes
cosas, y en esta significación tan extendida puede ser
común virtud, que en todas las materias virtuosas obra
cosas grandes. Pero como hay especial razón o dificultad
en obrar y hacer grandes gastos, aunque sea conforme
a razón, por esto se llama magnificencia especial la
virtud que determinadamente inclina a grandes sumptos,
regulándolos por la prudencia, para que ni el ánimo sea
escaso cuando la razón pide mucho, ni tampoco sea
profuso cuando no conviene, consumiendo y talando lo
que no debía. Y aunque esta virtud parece la misma con
la liberalidad, pero los filósofos las distinguen; porque el
magnífico mira a cosas grandes sin atender más y el
liberal mira al amor y uso templado del dinero; y alguno
podrá ser liberal sin llegar a ser magnífico, si se detiene
en distribuir lo que tiene más grandeza y cantidad.
579. Estas dos virtudes de magnanimidad y magnificencia
estuvieron en la Reina del cielo con algunas condiciones
que no pudieron alcanzar los demás que las tuvieron.
Sólo María purísima no halló dificultad ni resistencia en
obrar todas las cosas grandes; y sola ella las hizo
todas grandes, aun en las materias pequeñas, y sola ella
entendió perfectamente la naturaleza y condición de
74
estas virtudes como de todas las demás; y así pudo
darles la suprema perfección, sin tasarla por las
contrarias inclinaciones, ni por ignorar el modo, ni por
acudir a otras virtudes, como suele suceder a los más
Santos y prudentes que, cuando no lo pueden todo, eligen
y obran lo que les parece mejor. En todas las obras
virtuosas fue esta Señora tan magnánima, que siempre
hizo lo más grande y digno de honor y gloria; y
mereciéndola de todas las criaturas fue más magnánima
en despreciarla y posponerla refiriéndola sólo a Dios,
y obrando en la misma humildad lo más grande y
magnánimo de esta virtud; y estando las obras de la
humildad heroica como en una divina emulación y
competencia con lo magnánimo de todas las demás
virtudes, vivían todas juntas como ricas joyas que a porfía
con su hermosa variedad adornaban a la hija del Rey,
cuya gloria toda se quedaba en lo interior, como lo dijo
David su padre (Sal., 44, 14).
580. En la magnificencia también fue grande nuestra
Reina; porque si bien era pobre, y más en el espíritu sin
amor alguno a cosa terrena, con todo eso de lo que
el Señor le dio dispensó magníficamente, como sucedió
cuando los Reyes Magos le ofrecieron preciosos dones al
Niño Jesús, y después en el discurso que vivió en la
Iglesia, subido el Señor al cielo. Y la mayor magnificencia
fue que, siendo Señora de todo lo criado, lo destinase
todo para que magníficamente, cuanto era de su afecto,
se gastase en el beneficio de los necesitados y en el
honor y culto de Dios. Y esta doctrina y virtud enseñó a
muchos, para ser maestra de toda perfección en obras
que, tan a pesar de las viles costumbres e inclinaciones,
hacen los mortales, sin llegar a darles el punto de
prudencia que deben. Comunmente desean los mortales
(según su inclinación), la honra y gloria de la virtud y ser
tenidos por singulares y grandes; y como esta inclinación
y afecto van desordenados, y tampoco enderezan esta
75
gloria de la virtud al Señor de todo, desatinan con los
medios y, si llega la ocasión de hacer alguna obra de
magnanimidad o magnificencia, desfallecen y no la
hacen, porque son de ánimos abatidos y viles. Y como por
otra parte quieren juntamente parecer grandes,
excelentes y dignos de veneración, toman para esto otros
medios engañosamente proporcionados y
verdaderamente viciosos, como hacerse iracundos,
hinchados, impacientes, ceñudos, altivos y jactanciosos; y
como todos estos vicios no son magnanimidad, antes
dicen poquedad y bajeza de corazón, por eso no
alcanzan gloria ni honra entre los sabios, sino vituperio y
desprecio; porque la honra más se halla huyendo de ella
que solicitándola, y con obras, más que con deseos.
Doctrina de la Reina del cielo.
581. Hija mía, si con atención procuras, como yo te lo
mando, entender la condición y necesidad de esta virtud
de la fortaleza, con ella tendrás a la mano la rienda de la
irascible, que es una de las pasiones que más presto se
mueven y conturban la razón. Y también tendrás un
instrumento con que obrar lo más grande y perfecto de
las virtudes como tú lo deseas, y con que resistir y vencer
los impedimentos de tus enemigos que se te oponen para
acobardarte en lo más difícil de la perfección. Pero
advierte, carísima, que como la potencia irascible sirva a
la concupiscible para resistir a quien la impide en lo que
su concupiscencia apetece, de aquí procede que, si la
concupiscible se desordena y ama lo que es vicioso y sólo
bien aparente, luego la irascible se desordena tras ella y
en lugar de la fortaleza virtuosa incurre en muchos vicios
execrables y feos. Y de aquí entenderás cómo del apetito
desordenado de la propia excelencia y gloria vana, que
causan la soberbia y vanidad, nacen tantos vicios en la
irascible, cuales son las discordias, las contenciones,
las riñas, la jactancia, los clamores, impaciencia, per76
tinacia, y otros vicios de la misma concupiscible, como
son la hipocresía, mentira, deseo de vanidades,
curiosidad y parecer en todo más de lo que son las
criaturas y no lo que verdaderamente les toca por sus
pecados y bajeza.
582. De todos estos vicios tan feos estarás libre, si con
fuerza mortificas y detienes los movimientos inordenados
de la concupiscible con la templanza, de que dirás luego.
Pero cuando apeteces y amas lo justo y conveniente,
aunque te debes ayudar para conseguirlo de la fortaleza
y de la irascible bien ordenada, sea de manera que no
excedas; porque siempre tiene peligro de airarse con
celo de la virtud quien está sujeto a su propio y
desordenado amor; y tal vez se disimula y solapa este
vicio con capa de buen celo, y se deja engañar la
criatura airándose por lo que ella apetece para sí, y queriendo
que se entienda es celo de Dios y del bien de sus
prójimos. Por esto es tan necesaria y gloriosa la
paciencia que nace de la caridad y se acompaña con la
dilatación y magnanimidad, pues el que ama de veras al
sumo y verdadero bien fácilmente sufre la pérdida de la
honra y gloria aparente, y con magnanimidad la
desprecia como vil y contentible; y aunque se la den las
criaturas, no la estima, y en los demás trabajos se
muestra invencible y constante; con que granjea cuanto
puede el bien de la perseverancia y tolerancia.
CAPITULO 12
De la virtud de la templanza que María Santísima tuvo.
583. De los dos movimientos que tiene la criatura en
apetecer el bien sensible y retirarse del mal, este último
se modera con la fortaleza, que —como he dicho— sirve
para que por la irascible no deje vencerse la voluntad,
antes ella venza con audacia, padeciendo cualquier mal
77
sensible por conseguir el bien honesto. Para gobernar los
otros movimientos de la concupiscible sirve la templanza,
que es la última virtud de las cardinales y la menor;
porque el bien que consigue no es tan general como el
que miran las otras virtudes, antes la templanza
inmediatamente mira al bien particular del que la tiene.
Consideran los doctores y maestros a la templanza en
cuanto dice una general moderación de todos los
apetitos naturales, y en este sentido es virtud general y
común, que comprende a todas las virtudes que mueven
el apetito conforme a razón. No hablamos ahora de la
templanza en esta generalidad, sino en cuanto sirve para
gobernar la concupiscible en la materia del tacto, donde
el deleite mueve con mayor fuerza, y
consiguientemente en otras materias deleitables que
imitan a la delectación del tacto, aunque no con tanta
fuerza.
584. En esta consideración tiene la templanza el último
lugar de las virtudes, porque su objeto no es tan noble
como en las otras; pero con todo eso se le atribuyen
algunas excelencias mayores, en cuanto desvía de
objetos y vicios más feos y aborrecibles, cuales son la
destemplanza en los deleites sensitivos comunes a los
hombres y a los brutos irracionales. Y por esto dijo David
(Sal., 48, 13.21) que fue hecho el hombre semejante al
jumento, cuando se dejó llevar de la pasión del deleite. Y
por la misma razón el vicio de la destemplanza se llama
pueril; porque un niño no se mueve por la razón sino por
el antojo del apetito, ni se modera si no es con castigo;
como también le pide la concupiscible para refrenarse en
estos deleites. De este deshonor y fealdad redime al
hombre la virtud de la templanza, enseñándole a
gobernarse no por el deleite mas por la razón; y por esto
mereció esta virtud que se le atribuyese a ella cierta
honestidad y decoro o hermosura, que nace en el hombre
de conservarse en el estado de la razón contra una
78
pasión tan indómita, que pocas veces la escucha ni
obedece; y por el contrario, al sujetarse el hombre al
deleite animal, se le sigue gran deshonor por la similitud
bestial y pueril.
585. Contiene la templanza en sí a las virtudes de
abstinencia y sobriedad, contra los vicios de la gula en la
comida y de la embriaguez en la bebida, y en la
abstinencia se contiene el ayuno; y son las primeras,
porque al apetito lo primero se le ofrece la comida,
objeto del gusto, para conservación de la naturaleza.
Tras de estas virtudes se siguen las que moderan el uso
de la propagación natural, que son castidad y pudicicia,
con sus partes virginidad y continencia, contra los vicios
de lujuria e incontinencia y sus especies. A estas virtudes,
que son las principales en la templanza, se siguen otras
que moderan el apetito en otros deleites menores; y las
que moderan el sentido del olfato, oído y vista reducen a
las del tacto. Pero hay otras semejantes a ellas en
diferentes materias: éstas son la clemencia y
mansedumbre, que gobiernan la ira y el desorden en
castigar contra el vicio de la crueldad inhumana o bestial
a que pueden declinar. Otra es la modestia, que contiene
en sí cuatro virtudes: la primera es la humildad, que
contra la soberbia detiene al hombre para que no
apetezca desordenadamente la propia excelencia; la
segunda es la estudiosidad, para que no apetezca saber
más de lo que conviene y como conviene contra el vicio
de la curiosidad; la tercera es la moderación o
austeridad para que no apetezca el superfluo fausto y
ostentación en el vestido y aparato exterior; la cuarta es
la que modera el apetito desmedido en las acciones
lusorias, como son juegos, movimientos del cuerpo,
burlas, bailes, etc., y, aunque no tiene particular nombre
esta virtud, es muy necesaria y se llama generalmente
modestia o templanza.
79
586. Para manifestar la excelencia que tuvieron estas
virtudes en la Reina del cielo —y lo mismo he dicho de las
otras— siempre me parece que vienen cortos los términos
y palabras comunes con que hablamos de las virtudes de
otras criaturas. Mayor proporción tuvieron las gracias y'
dones de María Santísima con las de su dilectísimo Hijo,
y éstas con las perfecciones Divinas, que todas las
virtudes y santidad de los Santos con la de esta soberana
Reina de las virtudes; y así viene a ser muy desigual
cuanto podemos decir de ella con las palabras que
significamos las gracias y virtudes de los demás Santos;
donde por más consumadas que fuesen, estaban en
sujetos imperfectos y sujetos a pecado y desordenados
por él. Y si de éstas dijo el Eclesiástico (Eclo., 26, 20) que
no había digna ponderación para la excelencia del
continente ¿qué diremos de la templanza de la Señora de
las gracias y virtudes y de la hermosura que tenía su
alma santísima con el colmo de todas ellas? Todos los
domésticos (Prov., 31,21) de esta mujer fuerte estaban
guarnecidos con duplicadas vestiduras, porque sus
potencias estaban adornadas con dos hábitos o
perfecciones de incomparable hermosura y fortaleza: el
uno, el de la justicia original que subordinaba los
apetitos a la razón y gracia; el otro, el de los hábitos
infusos, que añadía nueva hermosura y virtud para obrar
con suma perfección.
587. Todos los demás Santos que en la hermosura de
la templanza se han señalado, llegarían hasta sujetar la
concupiscencia indómita, reduciéndola al yugo de la
razón, para que nada apeteciese sin modo, que después
había de retractar con el dolor de haberlo apetecido; y el
que a esto se adelantase llegaría a negar al apetito todo
aquello que se le puede substraer a la naturaleza
humana sin destruirla; pero en todos estos actos de
templanza sentiría alguna dificultad que retardaría el
afecto de la voluntad, o a lo menos le haría tanta
80
resistencia que no pudiese conseguir su deseo con toda
plenitud; y se querellase con el Apóstol de la infeliz
carga de este pesado cuerpo (Rom., 7, 24). En María
Santísima no había esta disonancia; porque sin
remurmurar los apetitos y sin adelantarse a la razón
dejaban obrar a todas las virtudes con tanta armonía y
concierto que, fortaleciéndola como ejército de
escuadrones bien ordenados (Cant., 6, 3), hacían un coro
de celestial consonancia. Y como no había desmanes de
los apetitos que reprimir, de tal manera ejercitaba las
operaciones de la templanza, que no pudo caer en su
mente especies ni memoria de movimiento desordenado;
antes bien imitando a las Divinas perfecciones eran
sus operaciones como originadas y deducidas de
aquel supremo ejemplar, y se convertían a él como a
única regla de su perfección y como fin último en que se
terminaban.
588. La abstinencia y sobriedad de María Santísima fue
admiración de los Ángeles; porque siendo Reina de todo
lo criado y padeciendo las naturales pasiones de hambre
y sed, no apeteció jamás los manjares que a su poder y
grandeza pudieran corresponder, ni usaba de la comida
por el gusto mas por sola necesidad; y ésta satisfacía con
tal templanza, que ni excedía ni pudo exceder sobre lo
ajustado para el húmido radical y alimento de la vida; y
éste recibía dando primero lugar al padecer el dolor del
hambre y sed, y dejando algún lugar a la gracia junto con
el efecto natural del escaso alimento que recibía. Nunca
padeció alteración de corrupción por la superfluidad de
la comida o bebida, ni por esta causa sintió más
necesidad, ni la tuvo un día más que otro, ni tampoco
sintió estas alteraciones por defecto de alimento; porque
si le moderaba algo de lo que el calor natural pedía,
suplíalo la divina gracia, en que vive la criatura, y no en
solo pan (Mt., 4, 4). Bien pudo el Altísimo sustentarla sin
comida ni bebida, pero no lo hizo; porque no fue
81
conveniente ni para ella dejar de merecer en este uso de
la comida y ser ejemplar de templanza, ni para nosotros
que nos faltase tanto bien y merecimientos. De la materia
de su comida que usaba y de los tiempos en que la
recibía, se dice en diferentes lugares de esta Historia (Cf.
infra p. III n. 196, 424, 898). Por su voluntad nunca comió
carne, ni más de sola una vez cada día, salvo cuando
vivió con su esposo José o cuando acompañaba a su
Hijo Santísimo en sus peregrinaciones, que en estas
ocasiones, por la necesidad de ajustarse a los demás,
seguía el orden que el Señor le daba; pero siempre era
milagrosa en la templanza.
589. De la Pureza Virginal y Pudor de la Virgen de las
vírgenes no pueden hablar dignamente los supremos
Serafines; pues en esta virtud, que en ellos es natural,
fueron inferiores a su Reina y Señora; pues con el
privilegio de la gracia y poder del Altísimo estuvo María
Santísima más libre de la inmunidad del vicio contrario
que los mismos Ángeles, a quienes por su naturaleza no
puede tocarles. No alcanzamos los mortales en esta vida
a formar el concepto debido de esta virtud en la Reina
del Cielo, porque nos embaraza mucho el pesado barro
con que a nuestra alma se le oscurece la candidez y
cristalina luz de la Castidad. Túvola nuestra gran Reina
en tal grado, que pudo dignamente preferir a la dignidad
de Madre de Dios, si no fuera ella quien más la
proporcionaba con esta inefable grandeza. Pero
midiendo la pureza virginal de María con lo que ella la
apreció y con la dignidad a que la levantó, se conocerá
en parte cuál fue esta virtud en su virgíneo cuerpo y
alma. Propúsola desde su Inmaculada Concepción, votóla
desde su natividad, y observóla de suerte que jamás tuvo
acción, ni movimiento, ni ademán en que la violase, ni
tocase en su pudor. Por eso no habló jamás a hombre sin
voluntad de Dios; ni a ellos, ni a las mujeres mismas
miraba al rostro, no por el peligro sino por el mérito, por
82
el ejemplo nuestro y por la superabundancia de la divina
prudencia, sabiduría y amor.
590. De su clemencia y mansedumbre dijo Salomón que
la ley de la clemencia estaba en su lengua (Prov., 31, 26);
porque nunca se movió que no fuese para distribuir la
gracia que en sus labios estaba derramaba (Sal., 44, 3).
La mansedumbre gobierna la ira y la clemencia modera
el castigo. No tuvo ira que moderar nuestra mansísima
Reina, ni usaba de esta potencia más de —como en el
capítulo pasado dije (Cf. supra n. 573ss)— en los actos de
fortaleza contra el pecado y el demonio, etc.; pero contra
las criaturas racionales no tuvo ira que se ordenase a
castigarlas, ni por suceso alguno se le movió ira, ni perdió
la perfectísima mansedumbre con inmutable e inimitable
igualdad interior y exterior; sin que jamás se le conociese
diferencia en el semblante, en la voz, ni movimientos que
testificasen algún interior movimiento de ira. Esta
mansedumbre y clemencia tuvo el Señor por instrumento
de la suya, y libró en ella todos los beneficios y efectos
de las eternas y antiguas misericordias; y para este fin
era necesario que la Clemencia de María Señora nuestra
fuese proporcionado instrumento de la que el mismo
Señor tiene con las criaturas. Considerando atenta y
profundamente las obras de la Divina clemencia con los
pecadores y que de todas fue María Santísima el idóneo
instrumento con que se disponían y ejecutaban, se
conocerá en parte la Clemencia de esta Señora. Todas
sus reprensiones fueron más rogando, amonestando y
enseñando, que castigando; y esto pidió ella al Señor, y
su Providencia lo dispuso así, para que en esta
sobreexcelsa Reina estuviese la ley de la clemencia
(Prov., 31, 26) como en original y en depósito, de quien Su
Majestad se sirviese, y los mortales deprendiesen esta
virtud con las demás.
591. En las otras virtudes que contiene la modestia,
83
especialmente en la humildad, y en la austeridad o
pobreza de María Santísima, para decir algo dignamente
fueran necesarios muchos libros y lenguas de Ángeles. De
lo que yo puedo alcanzar a decir está llena toda esta
Historia, porque en todas las acciones de la Reina del
Cielo resplandeció sobre todas las virtudes su
incomparable humildad. Mucho temo agraviar la
grandeza de esta singular virtud, queriendo ceñir en
breves términos el piélago que pudo recibir y abrazar al
Incomprensible y sin términos. Todo cuanto han
alcanzado a conocer y a obrar los Santos y los mismos
Ángeles con esta virtud de la humildad, no pudo llegar a
lo menos de la que tuvo nuestra Reina. ¿A quién de los
Santos ni de los Ángeles pudo llamar Madre el mismo
Dios? Y ¿quién, fuera de María y del Eterno Padre, pudo
llamar Hijo al Verbo humanado? Pues si la que llegó en
esta dignidad a ser semejante al Padre, y tuvo las
gracias y dones convenientes para ella, se puso en su
estimación en el último lugar de las criaturas y a todas
las reputaba por superiores ¿qué olor, qué fragancia
daría al gusto del mismo Dios este humilde nardo (Cant.,
1, 11), comprendiendo en su pecho al Supremo Rey de los
reyes?
592. Que las columnas del cielo se encojan (Job 26, 11) y
estremezcan en presencia de la inaccesible luz de la
Majestad infinita, no es maravilla, pues a su vista
tuvieron la ruina de sus semejantes, y ellos fueron
preservados con beneficios y razones comunes a todos.
Que los más fuertes e invencibles Santos se humillasen,
abrazando el desprecio y abatimiento, conociéndose
por indignos de cualquier mínimo beneficio de la
gracia, y aun del mismo obsequio y socorro de las cosas
naturales, todo esto era justísimo y consiguiente; porque
todos pecamos y necesitamos de la gloria del mismo Dios
(Rom., 3, 23); y ninguno fue tan Santo ni tan grande, que
no lo pudiese ser mayor, ni tan perfecto que no le faltase
84
alguna virtud, ni tan inculpable que no hallasen los ojos
de Dios qué reprender en él; y cuando en todo fuera
alguno perfectamente consumado, todos se quedaban
en la esfera de la común gracia y beneficios, sin que
nadie fuese superior a todos en todo.
593. Pero en esto fue sin ejemplo y sin segunda la
humildad de María Purísima, que siendo autora de la
gracia, principio de todo el bien de las criaturas, la
suprema de ellas, el prodigio de las perfecciones
divinas, el centro de su amor, la esfera de su omnipotencia,
la que le llamó Hijo y se oyó llamar Madre del
mismo Dios, se humilló al más inferior lugar de todo lo
criado. Y la que gozando de la mayor excelencia de todas
las obras de Dios en pura criatura, no le quedaba otra
superior en ellas a que levantarse, se humilló juzgándose
por no digna de la menor estimación, ni excelencia, ni
honra que se le pudiera dar a la mínima de todas las
criaturas racionales. No sólo se reputaba indigna de la
dignidad de Madre de Dios y de las gracias que en esto
se encerraban, pero del aire que respiraba, de la tierra
que la sufría, del alimento que recibía y de cualquier
obsequio y oficio de las criaturas, de todo se reputaba
indigna y lo agradecía como si lo fuera. Y para decir
mucho en pocas razones, el no apetecer la criatura
racional la excelencia que absolutamente no le toca, o
que por algún título le desmerece no es tan generosa
humildad, aunque la infinita clemencia del Altísimo la admita
y se dé por obligado de quien así se humilla; pero lo
admirable es que se humille más que todas juntas las
criaturas aquella que, debiéndosele toda la majestad y
excelencia, no la apeteció ni buscó; pero estando en
forma de digna Madre de Dios, se aniquiló en su
estimación, mereciendo con esta humildad ser levantada
como de justicia al dominio y señorío de todo lo criado .
594. A esta humildad incomparable correspondían en
85
María Santísima las otras virtudes que se encierran en la
modestia; porque el apetito de saber más de lo qué
conviene, de ordinario nace de poca humildad o caridad;
y siendo vicio sin provecho, viene a ser de mucho daño,
como le sucedió a Dina (Gén., 34, 1-3), que con inútil
curiosidad saliendo a ver lo que no le era de provecho,
fue vista con tanto daño de su honor. De la misma raíz de
soberbia presuntuosa suele originarse la superflua
ostentación y fausto en el vestido exterior y las
desordenadas acciones y gestos o movimientos
corporales que sirven a la vanidad y sensualidad, y
testifican la liviandad del corazón, según que dijo el
Eclesiástico (Eclo., 19, 27): El vestido del cuerpo, la risa
de la boca y los movimientos del hombre nos avisan de su
interior. Todas las virtudes contrarias a estos vicios
estaban en María Purísima intactas y sin reconocer
contradicción ni movimiento que las pudiese retardar o
inficionar; antes, como hijas y compañeras de su profundísima
humildad, caridad y pureza, testificaban en esta
soberana Señora ciertos asomos más de criatura divina
que de humana.
595. Era estudiosísima sin curiosidad; porque estando
llena de sabiduría sobre los mismos querubines,
deprendía y se dejaba enseñar de todos como ignorante.
Y cuando usaba de la divina ciencia o inquiría la Divina
voluntad, era tan prudente y con tan altos fines y debidas
circunstancias, que siempre sus deseos herían el corazón
de Dios y le atraían a su ordenada voluntad. En la
pobreza y austeridad fue admirable; pues quien era
Señora de todo lo criado y lo tenía a su disposición, dejó
tanto por la imitación de su Hijo Santísimo cuanto el
mismo Señor puso en sus manos; porque así como el
Padre puso todas las cosas en manos (Jn., 13, 3) del
Verbo Humanado, así las puso este Señor todas en manos
de su Madre y ella, para hacer lo mismo, las dejó todas
con afecto y efecto por la gloria de su Hijo y Señor. De la
86
modestia de sus acciones y dulzura de sus palabras y
todo lo exterior, bastará decir que, por la inefable
grandeza que con ellas descubría, fuera tenida por más
que humana, si la fe no enseñara que era pura criatura,
como lo confesó el sabio de Atenas, San Dionisio.
Doctrina de la Reina del cielo.
596. Hija mía, de la dignidad de esta virtud de la
templanza has dicho algo por lo que de su excelencia has
entendido y de la que yo ejercitaba; aunque de todo
dejas mucho que decir para que se acabase de entender
la necesidad tan precisa que los mortales tienen de usar
en sus acciones de la templanza. Pena del primer pecado
fue perder el hombre el perfecto uso de la razón, y que
las pasiones, inobedientes contra ella, se rebelasen
contra quien se había rebelado contra su Dios,
despreciando su justísimo precepto. Para reparar este
daño fue necesaria la virtud de la templanza, que
domase las pasiones, que refrenase sus movimientos
deleitables, que les diese modo, y restituyese al hombre
el conocimiento del medio perfecto en la concupiscible y
le enseñase e inclinase de nuevo a seguir la razón como
capaz de la divinidad y no a seguir su deleite como uno
de los brutos irracionales. No es posible, sin esta virtud,
desnudarse la criatura del hombre antiguo, ni disponerse
para los dones de la gracia y sabiduría divina; porque
ésta no entra en el alma del cuerpo sujeto a pecados
(Sab., 1, 4). El que sabe con la templanza moderar sus
pasiones, negándoles el inmoderado y bestial deleite que
apetecen, éste podrá decir y experimentar que le
introduce el rey en las oficinas de su regalado vino
(Cant., 2, 4) y tesoros de la sabiduría y espirituales
carismas; porque esta virtud es una oficina general,
llena de las virtudes más hermosas y fragantes al gusto
del Altísimo.
87
597. Y si bien quiero que trabajes mucho por alcanzarlas
todas, pero singularmente considera la hermosura y buen
olor de la Castidad, la fuerza de la abstinencia y
sobriedad en la comida y bebida, la suavidad y efectos
de la modestia en las palabras y obras y la nobleza de la
pobreza altísima en el uso de las cosas. Con estas virtudes
alcanzarás la luz Divina, la paz y tranquilidad de tu
alma, la serenidad de tus potencias, el gobierno de tus
inclinaciones y llegarás a ser toda iluminada con los
resplandores de la Divina gracia y dones; y de la vida
sensible y animal serás levantada a la conversación y
vida angélica, que es la que de ti quiero y lo que tú
misma deseas con la virtud Divina. Advierte, pues,
carísima, y desvélate en obrar siempre con la luz de la
gracia y nunca se muevan tus potencias por solo deleite y
gusto suyo; pero siempre obra por razón y gloria del
Altísimo en todas las cosas necesarias para la vida, en el
comer, en el dormir, en el vestir, en hablar, en oír, en
desear, en corregir, en mandar, en rogar; todo lo
gobierne en ti la luz y el gusto de tu Señor y Dios y no el
tuyo.
598. Y para que más te aficiones a la hermosura y
gracia de esta virtud, atiende a la fealdad de sus vicios
contrarios y pondera con la luz que recibes cuán feo,
abominable, horrible y monstruoso está el mundo en los
ojos de Dios y de los Santos por la enormidad de tantas
abominaciones como los hombres cometen contra esta
amable virtud. Mira cuántos siguen como brutos animales
el horror de la sensualidad, otros la gula y embriaguez,
otros el uso y vanidad, otros la soberbia y presunción,
otros la avaricia y deleite de adquirir hacienda y todos
generalmente el ímpetu de sus pasiones, buscando ahora
sólo el deleite, en que para después atesoran eternos
tormentos y el carecer de la vista beatífica de su Dios y
Señor.
88
CAPITULO 13
De los siete dones del Espíritu Santo que tuvo María
Santísima.
599. Los siete dones del Espíritu Santo —según la luz
que de ellos tengo— me parece añaden algo sobre las
virtudes adonde se reducen, y por lo que añaden
se diferencian de ellas aunque tengan un mismo
objeto. Cualquiera beneficio del Señor se puede llamar
don o dádiva de su mano, aunque sea natural, pero no
hablamos ahora de los dones en esta generalidad,
aunque sean virtudes y dádivas infusas; porque no todos
los que tienen alguna virtud o virtudes tienen gracia de
dones en aquella materia o, a lo menos, no llegan a tener
las virtudes en aquel grado que se llaman dones
perfectos, ¿como los entienden los Doctores Sagrados en
las palabras de Isaías, donde dijo que en Cristo nuestro
Salvador descansaría el Espíritu del Señor (Is., 11, 2),
numerando siete gracias, que comúnmente se llaman
dones del Espíritu Santo, cuales son: el espíritu de
sabiduría y entendimiento, el espíritu de consejo y
fortaleza, el espíritu de ciencia y piedad y el de temor de
Dios. Los cuales dones estuvieron en el alma santísima de
Cristo, redundando de la Divinidad a que estaba
hipostáticamente unida, como en la fuente está el agua
que de ella mana, para comunicarse a otros; porque
todos participamos de las aguas del Salvador (Is., 12, 3),
gracia por gracia (Jn. 1, 16) y don por don; y en él están
escondidos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios
(Col., 2, 3).
600. Corresponden los dones del Espíritu Santo a las
virtudes adonde se reducen. Y aunque en esta
correspondencia discurren con alguna diferencia los
doctores, pero no la puede haber en el fin de los dones,
que es dar alguna especial perfección a las potencias
89
para que hagan algunas acciones y obras perfectísimas y
más heroicas en las materias de las virtudes; porque sin
esta condición no se pudieran llamar dones particulares
más perfectos y excelentes que en el modo común de
obrar las virtudes. Esta perfección de los dones ha de
incluir o consistir principalmente en alguna especial o
fuerte inspiración y moción del Espíritu Santo, que venza
con mayor eficacia los impedimentos y mueva al libre
albedrío y le dé mayor fuerza para que no obre
remisamente, antes con grande plenitud de perfección y
fuerza, en aquella especie de virtud adonde pertenece el
don. Todo lo cual no puede alcanzar el libre albedrío, si
no es ilustrado y movido con especial eficacia, virtud y
fuerza del Espíritu Santo, que le compele fuerte, suave
(Sab., 8, 1) y dulcemente para que siga aquella
ilustración y con libertad obre y quiera aquella acción
que parece es hecha en la voluntad con la eficacia del
divino Espíritu, como lo dice el Apóstol ad Romanos
(Rom., 8, 14). Y por esto se llama esta moción instinto del
Espíritu Santo; porque la voluntad, aunque obra
libremente y sin violencia, pero en estas obras tiene
mucho de instrumento voluntario y se asimila a él, porque
obra con menos consulta de la prudencia común, como lo
hacen las virtudes, aunque no con menos inteligencia ni
libertad.
601. Con un ejemplo me daré a entender en algo,
advirtiendo que, para mover la voluntad a las obras de
virtud, concurren dos cosas en las potencias; la una es el
peso o inclinación que en sí tiene, que la lleva y mueve,
al modo de la gravedad a la piedra o la liviandad en el
fuego para moverse cada uno a su centro. Esta inclinación
acrecientan los hábitos virtuosos más o menos en
la voluntad —y lo mismo hacen los vicios en su modo—
porque inclinando al amor pesan, y el amor es su peso
que la lleva libremente. Otra cosa concurre a esta moción
de parte del entendimiento, que es una ilustración en
90
las virtudes con que se mueve y determina la voluntad; y
esta ilustración es proporcionada con los hábitos y con
los actos que hace la voluntad; para los ordinarios sirve
la prudencia y su deliberación ordinaria, y para otros
actos más levantados sirve o es necesaria más alta y
superior ilustración y moción del Espíritu Santo, y ésta
pertenece a los dones. Y porque la Caridad y Gracia es
un hábito sobrenatural que pende de la Divina Voluntad
al modo que el rayo nace del sol, por esto la Caridad
tiene una particular influencia de la Divinidad, y con ella
es movida y mueve a las demás virtudes y hábitos de la
voluntad, y más cuando obra con los dones del Espíritu
Santo.
602. Conforme a esto, en los dones del Espíritu Santo
me parece conozco de parte del entendimiento una
especial ilustración —en que se ha muy pasivamente—
para mover a la voluntad, en la cual corresponden sus
hábitos con algún grado de perfección que inclina sobre
la ordinaria fuerza de las virtudes a obras muy heroicas.
Y como si a la piedra sobre su gravedad le añaden otro
impulso se mueve con más ligero movimiento, así en la
voluntad añadiéndole la perfección e impulso de los
dones los movimientos de las virtudes son más excelentes
y perfectos. El don de sabiduría comunica al alma cierto
gusto, con el cual gustando conoce lo divino y humano sin
engaño, dando su valor y peso a cada uno contra el gusto
que hace de la ignorancia y estulticia humana; y
pertenece este don a la Caridad. El don del
entendimiento clarifica para penetrar las cosas divinas y
conocerlas contra la rudeza y tardanza de nuestro
entendimiento; el de ciencia penetra lo más oscuro y
hace maestros perfectos contra la ignorancia; y estos dos
pertenecen a la fe. El don de consejo encamina y
endereza y detiene la precipitación humana contra la
imprudencia; y pertenece a su virtud propia. El de
fortaleza expele el temor desordenado y conforta la
91
flaqueza; y pertenece a su misma virtud. El de piedad
hace benigno el corazón, le quita la dureza y le ablanda
contra la impiedad y dureza; y pertenece a la religión. El
don de temor de Dios humilla amorosamente contra la
soberbia; y se reduce a la humildad.
603. En María Santísima estuvieron todos los dones del
Espíritu Santo, como en quien tenía cierto respeto y como
derecho a tenerlos, por ser Madre del Verbo Divino, de
quien procede el Espíritu Santo, a quien se le atribuyen. Y
regulando estos dones por la dignidad especial de
madre, era consiguiente que estuvieran en ella con la
proporción debida y con tanta diferencia de todas las
demás almas, cuanta hay de llamarse ella Madre de Dios
y todas las demás sólo criaturas; y por estar la gran
Reina tan cerca del Espíritu Santo por esta dignidad, y
juntamente por la impecabilidad, y todas las demás
criaturas estar tan lejos, así por la culpa como por la
distancia del ser común, sin otro respeto ni afinidad con
el Divino Espíritu. Y si estaban en Cristo, nuestro Redentor
y Maestro, como en fuente y origen, estaban también en
María, su digna madre, como en estanque o en mar de
donde se distribuyen a todas las criaturas, porque de su
plenitud superabundante redundan a toda la Iglesia. Lo
cual en otra metáfora dijo Salomón en los Proverbios
cuando la Sabiduría —dice— edificó para sí una casa
sobre siete columnas (Prov., 9, 1), etcétera, y en ella
preparó la mesa, mezcló el vino y convidó a los párvulos e
insipientes para sacarlos de la infancia y enseñarles la
prudencia. No me detengo en esta declaración, pues
ningún católico ignora que María Santísima fue esta
magnífica habitación del Altísimo, edificada y fundada
sobre estos siete dones para su hermosura y firmeza y
para prevenir en esta casa mística el convite general de
toda la Iglesia; porque en María está preparada la mesa,
para que todos los párvulos ignorantes, hijos de Adán,
lleguemos a ser saciados de la influencia y dones del
92
Espíritu Santo.
604. Cuando estos dones se adquieren mediante la
disciplina y ejercicio de las virtudes, venciendo los vicios
contrarios, el primer lugar tiene el temor; pero en Cristo
Señor nuestro comenzó Isaías a referirlos por el orden de
la sabiduría, que es el supremo; porque los recibió como
maestro y cabeza y no como discípulo que los aprendía.
Con este mismo orden los debemos considerar en su
Madre Santísima; porque más se asimiló en los dones a
su Hijo bendito que a ella las demás criaturas. El don de
sabiduría contiene una iluminación gustosa, con que el
entendimiento conoce la verdad de las cosas por sus
causas íntimas y supremas, y la voluntad con el gusto de
la verdad del verdadero bien le discierne y divide del
aparente y falso; porque aquel es verdaderamente sabio
que conoce sin engaño el verdadero bien para gustarle y
le gusta conociéndole. Este gusto de la sabiduría consiste
en gozar del sumo bien por una íntima unión de amor, a
que se sigue el sabor y gusto del bien honesto
participado y ejercitado por las virtudes inferiores al
amor. Por esto no se llama sabio el que sólo conoce la
verdad especulativamente, aunque tenga en este
conocimiento su deleite; ni tampoco es sabio el que obra
actos de virtud por sólo el conocimiento, y menos si lo
hace por otra causa; pero si por el gusto del sumo y verdadero
bien, a quien sin engaño conoce, y en él y por él
todas las verdades inferiores, obra con íntimo amor
unitivo, éste será verdaderamente sabio. Este
conocimiento administra a la sabiduría el don de
entendimiento, que la precede y acompaña, y consiste en
una íntima penetración de las verdades divinas y de las
que a este orden se pueden reducir y encaminar; porque
el espíritu escudriña las cosas profundas de Dios (1 Cor.,
2, 10), como el Apóstol dice.
605. Este mismo espíritu era necesario para entender y
93
decir algo de los dones de sabiduría y entendimiento que
tuvo la Emperatriz del Cielo, María. El ímpetu del río
que de la suma bondad estaba represado por tantos
siglos eternos, alegró esta ciudad de Dios (Sal., 45, 5)
con el corriente que, por medio del Unigénito del Padre y
suyo que habitó en ella, derramó en su alma santísima;
como si —a nuestro modo de entender— desaguara en
este piélago de sabiduría el infinito mar de la divinidad,
al mismo punto que pudo llamar al espíritu de sabiduría;
y para que le llamase, vino a ella para que la
deprendiese sin ficción y la comunicase sin envidia (Sab.,
7, 13), como lo hizo; pues por medio de su sabiduría se
manifestó al mundo la luz del Verbo Eterno Humanado.
Conoció esta sapientísima Virgen la disposición del
mundo, las condiciones de los elementos, el principio,
medio y fin de los tiempos y sus mudanzas, los cursos de
las estrellas, la naturaleza de los animales, las iras de las
bestias fieras, la fuerza de lo vientos, la complexión y
pensamientos de los hombres, las virtudes de las plantas,
yerbas, árboles, frutos y. raíces, lo escondido y oculto
(Sab., 7, 17-21) sobre el pensamiento de los hombres, los
misterios y caminos retirados del Altísimo; todo lo
conoció María nuestra Reina y lo gustó con el don de la
sabiduría que bebió en su fuente original y quedó hecha
palabra de su pensamiento.
606. Allí recibió este vapor de la virtud de Dios y esta
emanación de su caridad sincera (Sab., 7, 25) que la hizo
inmaculada, y la preservó de la mancha que coinquina al
alma, y quedó espejo sin mácula de la Majestad de
Dios. Allí participó el espíritu de inteligencia que
contiene la Sabiduría, y es santo, único, multiplicado,
sutil, agudo, diserto, móvil, limpio, cierto, suave, amador
del bien y que nada le impide, bienhechor, humano,
benigno, estable, seguro, que todas las virtudes
comprende, todo lo alcanza, todo lo entiende con limpieza
y delgadeza purísima con que toca a una y otra
94
parte (Sab., 7, 22-23). Todas estas condiciones que dijo el
Sabio del espíritu de Sabiduría, única y perfectamente
estuvieron en María Santísima después de su Hijo
Unigénito; y con la sabiduría le vinieron juntos todos los
bienes (Sab., 7, 11), y en todas sus operaciones le
precedían estos altísimos dones de Sabiduría y
entendimiento, para que en todas las acciones de las
otras virtudes fuese gobernada con ellos, y en todas
estuviese embebida su incomparable sabiduría con que
obraba.
607. De los demás dones está dicho algo en sus virtudes,
adonde pertenecen; pero como todo cuanto podemos
entender y decir es tanto menos de lo que había en esta
Ciudad Mística de María, siempre hallaremos mucho que
añadir. El don de consejo se sigue en el orden de Isaías al
de entendimiento; y consiste en una sobrenatural
iluminación con que el Espíritu Santo toca al
interior, iluminándole sobre toda humana y común
inteligencia, para que elija todo lo más útil, decente y
justo, y repruebe lo contrario, reduciendo a la voluntad
con las reglas de la eterna e inmaculada Ley Divina a la
unidad de un solo amor y conformidad de la perfecta
voluntad del sumo bien; y con esta divina erudición
deseche la criatura la multiplicidad y variedad de
diversos afectos, y otros inferiores y externos amores y
movimientos que pueden retardar o impedir al corazón
humano, para que no oiga ni siga este Divino impulso y
consejo, ni llegue a conformarse con aquel ejemplar vivo
de Cristo Señor nuestro, que con altísimo consejo dijo al
Eterno Padre: No se haga mi voluntad sino la tuya (Mt.,
26, 39).
608. El don de fortaleza es una participación o influjo
de la virtud Divina que el Espíritu Santo comunica a la
voluntad criada, para que felizmente animosa se levante
sobre todo lo que puede y suele temer la humana
95
flaqueza de las tentaciones, dolores, tribulaciones,
adversidades; y sobrepujándolo y venciéndolo todo,
adquiera y conserve lo más arduo y excelente de las
virtudes, y transcienda, suba y traspase todas las
virtudes, gracias, consolaciones internas y espirituales,
revelaciones, amores sensibles, por muy nobles y excelentes
que sean, todo lo deje atrás, y se extienda con un
Divino conato, hasta llegar a conseguir la íntima y
suprema unión del sumo bien, a que con deseos
ardentísimos anhela; donde con verdad salga del
fuerte la dulzura (Jue., 14, 14), habiéndolo vencido todo
en el que la conforta (Flp., 4, 13). El don de ciencia es una
noticia judicativa con rectitud infalible de todo lo que se
debe creer y obrar con las virtudes; y se diferencia del
consejo, porque éste elige y aquella juzga, el uno hace
juicio recto y el otro la prudente elección. Y el don de
entendimiento se distingue, porque éste penetra las
verdades Divinas internas de la fe y virtudes, como en
una simple inteligencia; y el don de la ciencia conoce con
magisterio lo que de ellas se deduce, aplicando las
operaciones externas de las potencias a la perfección de
la virtud, en la cual el don de ciencia es como raíz y
madre de la discreción.
609. El don de piedad es una virtud Divina o influjo con
que el Espíritu Santo ablanda y como derrite y licueface
la voluntad humana, moviéndola para todo lo que
pertenece al obsequio del Altísimo y beneficio de los
prójimos. Y con esta blandura y suave dulzura está pronta
nuestra voluntad, y atenta la memoria para en todo
tiempo, lugar y suceso alabar, bendecir y dar gracias y
honor al sumo bien; y para tener compasión tierna y
amorosa con las criaturas, sin faltarles en sus trabajos y
necesidades. No se impide [sic] este don de piedad con
la envidia, ni conoce odio, ni avaricia, ni tibieza, ni
estrecheza de corazón; porque causa en él una fuerte y
suave inclinación con que sale dulce y amorosamente a
96
todas las obras del divino amor y del prójimo; y a quien le
tiene, le hace benévolo, obsequioso, oficioso y diligente.
Y por eso dijo el Apóstol que el ejercicio de la piedad era
útil para todas las cosas (1 Tim., 4, 8), y tiene la promesa
de la vida eterna; porque es un instrumento nobilísimo de
la caridad.
610. En el último lugar está el don de temor de Dios tan
alabado, encarecido y encomendado repetidamente en
la Escritura Divina y por los Santos Doctores, como
fundamento de la perfección cristiana y principio de la
verdadera sabiduría; porque el temor de Dios es el
primero que resiste a la estulticia arrogante de los
hombres y el que con mayor fuerza la destruye y
desvanece. Este don tan importante consiste en una
amorosa fuga y nobilísima erubescencia y encogimiento
con que el alma se retrae a sí misma y a su propia
condición y bajeza, considerándola en comparación de la
suprema grandeza y majestad de Dios; y no queriendo
sentir de sí ni saber altamente, teme, como enseñó el
Apóstol (Rom., 11, 20). Tiene sus grados este temor santo,
porque al principio se llama inicial y después se llama
filial; porque primero comienza huyendo de la culpa
como contraria al sumo bien que ama con reverencia, y
después prosigue en su abatimiento y desprecio, porque
compara su propio ser con la majestad, su ignorancia con
la sabiduría, su pobreza con la infinita opulencia. Y todo
esto hallándose rendida a la Divina voluntad con
plenitud, se humilla y rinde a todas las criaturas por Dios;
y para con Él y con ellas se mueve con un amor íntimo,
llegando a la perfección de los hijos del mismo Dios y a la
suprema unidad de espíritu con el Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
611. Si me dilatara más en la explicación de estos
dones, saliera mucho de mi intento y alargara demasiado
este discurso; lo que digo me parece suficiente para
97
entender su naturaleza y condiciones. Y habiéndola
entendido se debe considerar que en la Soberana
Reina del cielo estuvieron todos los dones del Espíritu
Santo, no sólo en el grado suficiente y común que
tienen en su género cada uno —porque esto puede
ser común a otros Santos— pero estuvieron en esta
Señora con especial excelencia y privilegio, cual no pudo
caber en otro Santo alguno, ni pudiera ser conveniente a
otro inferior suyo. Entendido, pues, en qué consiste el
temor santo, la piedad, la fortaleza, la ciencia y el
consejo, en cuanto son dones especiales del Espíritu
Santo, extiéndase el juicio humano y el entendimiento
angélico y piense lo más alto, lo más noble, lo más excelente,
lo más perfecto, lo más divino; que sobre lo que
concibieron todas juntas las criaturas están los dones de
María, y lo inferior de ellos es lo supremo del
pensamiento criado; así como lo supremo de los dones de
esta Señora y Reina de las virtudes toca, en algún modo,
a lo ínfimo de Cristo y de la Divinidad.
Doctrina de la Reina Santísima María.
612. Hija mía, estos nobilísimos y excelentísimos dones
del Espíritu Santo que has entendido, son la emanación
por donde la Divinidad se comunica y transfiere a las
almas santas; y por esto no admiten limitación de su
parte, como la tienen del sujeto donde se reciben. Y si las
criaturas desocupasen el corazón de los afectos y amor
terreno, aunque su corazón es limitado, participarían sin
tasa el torrente de la Divinidad infinita por medio de los
inestimables dones del Espíritu Santo. Las virtudes
purifican a la criatura de la fealdad y mácula de los
vicios, si los tenía, y con ellas comienza a restaurar el
orden concertado de sus potencias, perdido primero por
el pecado original y después por los actuales propios; y
añaden hermosura, fuerza y deleite en el bien obrar. Pero
los dones del Espíritu Santo levantan a las mismas
98
virtudes a una sublime perfección, ornato y hermosura
con que se dispone, hermosea y agracia el alma para
entrar en el tálamo del Esposo, donde por admirable
modo queda unida con la Divinidad en un espíritu y
vínculo de la eterna paz. Y de aquel felicísimo estado
sale fidelísima y seguramente a las operaciones de
heroicas virtudes, y con ellas se vuelve a retraer al
mismo principio donde salió, que es el mismo Dios, en
cuya sombra (Cant., 2, 3) descansa sosegada y quieta, sin
que la perturben los ímpetus furiosos de las pasiones
y sus desordenados apetitos; pero esta felicidad
alcanzan pocos, y sólo por experiencia la conoce quien la
recibe.
613. Advierte, pues, carísima, y con atención
profunda considera cómo ascenderás a lo alto de estos
dones; porque la voluntad del Señor y la mía es que
subas más arriba (Lc., 14, 10) en el convite que te
previene su dulzura con la bendición de los dones (Sal.,
20, 4), que para este fin de su liberalidad recibiste.
Atiende que para la eternidad hay solos dos caminos: uno
que lleva a la eterna muerte por el desprecio de la virtud
y por la ignorancia de la Divinidad; otro lleva a la eterna
vida por el conocimiento fructuoso del Altísimo; porque
ésta es la vida eterna, que le conozcan a él y a su
Unigénito que envió al mundo (Jn., 17, 3). El camino de la
muerte siguen infinitos necios (Ecl., 1, 45) que ignoran su
misma ignorancia, presunción y soberbia con formidable
insipiencia. A los que llamó su Misericordia a su
admirable lumbre (1 Pe., 2, 9) y los reengendró en hijos
de la luz, les dio en esta generación el nuevo ser que
tienen por la fe, esperanza y caridad, que los hace suyos
y herederos de la Divina y eterna fruición; y reducidos al
ser de hijos les dio las virtudes que se infunden en la
primera justificación, para que como hijos de la luz obren
con proporción operaciones de luz; y tras ellas tiene
prevenidos los dones del Espíritu Santo. Y como el sol
99
material a nadie niega su calor y luz, si hay capacidad y
disposición para recibir la fuerza de sus rayos, tampoco
la Divina Sabiduría que, dando voces en los altos montes,
sobre los caminos reales y en las sendas más ocultas, en
las puertas y plazas de las ciudades (Prov., 8, 1-3),
convida y llama a todos, a ninguno se negaría ni
ocultaría. Pero la estulticia de los mortales los hace
sordos, o la malicia impía los hace irrisores, y la
incrédula perversidad los aparta de Dios, cuya sabiduría
no halla lugar en el corazón malévolo, ni en el cuerpo
sujeto a pecados (Sab., 1, 4).
614. Pero tú, hija mía, advierte en tus promesas, vocación
y deseos; porque la lengua que miente a Dios es feo
homicida de su alma (Sab., 1, 11); y no celes la muerte en
el error de la vida, ni adquieras la perdición con las
obras de tus manos, como se te manifiesta en la divina
luz que lo hacen los hijos de las tinieblas. Teme al
poderoso Dios y Señor con temor santo, humilde y bien
ordenado, y en todas tus obras te gobierna con este
Maestro. Ofrece tu corazón blando, fácil y dócil a la
disciplina y obras de piedad. Juzga con rectitud de la
virtud y del vicio. Anímate con invencible fortaleza para
obrar lo más arduo y levantado y sufrir lo más adverso y
difícil de los trabajos. Elige con discreción los medios
para la ejecución de estas obras. Atiende a la fuerza de
la divina luz, con que transcenderás todo lo sensible y
subirás al conocimiento altísimo de lo oculto de la Divina
sabiduría y aprenderás a dividir el hombre nuevo del
antiguo; y te harás capaz de recibirla, cuando entrando
en la oficina del vino de tu Esposo serás embriagada de
su amor, ordenada en ti su caridad eterna.
CAPITULO 14
Decláranse las formas y modos de visiones Divinas
que tenía la Reina del Cielo y los efectos que en ella
100
causaban.
615. La gracia de visiones Divinas, revelaciones y raptos
—no hablo de la visión beatífica— aunque son
operaciones del Espíritu Santo, se distinguen de la gracia
justificante y virtudes que santifican y perfeccionan el
alma en sus operaciones; y porque no todos los justos y
Santos tienen forzosamente visiones ni revelaciones
Divinas, se prueba que puede estar la santidad y virtudes
sin estos dones. Y también que no se han de regular las
revelaciones y visiones por la santidad y perfección de
los que las tienen, sino por la voluntad Divina que las
concede a quien es servido y cuando conviene, y en el
grado que su sabiduría y voluntad dispensan, obrando
siempre con medida y peso (Sab., 11, 21) para los fines
que pretende en su Iglesia; bien puede comunicar Dios
mayores y más altas visiones y revelaciones al menos
santo y menores al mayor. Y el don de la profecía con
otros gratis datos puede concederlos a los que no son
santos; y algunos raptos pueden resultar de causa que no
sea precisamente virtud de la voluntad; y por esto,
cuando se hace comparación entre la excelencia de los
profetas, no se habla de la santidad, que solo Dios puede
ponderarla (Prov., 16 2), sino de la luz de la profecía y
modo de recibirla, en que se puede juzgar cuál sea más o
menos levantado, según diferentes razones. Y en la que
se funda esta doctrina es, porque la caridad y virtudes,
que hacen santos y perfectos a los que las tienen, tocan a
la voluntad, y las visiones, revelaciones y algunos raptos
pertenecen al entendimiento o parte intelectiva, cuya
perfección no santifica al alma.
616. Pero no obstante que la gracia de visiones
divinas sea distinta de la santidad y virtudes, qué
pueden separarse, con todo eso la voluntad y Providencia
Divina las junta muchas veces según el fin y motivo que
tiene en comunicar estos dones gratuitos de las
101
revelaciones particulares; porque algunas veces las
ordena al beneficio público común de la Iglesia, como lo
dice el Apóstol (1 Cor., 12, 7); y sucedió con los profetas
que inspirados de Dios por Divinas revelaciones del
Espíritu Santo (2 Pe., 1, 21), y no por su propia
imaginación, hablaron y profetizaron para nosotros (1
Pe., 1, 10) los Misterios de la Redención y Ley Evangélica.
Y cuando las revelaciones y visiones son de esta condición,
no es necesario que se junten con la santidad;
pues Balaán fue profeta y no era santo. Pero a la Divina
Providencia convino con gran congruencia que
comúnmente los Profetas fuesen Santos, y no depositase
el espíritu de profecía y divinas revelaciones en vasos
inmundos fácil y frecuentemente —(aunque en algún caso
particular lo hiciese como poderoso)—, porque no
derogase a la verdad Divina y a su Magisterio la mala
vida del instrumento; y por otras muchas razones.
617. Otras veces las Divinas revelaciones y visiones o no
son de cosas tan generales y no se enderezan al bien
común inmediatamente, sino al beneficio particular del
que las recibe; y así como las primeras son efecto del
amor que Dios tuvo y tiene a su Iglesia, así estas
revelaciones particulares tienen por causa el amor
especial con que ama Dios al alma, que se las comunica
para enseñarla y levantarla a más alto grado de amor y
perfección. Y en este modo de revelaciones se transfiere
el espíritu de la sabiduría por diferentes generaciones en
las almas santas para hacer profetas y amigos de Dios
(Sab., 7, 27). Y como la causa eficiente es el amor divino
particularizado con algunas almas, así la causa final y
efecto es la santidad, pureza y amor de las mismas
almas; y el beneficio de las visiones y revelaciones es el
medio por donde se consigue todo esto.
618. No quiero decir en esto que las revelaciones y
visiones Divinas son medio preciso y necesario
102
absolutamente para hacer santos y perfectos, porque
muchos lo son por otros medios, sin estos beneficios;
pero suponiendo esta verdad, que sólo pende de
la Divina voluntad conceder o negar a los justos estos
dones particulares, con todo esto, de parte nuestra y de
parte del Señor hay algunas razones de congruencia que
alcanzamos para que Su Majestad las comunique tan
frecuentemente a muchos siervos suyos. La primera entre
otras es, porque de parte de la criatura ignorante el
modo más proporcionado y conveniente para que se
levante a las cosas eternas, entre en ellas y se
espiritualice para llegar a la perfecta unión del sumo
bien, es la luz sobrenatural que se le comunica de los
Misterios y secretos del Altísimo por las particulares
revelaciones, visiones e inteligencias que recibe en la
soledad y en el exceso de su mente; y para esto la
convida el mismo Señor con repetidas promesas y
caricias, de cuyos misterios está llena la Escritura Santa,
y en particular los Cantares de Salomón.
619. La segunda razón es de parte del Señor, porque el
amor es impaciente para no comunicar sus bienes y
secretos al amado y al amigo. Ya no quiero llamaros ni
trataros como a siervos, sino como a amigos —dijo a los
apóstoles el Maestro de la verdad eterna (Jn., 15, 15)—
porque os he manifestado los secretos de mi Padre. Y de
Moisés se dice que Dios hablaba con él como con un
amigo (Ex., 33, 11). Y los Santos Padres, Patriarcas y
Profetas no sólo recibieron del Espíritu Divino las
revelaciones generales, pero otras muchas particulares y
privadas, en testimonio del amor que les tenía Dios, como
se colige de la petición de San Moisés que le dejase el
Señor ver su cara (Ib. 13). Esto mismo dicen los títulos que
da el Altísimo a las almas escogidas, llamándolas
esposa, amiga, paloma, hermana, perfecta, dilecta,
hermosa (Cant., 4, 8-9; 2, 10; 1, 14), etc. Y todos estos
títulos, aunque declaran mucho de la fuerza del Divino
103
amor y sus efectos, pero todos significan menos de lo que
hace el Rey supremo con quien así quiere honrar; porque
sólo este Señor es poderoso para lo que quiere, y sabe
querer como esposo, como amigo, como padre, y como
infinito y sumo bien, sin tasa ni medida.
620. Y no pierde su crédito esta verdad por no ser
entendida de la sabiduría carnal; ni tampoco porque
algunas almas se hayan deslumbrado con ella, dejándose
engañar por el ángel de Satanás transformado en luz (2
Cor., 11, 14), con algunas visiones y revelaciones falsas.
Este daño ha sido más frecuente en mujeres por su
ignorancia y pasiones, pero también ha tocado a muchos
varones al parecer fuertes y científicos. Pero en todos ha
nacido de una mala raíz; y no hablo de los que con
diabólica hipocresía han fingido falsas y aparentes
revelaciones, visiones y raptos sin tenerlos, sino de los
que con engaño las han padecido y recibido del demonio,
aunque no sin grave culpa y consentimiento. Los primeros
más se puede decir que engañan, y los segundos que al
principio son engañados; porque la antigua serpiente,
que los conoce inmortificados en las pasiones y poco
ejercitados los sentidos interiores en la ciencia de las
cosas Divinas, les introduce con sutileza astutísima una
oculta presunción de que son muy favorecidos de Dios y
les roba el humilde temor, levantándolos en deseos vanos
de curiosidad y de saber cosas altas y revelaciones,
codiciando visiones extáticas y ser singulares y señalados
en estos favores; con que abren la puerta al demonio,
para que los llene de errores y falsas ilusiones y les
entorpezca los sentidos con una confusa tiniebla interior,
sin que entiendan ni conozcan cosa Divina ni verdadera,
si no es alguna que les representa el enemigo para
acreditar sus engaños y disimular su veneno.
621. A este peligroso engaño se ocurre temiendo con
humildad y no deseando saber altamente (Rom., 11, 20),
104
no juzgando su aprovechamiento en el tribunal
apasionado del propio juicio y prudencia, remitiéndolo a
Dios y a sus Ministros y Confesores Doctos, examinando
la intención; pues no hay duda que se conocerá si el alma
desea estos favores por medio de la virtud y perfección o
por la gloria exterior de los hombres. Y lo seguro es
nunca desearlos y temer siempre el peligro, que es
grande en todos tiempos y mayor en los principios;
porque las devociones y dulzuras sensibles, dado que
sean del Señor —que tal vez las remeda el demonio— no
las envía Su Majestad porque el alma esté capaz del
manjar sólido de los mayores secretos y favores, sino por
alimento de párvulos, para que con más veras se retiren
de los vicios y se nieguen a lo sensible y no porque se
imaginen por adelantados en la virtud; pues aun los
raptos que resultan de admiración, suponen más
ignorancia que amor. Pero cuando el amor llega a ser
extático, fervoroso, ardiente, moble, líquido, inaccesible,
impaciente de otra cosa fuera de la que ama, y con esto
ha cobrado imperio sobre todo afecto humano, entonces
está dispuesta el alma para recibir la luz de las
revelaciones ocultas y visiones Divinas, y más se dispone
cuanto con esta luz Divina sabe desearlas menos por
indigna de menores beneficios. Y no se admiren los
hombres sabios de que las mujeres hayan sido tan
favorecidas en estos dones; porque a más de ser
fervientes en el amor escoge Dios lo más flaco por testigo
más abonado de su poder; y tampoco no tienen la
ciencia de la teología adquirida como los varones
doctos, si no se les infunde el Altísimo para iluminar su
flaco e ignorante juicio.
622. Entendida esta doctrina —cuando no hubiera en
María Santísima otras especiales razones— conoceremos
que las divinas revelaciones y visiones que le comunicó el
Altísimo fueron más altas, más admirables, más
frecuentes y divinas que a todo el resto de los Santos.
105
Estos dones —como los demás— se han de medir con su
dignidad, santidad, pureza y con el amor que su Hijo y
toda la beatísima Trinidad tenía a la que era Madre del
Hijo, Hija del Padre y Esposa del Espíritu Santo. Con estos
títulos se le comunicaban los influjos de la divinidad,
siendo Cristo Señor nuestro y su Madre más amados con
infinito exceso que todo el resto de los Santos Ángeles y
hombres. A cinco grados o géneros de visiones divinas
reduciré las que tuvo nuestra soberana Reina, y de cada
una diré lo que pudiere, como se me ha manifestado.
Visión clara de la Divina esencia a María Santísima.
623. La primera y sobreexcelente fue la visión beatífica
de la esencia Divina, que muchas veces vio claramente
siendo viadora y de paso; y todas las iré nombrando
desde el principio de esta Historia (Cf. supra n. 333, 340;
infra p. II n. 139, 473, 956, 1523 y p. III n. 62, 494, 603, 616,
654, 685) en los tiempos y ocasiones que recibió este
supremo beneficio para la criatura. De otros Santos
dudan algunos doctores si en la carne mortal han llegado
a ver la Divinidad clara e intuitivamente; pero dejando
las opiniones de los otros, no la puede haber de la Reina
del Cielo, a quien se hiciera injuria en medirla con la
regla común de los demás Santos; pues muchos y más
favores y gracias de las que en ellos eran posibles se
ejecutaron en la Madre de la gracia, y por lo menos la
visión beatífica es posible de paso —sea por el modo que
fuere— en los viadores. La primera disposición en el alma
que ha de ver la cara de Dios, es la gracia santificante en
grado muy perfecto y no ordinario; la que tenía la santísima
alma de María desde el primer instante fue
superabundante y con tal plenitud que excedía a los
supremos Serafines. A la gracia santificante ha de
acompañar para ver a Dios gran pureza en las potencias,
sin haber en ellas reliquia ni efecto ninguno de la culpa; y
como si en un vaso que hubiese recibido algún licor
106
inmundo, sería necesario lavarle, limpiarle y purificarle
hasta que no le quedase olor ni resabios de él, para que
no se mezclase con otro licor purísimo que se había de
poner en el mismo vaso, así del pecado y sus efectos —y
más de los actuales— queda el alma como inficionada y
contaminada. Y porque todos estos efectos la
improporcionan con la suma bondad, es necesario que
para unirse con ella por visión clara y amor beatífico sea
primero lavada y purificada, de suerte que no le quede
remanente, ni olor, ni sabor de pecado, ni hábito vicioso,
ni inclinación adquirida por ellos. Y no sólo se entiende
esto de los efectos y máculas que dejan los pecados
mortales, sino también de los veniales, que causan en el
alma justa su particular fealdad, como —a nuestro modo
de entender— si a un cristal purísimo le tocase el aliento
que le entrapa y oscurece; y todo esto se ha de purificar y
reparar para ver a Dios claramente.
624. A más de esta pureza, que es como negación de
mácula, si la naturaleza del que ha de ver a Dios
beatíficamente está corrupta por el primer pecado, es
necesario cauterizar el fomes; de suerte que para este
supremo beneficio quede extincto o ligado, como si no
le tuviese la criatura; porque entonces no ha de tener
principio ni causa próxima que la incline al pecado ni a
imperfección alguna; porque ha de quedar como
imposibilitado el libre albedrío para todo lo que repugna
a la suma santidad y bondad; y de aquí y de lo que diré
adelante se entenderá la dificultad de esta disposición
viviendo el alma en carne mortal. Y que se ha de
conceder este altísimo beneficio con mucho tiento y no
sin grandes causas y mucho acuerdo, la razón que yo
entiendo es, porque en la criatura sujeta al pecado hay
dos improporciones y distancias inmensas comparada
con la Divina naturaleza; la una consiste en que Dios es
invisible, infinito, acto purísimo y simplicísimo, y la
criatura es corpórea, terrena, corruptible y grosera; la
107
otra es la que causa el pecado, que dista sin medida de
la suma bondad; y ésta es mayor improporción y
distancia que la primera; pero entrambas se han de
quitar para unirse estos extremos tan distantes, llegando
la criatura a ponerse en el supremo modo con la
divinidad y asimilarse al mismo Dios, viéndole y
gozándole como él es (1 Jn., 3, 2).
625. Toda esta disposición de pureza y limpieza de
culpa o imperfección tenía la Reina del Cielo en más alto
grado que los mismos Ángeles; porque ni le tocó el
pecado original ni actual, ni los efectos de ninguno de
ellos; más pudo en ella la Divina gracia y protección para
esto que en los ángeles la naturaleza por donde estaban
libres de contraer estos defectos; y por esta parte no
tenía María Santísima improporción ni óbice de culpa
que la retardase para ver la Divinidad. Por otra parte, a
más de ser inmaculada, su gracia en el primer instante
sobreexcedía a la de los ángeles y Santos, y sus
merecimientos eran con proporción a la gracia; porque
en el primer acto mereció más que todos con los
supremos y últimos que hicieron para llegar a la visión
beatífica de que gozan. Conforme a esto, si en los demás
Santos es justicia diferir el premio que merecen de la
gloria hasta que llegue el término de la vida mortal, y con
él también el de merecerla, no parece contra justicia que
con María Santísima no se entienda tan rigurosamente
esta ley, y que con ella tenga el altísimo Gobernador otra
providencia y la tuviese mientras vivía en carne mortal.
No sufría tanta dilación el amor de la Beatísima Trinidad
para con esta Señora, sin manifestársele muchas veces;
pues lo merecía sobre todos los Ángeles, Serafines y
Santos que con menos gracia y merecimientos habían de
gozar del sumo bien. Fuera de esta razón, había otra de
congruencia para manifestarse la Divinidad claramente,
por ser elegida para Madre del mismo Dios, porque
conociese con experiencia y fruición el tesoro de la
108
Divinidad infinita, a quien había de vestir de carne mortal
y traer en sus virginales entrañas; y después tratase a su
Hijo Santísimo como a Dios verdadero, de cuya vista
había gozado.
626. Pero con toda la pureza y limpieza que está dicha
y añadiéndole al alma la gracia que la santifica, no está
proporcionada ni dispuesta para la visión beatífica,
porque le faltan otras disposiciones y efectos Divinos que
recibía la Reina del cielo cuando gozaba de este
beneficio; y con mayor razón las ha menester cualquiera
otra alma si le hiciesen este favor en carne mortal.
Estando, pues, el alma limpia y santificada, como he
dicho, le da el Altísimo un retoque como con un fuego
espiritualísimo, que la caldea y acrisola como al oro el
fuego material, al modo que los Serafines purificaron a
Isaías (Is., 6, 7). Este beneficio hace dos efectos en el
alma; el uno, que la espiritualiza y separa de ella —a
nuestro modo de entender— la escoria y terrenidad de su
propio ser y de la unión terrena del cuerpo material; el
otro, que llena toda el alma de una nueva luz que
destierra no sé qué oscuridad y tinieblas, como la luz del
alba destierra las de la noche; y esta nueva luz se queda
en posesión, y la deja clarificada y llena de nuevos
resplandores de este fuego. Y a esta luz se siguen otros
efectos en el alma; porque, si tiene o ha tenido culpas,
las llora con incomparable dolor y contrición, a que no
puede llegar ningún otro dolor humano, que todos en
comparación del que aquí se siente son muy poco
penosos. Luego se siente otro efecto de esta luz, que
purifica el entendimiento de todas las especies que ha
cobrado por los sentidos de las cosas terrenas y visibles
o sensibles, porque todas estas imágenes y especies
adquiridas por los sentidos desproporcionan al
entendimiento y le sirven de óbice para ver claramente al
sumo espíritu de la divinidad; y así es necesario despejar
la potencia y limpiarla de aquellos terrenos simulacros y
109
retratos que la ocupan, no sólo para que no vea clara e
intuitivamente a Dios, pero también para que no le vea
abstractivamente, que para esta visión asimismo es
necesario purificarle.
627. En el alma purísima de nuestra Reina, como no
había culpas que llorar, hacían los demás efectos estas
iluminaciones y purificaciones, comenzando a elevar a la
misma naturaleza y proporcionarla para que no estuviese
tan distante del último fin y no sintiese los efectos de lo
sensible y dependencia del cuerpo. Y junto con esto
causaban en aquella alma candidísima nuevos afectos y
movimientos de humillación y propio conocimiento de la
nada de la criatura, comparada con el Criador y con sus
beneficios; con que se movía su inflamado corazón a
otros muchos actos heroicos de virtudes; y los mismos
efectos haría este beneficio respectivamente, si Dios se
le comunicase a otras almas disponiéndolas para las
visiones de su Divinidad.
628. Bien podría juzgar nuestra rudeza que bastan para
llegar a la visión beatífica estas disposiciones referidas;
pero no es así, porque sobre ellas falta otra cualidad,
vapor o lumen más divino, antes del lumen gloriae. Y esta
nueva purificación, aunque es semejante a las que he
dicho, todavía es diferente en sus efectos; porque levanta
al alma a otro estado más alto y sereno, donde con
mayor tranquilidad siente una paz dulcísima, la cual no
sentía en el estado de las disposiciones y purificaciones
primeras; porque en ellas se siente alguna pena y
amargura de las culpas, si las hubo, o si no, un tedio de la
misma naturaleza terrena y vil; y estos efectos no se
compadecen con estar el alma tan cerca y asimilada a la
suma felicidad. Paréceme que las primeras purificaciones
sirven para mortificar, y ésta que ahora digo sirve de
vivificar y sanar a la naturaleza; y en todas juntas
procede el Altísimo como el pintor, que dibuja primero la
110
imagen y luego le da los primeros colores en bosquejo, y
después le da los últimos para que salga a luz.
629. Sobre todas estas purificaciones, disposiciones
y efectos admirables que causan, comunica Dios la
última que es el lumen gloriae, con el cual se eleva,
conforta y acaba de proporcionarse el alma para ver y
gozar a Dios beatíficamente. En este lumen se le
manifiesta la Divinidad, que sin él no podrá ser vista de
ninguna criatura; y como es imposible por sí sola
alcanzar este lumen y disposiciones, por eso lo es
también ver a Dios naturalmente, porque todo
sobreexcede a las fuerzas de la naturaleza.
630. Con toda esta hermosura y adorno era prevenida la
Esposa del Espíritu Santo, Hija del Padre y Madre del
Hijo, para entrar en el tálamo de la Divinidad, cuando
gozaba de paso de su vista y fruición intuitiva. Y como
todos estos beneficios corresponden a su dignidad y
gracias, por eso no puede caer debajo de razones ni de
pensamiento criado —y menos en el de una mujer
ignorante— qué tan altas y divinas serían en nuestra
Reina estas iluminaciones; y mucho menos se puede
ponderar y apear el gozo de aquella alma santísima
sobre todo el más levantado de los supremos Serafines y
Santos. Si de cualquier justo, aunque sea el menor de los
que gozan de Dios, es verdad infalible que ni ojos lo
vieron, ni oídos lo oyeron, ni puede caer en humano
pensamiento aquello que Dios le tiene preparado (1
Cor., 2, 9) ¿qué será para los mayores Santos? Y si el
mismo Apóstol que dijo esto, confesó no podía decir lo
que él había oído (2 Cor., 12, 4), ¿qué dirá nuestra
cortedad de la Santa de los Santos y Madre del mismo
que es gloria de los Santos? Después del alma de su Hijo
Santísimo, que era hombre y Dios verdadero, ella fue la
que más misterios y sacramentos conoció y vio en
aquellos infinitos espacios y secretos de la Divinidad; a
111
ella más que a todos los Bienaventurados se le
franquearon los tesoros infinitos, los ensanches de la
eternidad de aquel objeto inaccesible, que ni el
principio ni el fin le pueden limitar; allí quedó letificada
(Sal., 45, 5) y bañada esta Ciudad de Dios del torrente de
la Divinidad, que la inundó con los ímpetus de su
sabiduría y gracia, que la espiritualizaron y divinizaron.
Visión abstractiva de la Divinidad que tenia María
Santísima.
631. El segundo modo y forma de visiones de la Divinidad
que tuvo la Reina del cielo fue abstractivo, que es muy
diferente y muy inferior al intuitivo; y por eso era más
frecuente, aunque no cotidiano o incesante. Este
conocimiento o visión comunica el Altísimo, no
descubriéndose en sí mismo inmediatamente al
entendimiento criado, sino mediante algún velo o
especies en que se manifiesta; y por haber medio entre el
objeto y la potencia, es inferiorísima esta vista respecto
de la visión clara intuitiva; y no enseña la presencia real,
aunque la contiene intelectualmente con inferiores
condiciones. Y aunque conoce la criatura que está cerca
de la Divinidad, y en ella descubre los atributos,
perfecciones y secretos, que como en espejo voluntario le
quiere Dios mostrar y manifestar, pero no siente ni
conoce su presencia, ni la goza a satisfacción ni hartura.
632. Con todo eso, este beneficio es grande, raro, y
después de la visión clara es el mayor; y aunque no pide
lumen gloriae más de la luz que tienen las mismas
especies, ni tampoco se requiere la última disposición y
purificación a que sigue el lumen gloriae, pero todas las
demás disposiciones antecedentes que preceden a la
visión clara, preceden a ésta; porque con ella entra el
alma en los atrios (Sal., 64, 5) de la casa del Señor Dios
eterno. Los efectos de esta visión son admirables, porque
112
a más del estado que supone el alma, hallándola a sí
sobre sí (Lam., 3, 28), la embriaga (Sal., 25, 9) de una
inefable e inexplicable suavidad y dulzura, con que la
inflama en el amor Divino y se transforma en él y la causa
un olvido y enajenamiento de todo lo terreno y de sí
misma, que ya no vive ella en sí, sino en Cristo, y Cristo
en ella (Gal., 2, 20). Fuera de esto le queda de esta visión
al alma una luz, que si no la perdiese por su negligencia
y tibieza o por alguna culpa, siempre la encaminaría a lo
más alto de la perfección, enseñándola los más seguros
caminos de la eternidad, y sería como el fuego perpetuo
del santuario (Lev., 6, 12) y como la lucerna de la ciudad
de Dios (Ap., 22, 5).
633. Estos y otros efectos causaba esta visión Divina en
nuestra soberana Reina con grado tan eminente, que no
puedo yo explicar mi concepto con los términos
ordinarios. Pero déjase entender algo considerando
el estado de aquella alma purísima, donde no había
impedimento de tibieza ni óbice de culpa, descuido, ni
olvido, ni negligencia, ni ignorancia, ni una mínima
inadvertencia; antes estaba llena de gracia ardiente en
el amor, diligente en el obrar, perpetua e incesante en
alabar al Criador, solícita y oficiosa en darle gloria y
dispuesta para que su brazo poderoso obrase en ella sin
contradicción ni dificultad alguna. Tuvo este género
de visión y beneficio en el primer instante de su
concepción, como ya he dicho en su lugar (Cf. supra n.
229, 237, 312, 383, 389), y después muchas veces en el
discurso de su vida santísima, de que también hablaré
adelante (Cf. infra n. 734, 742; p. II n. 6-8; p. III n. 537).
>>sigue parte 5>>
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